lunes, 7 de diciembre de 2009

RIP (I)

Reciéntemente comprobé que los muertos también naufragan
y que además, sienten la necesidad de contrame cosas.
Son muchos los que habitan en el conjunto de islas que miran a oriente.
Esta es la historia de tres de ellos, que me gustó más que la de los demás.
Ya luego, si eso, hablo yo.

Joseph.

Siempre te esperaré. Me lo dijo mi santa en el lecho de muerte cuando mi corazón cerraba los ojos y mi aliento ya no conmovía a los espejos. Me dijo, ya sabes lo que quiero decir y yo, que la verdad es que no lo sabía, asentí reconfortado mientras se deshidrataba este valle de lágrimas.

No avisan de que cuando mueres ni te vas ni te quedas, solo estas y ves. Es muy raro y yo, que fui aparejador, nunca fui muy dado en devanarme los sesos con filosofías y otros misterios, por lo que no se explicarlo mejor.

Estas. Estas el día de tu muerte mientras tus amigos se descojonan con las anécdotas que nunca se terminan de contar, tu hermano coloca sus mocos con disimulo tras el suelo de mi ataud y tu perro devora los restos del convite sin soltar un miserable gemido. No mola estar y no estar porque entonces nadie disimula y ves las cosas como son, sin caverna que lo filtre.

Ves. Ves como tu mujer, la triste y desconsalada viuda, la Penélope que, o no tiene bufanda o no sabe tricotar, va y se enamora del sepulturero. Bueno, ella aún no lo sabe, pero como tu ves pues eso lo también lo ves. Y el sepulturero la corresponde. Entre palas y azadones, le planta la mirada en la caída de sus ojos y en la de los pliegues del vestido negro que tan bien la sienta. Quizás ella no tenga culpa, no se, su dieta es pobre en magnesio y nunca tuvo mucha memoria. Lo cierto es que se olvidó de su promesa (los siempres duran poco para los despistados) y sólo me quiso un rato, pequeño e insignificante.

Reconozco que lo que más me jodió fue que profanase mi memoria con el hombre que cubrió de tierra mi cada vez menos presente cuerpo. No ya solo por el hecho en si mismo que suficiente vergüenza me parece, sino porque el tio debía ser una máquina de follar de mucho cuidado. A santo de qué si no sea iba a colar por personaje tan sombrío....

Por lo mismo que me enamoré de tí, imbecil. Porque a su lado, esa soledad indescifrable de las noches sin luz, se quedan tras la cara más fría de las ventanas, junto con el viento y otros lamentos. Porque no era hombre de muchas palabras pero sus miradas me calentaban las mejillas y me acompañaban las mañanas. Me llevó a vivir a a la garita del cementerio y me contaba historias de muertos que no dejan de vivir. La del hombre que quiso enterrar a su perro en el panteón de la familia y luego se fue a vivir allí hasta que se murió de pena y de silencio, sin hablar un lustro. Era de esas buenas personas que llevan su congoja en las entrañas pero que asoma la sonrisa con cada buenos días. Nos arreglaba las petunias y los rododendros porque tenía muy buena mano para las plantas y un día se marchó a jugar con su perro y ya no le vimos más. O la de aquella tumba que Antonio se encontró abierta por la mañana y que por la tarde, después de comer y de apurar la siesta, volvía a estar cerrada como si nada hubiera pasado después del paseo. Porque me templaba los pies y las manos y me hacía olvidar que nunca más volvería a estar acompañada, contigo tan muerto.

(mi mujer es muy resuelta y a nada que me callo ella mete baza. Algo de razón tiene pero sabe que el castañuelas de su amante me tiene la tumba echa unos zorros y estoy de musgo y de humedad hasta las gónadas. Lo que es verdad es que el chafardero la quiere a su silenciosa manera y la cuida a su modo de entender y es humano tratar de borrar el nombre del predecesor para que los recuerdos solo piensen en tí).

Yo espero, aquí en esta isla, consciente de que si yo llegué, es posible que ella venga. Todo será que el capricho que hasta aquí me trajo no cambie de humor o de marea, pero mantengo la esperanza intacta y el ardor guerrero y tengo preparadas mil historias que le hagan enterrar el recuerdo del aguafiestas de la pala. La de la tortuga que no se sentía en casa dentro de su caparazón y que buscaba otra más céntrica y más luminosa. La de la sirena reumática y muda que salvaba a los marineros de las garras del océano porque era la única forma con la que conseguía enamorarlos.

La de un náufrago que espera pacientemente a dejar de ser un cobarde para cruzar el trozo de mar que le separa de la sonrisa que le gustaría moler a besos. La tuya, para más señas...

jueves, 3 de diciembre de 2009

SMS

Te dije,
despierta
pero estabas dormida
No pude decirte,
te quiero
por no despertarte.

domingo, 1 de noviembre de 2009

En el primer día fueron...

Vivía en una isla a pocas olas de donde os hablo. Por alguna extraña razón iba por allí habitualmente, por la misma perversión que nos obliga a frecuentar los lugares que nos desgracian los sinos, debe ser.

Los escritores buenos os harían un perfil psicológico que os permitiría comprenderla y compadecerla. Os contarían con todo lujo de detalles lo de su familia desestructurada y sus catástrofes sentimentales, su soledad inabarcable y el acne sin solución. De hecho, si el escritor en cuestión fuese meticuloso, os iría indroduciendo paulatinamente en sus inseguridades, acabarais entendiendo su forma particular de mirar el mundo y poco a poco os sentiriais atrapados por sus fantasmas y compartiriáis su ansiedad. Al cabo, seriaís incondicionales, le reiriais las gracias y acabaríais llorando con su muerte.

Por que al final de esta historia muere. Os lo digo. Y sin llantos. Porque los escritores buenos están de huelga y solo quedo yo de guardia. Muere, sin giros de guión de última hora ni posibilidades de redención en la última línea.

Es una mujer fea y sin interés. Lo pasó mal, si, peor que otros y mejor que muchos. A ella le dio por amargarse y contagiar al mundo. No hay poesia detrás de su naufragio en aquella isla, sólo un error. No me di cuenta a tiempo de que en tanto archipiélago no cabía ella. No me refiero a Ella, santa, diosa y panteón, no, sino a una ella cualquiera, con minúsculas y muchos granos.

ella os diría que no era mala. Que fui yo quien la escribí así. Que nos conocimos en otro mundo, más lejano y más real y que allí yo la cogi gato de manera injustificada. Es posible, no digo que no, pero no habiendo otro escritor me toca a mi decir que es lo que pasa. Y lo que pasa es que es mala y ya está, sin condicionamiento social ni eximentes psiquiátricas. Y muere por ejemplo porque le cae un travía extraterrestre en la cabeza. O porque Moby Dick se come su isla. Lo que queráis. No sirve de nada que rogueis su amnistía.

Definitivamente fue un infarto al corazón, rutinario y sin gracia.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Revolver

Diría que he regresado si no fuese mentira. Regresar es una farsa. Nadie puede volver al lugar de donde vino, porque aquel sitio, encharcado de tiempo, ya es otro distinto del que conociste. Ya no estas tú, en ese instante. Ya no eres feliz. Ya no lloras. Ya no correteas ni una bicicleta es el artefacto más veloz del mundo. No. Regresar no es posible.

Y aunque todo fuese igual, aunque los caprichos del dichoso espacio tiempo hubieran preservado un espacio en las mismas condiciones que lo dejaste, al alejarte de la burbuja detenida donde las cosas permanecen siempre idénticas, tu si que cambias. Tu mirada es otra, tus ojos han mudado de color, tu corazón repica de otra manera y tus manos tiemblan por otras causas. Ahora te gustan los boxers y te incomodan los slips, has incorporado un nuevo tic a tu repertorio de excentricidades o te empiezas a dormir cuando lees de noche. Por eso, cuando vuelves, todo cambia, porque aunque las cosas perduren, tu percepción las destruye.

Por eso la cabaña sigue igual solo que no tiene nada que ver, porque yo ahora he visto los ojos de una mujer viva que sin embargo ha muerto amando a un hombre muerto que vive en su memoria, y la cama, en la que reposan las mismas arrugas que dejó mi cuerpo al marcharse, es otra, sólo porque mi piel ha sido abrasada por la furia de otro dios sin ternura y porque mis manos han derramado un puñado de gotas de tiempo en un eterno mar de arena. Es como el efecto maripsosa, pero a escala individual. Pero como os dije, no solo soy yo, ahora el grifo gotea y se relaciona con el mundo con su propio y singular ritmo, palabras de agua, versos transparentes. Hay una cucaracha muerta en medio del suelo, sin que nadie la haya pisado. Igual ha muerto de un infarto si tal cosa es posible o ha muerto de vieja y se olvidarán todas las cosas que le sucedieron, por muy insignificantes que nos parezcan.


Y en Trachimbrod miles de pequeños cambios acontecen, unos que veo (hay un nuevo sonido en la oscuridad que emite otra criatura anónima, que teme al día y le asusta la noche, la osamenta de un árbol centenario se ha derrumbado sobre el camino -sigo sin saber si al no haberlo oido, ha hecho ruido o se ha quejado o ha muerto en silencio-, sobre un trozo de tierra removida reposa un soldadito de plástico mutilado -pero no es cascanueces. este sonríe-). Hay otros que no.

Y no es el mismo viento ni es el mismo mar, ni mis pies piensan lo mismo cuando se dejan acariciar por la arena. Hay una nueva piedra justo en la mitad de la playa, que igual puede ser un mojón que achique mis espacios o un meteorito que no revele, ni sioquiera bajo la tortura a la que le sometan sesudos tipos con bata blanca, los secretos del lugar del que partió, o solo un capricho geológico al que los sapiens, en nuestra infinita estupidez , le buscamos un significado. Trachimbrod es hoy otra isla aunque los mapas no lo sepan.

Solo permanece Ella. Viajé hasta los confines de los mundos conocidos, hasta el borde de las historias inventadas, para descubrir algo tan simpleque ha reposado en mi mesilla de noche todos estos años, quizás escondida en un cajón o a la vista de mis ojos velados. Una verdad. Una sola verdad, que generación tras generación, los seres humanos han perseguido en las grandes palabras desdeñando los pequeños gestos. Ella, a la que ni siquiera conozco ni se su nombre. Ella cambia, si, pero está, y sólo por eso, el mundo permanece y a mí me basta con saberlo algunas de mis noches más largas.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Periplo (V y último)

Si me hubieran preguntado, si alguien hubiera imaginado que mis respuestas iban a servir para algo, hubiera finiquitado en apenas cuatro sílabas años de trascendencias pseudocientíficas sobre los métodos de construcción de las pirámides y no pocos proyectos de investigación sobre las maneras de someter al continúo espacio-tiempo.

Una mierda.

O Un armario que tiene cuatro sílabas igualmente.

Hostia, que calor que hace en Egipto, pensé cuando abrí las puertas y detrás de un desierto de pelotas me encotré con la pirámide gorda a medio hacer (el tema de las pirámides fue lo que me puso en el camino de averiguar dónde estaba. Tardé, las cosas como son). La de Keops creo que era, y estaría muy bien eso de marcarte por la cara un viajecito hasta si el espaciotiempo no hiciera lo que le sale de las narices y en lugar de sacarte a una hora decente, a eso del amanecer preferentemente (que todos los touroperadores lo dicen, a las dos de la tarde, en el desierto, sombra hay tirando a poca), te abandona a tu suerte cuando más pega el Rá.

En desiertos de esas dimensiones cagarte en Rá es lo más productivo que puedes hacer, cagarte bajito eso si, que los integristas tienden a la susceptibilidad con el tema de sus dioses, pero cagarte al fin y al cabo. Porque Ra, como todos sus colegas, aspira a la omnipotencia, y, en lo que al calor se refiere, incluso la consigue. El muy mamón va con su barca a todas partes sin pensar en nadie más que en si mismo. Está en el cielo, claro, pero en la arena también debe tener alguna sucursal porque tiende a estar caliente cual adolescente hormonado, que, dicho sea de paso, a mi que me cuenten para que coño pueden servir unas sandalias cuando la arena que pisas está al rojo vivo y se te cuela por las rendijas, que, por aquello de ser abiertas, son varias y amplias. El espaciotiempo piensa en todo, si, pero piensa poco y sin ponerle interés. Él te proporciona la indumentaria de la época, y una vez comple con su cometido, allá tu te las compongas como puedas, y si se te queman las puntas de los dedos pues te fastidias y punto pelota, que los viajes en el tiempo no están pensados para tiquismiquis.

Así que allí estaba yo, con Ra martirizando a un huevo de gente ocupada con el temita de la pirámide, con una tenue faldita de lino blanco y unas sandalias de esparto, sin protección solar (que imagino que dada la condición divina del sol habría sido retirada de las farmacias)cagándome en Ra, como he dicho, pero también en el espaciotiempo y en los faraones onanistas que pretenden sublimar sus carencias amontonando pedrolos sin ton ni son. Y encima esclavo. Eso fue lo que me dijo el jefe de obra. Tu, esclavo. Y yo, esclavo. Porque yo entendía el egipcio (cosas del espacio tiempo, de tan continúo que es) y de no haberle entendido, los gestos del citado capataz, que era de Murcia (o el equivalente de Murcia en Egipto) y se llamaba Manolo (o el equivalente de Manolo en Egipto) que tenía el cráneo pelado, unos biceps desorbitados, un maxilar asombrosamente prominente y un látigo de siete cuerdas, hubiera cogido el mensaje con rapidez. Luego pregunté por como iba allí el tema de la conciliación familiar y los permisos por cambio de domicilio. Manolo, amablemente, y como no era de muchas palabras, dejó que el latigo se lo explicase a mi espalda, y oye, mi espalda lo entendió enseguida.

Y que hace un esclavo. Los esclavos solo curran. Ni cañas, ni partidita de pocha, ni cafelito a las diez de la mañana. Currar y más currar. Todo lo más soltar por lo bajinis alguna barbaridad cuando alguna sacerdotisa o moza virginal de buena pose se daba una vuelta por la obra, con aquellas pelucas tan sexis y tan egipcias, con aquellas togas sin ropa interior y la piel sudada y los ojos repletos de dioses, y con velos misteriosos y sombrillas que las resguardaban de la mirada de Ra, lasciva y purulenta a más no poder, como las nuestras, pero en más ardiente. Esas caderas que se cimbrean como papiros, les decía. Ya quisieran los camellos tener dos jorobas como las tuyas, les decía. Pero sin que me oyeran, no fuera ser que a Manolo le diera por explicarme algo más. El resto del tiempo, currar.

Por eso digo que me deberían haber preguntado a mí como se hicieron las pirámides que es mu fácil y no hace falta hacerse tantas pajas mentales ni tanto programa de televisión . Tu coges tu equipo de trabajo, les pones a todos juntos, les marcas los objetivos y les comentas, sutilmente, que al que flaquee le pones atado a cuatro palos, en bolas y a la solana, encima de un hormiguero con el miembro huntado en melaza. Y tu equipo responde como una sola persona. Al menos ese era el método de Manolo, que como human resourcing manager no tenía precio. Los objetivos además eran sencillos, tu coges una piedra de tres mil kilos a pulso entre veinte y la subes a cuarenta metros de altura, cuidando que no te pilles los dedos, claro. Eché en falta alguna medida de prevencion de riesgos laborales, algún anclaje que otro, mascarillas, guantes, algún curso de formación no hubiera estado mal, pero nada, el Comité de Empresa no hacía nada por nosotros. Al parecer aún no se había inventado el plástico y los cascos y los andamios se reservaban para usos militares y cuando les hice dos o tres sugerencias inspiradas en las últimas tendencias en políticas de recursos humanos, mostraron su disconformidad a la manera clásica, de forma que no tardé en darles la razón.

Tuvo sus momentos buenos. Partipar de algo histórico, no, porque sin fisioterapia ni quiroprácticos, cuando llegaba el momento de descansar, añadías la Historia a tu opinión sobre Ra, el espaciotiempo, las sandalias de esparto y los faraones. Pero los esclavos son buena gente, porque con eso de no son personas resultan bastante humanos y está bien hablar con ellos, cuando Ra, agotado de tocar los cojones, se va a descansar a su adosado de occidente. Yo les hablaba de Trachimbrod y de ella y de los naufragios y de las islas y ellos hacían como si me creyeran porque a veces me veían triste y no era cosa de disgustarme más. Otra cosa era cuando les contaba lo de que después de aquella vendrían otras dos pirámides y una esfinge. Aquello les alteraba bastante y se sucedían los conmigo que no cuenten, los vivas a la república y los como te oigan y se pongan a hacerlas te van a caer hostias hasta en el carnet de identidad (o el equivalente del carnet de identidad de unn egipcio) pero en general era agradable ver como agonizaba Ra en el horizonte mientras apurabas una cerbeza tibia (en Egipto no había mercado para las neveras) y dabas cuenta de un engrudo hediondo, que riete tu de los complementos proteínicos de los mejores gimanasios del mundo. Pescado tenían poco, pero cuando me comentaron que su ingesta estaba prohibida por haberse papeado el miembro de Osiris, se me quitaron las ganas.

Hasta que me fui. No es que sea sencillo dejar de ser esclavo para basta con proponeérselo y si no que se lo digan a Kunta Kinte. Conseguí escaparme, conseguí encontrar el armario en medio del desierto, conseguí quitar toda la arena que se había colado en los bolsillos de las chaquetas, en las junturas de la madera y entre los pliegues de las toallas, conseguí volver a entrar, conseguí marcharme. Y conseguí regresar a Trachimbrod

Puede que todo esto no haya sonado muy creible pero paso y, francamente, a estas alturas, creer o no creer son actos de fe con distinta dirección.

martes, 25 de agosto de 2009

Periplo (IV)

Y delante de mí encontré una niña.

Flaca. Bien vestida y mejor peinada. Mangas cortas de puntilla y lazo de envoltorio. Y con los ojos gordos y hambrientos. Calcetines de punto. Zapatitos de charol. Era como estar viendo una canción de cuna, pero sin ganas de dormirse ni olor de mare.

La niña no estaba suspendida en el limbo. Sentadita y con las piernas muy junta me miraba desde un sillón de dos cuerpos. Mas allá, una habitación cotidiana.

¿Eres un monstruo?, preguntó.

No. Ehhh. No, no. Respondí con una convicción algo fingida. ¿Y tú?

Yo soy una niña, adujo, como si aquello lo aclarase todo. ¿Es cómodo?

Tarde en comprender que se refería al armario.

Si, bueno.... igual no. Me di cuenta de que estaba sentado sobre la cajonera del armario que los hombros rapenas esistían el duro embate al que eran sometidos por chaquetas y paredes. Las piernas recostadas sobre el pecho comenzaban a mostrar su indignación. Visto lo visto, no debía descartar el contorsionismo como alternativa de futuro. Di un gracioso salto hacia adelante y plop estaba en el suelo. La niña apenas reaccionó. No tardó mucho en aburrirse de mí. No tenía nombre o no me lo dijo. No quería ser nada de mayor o no me lo confesó. Solo me miraba entre la curiosidad y la compasión. Al poco rato se incorporó para marcharse.

Estas guapo, me dijo.

Y si lo estaba porque por mucho que cueste creer en estas cosas, había emergido vestido de gala, con chaqueta de posibles, pantalón de señores y una corbata insulsa que se agarraba a mi cuello con desesperación y nudo exacto. Algo formal para mi gusto pero con resultados apreciables.

Sin embargo, no es excusa. A los signos y a los cláxones hay que atenderlos pare evitar atropellos indeseados. Lo debería de haber deducido de los ojos de aquella infanta, tan pálidos y desnudos de asombro, de rabisca o travesuras. O del aire cargado, no por falta de brisa sino por falta de ganas. De los libros de colección impecablemente alineados, de las dos o tres colillas que remoloneaban en el cenicero, de los murmullos que las paredes transpiraban, de la melancolía de los muebles aplolillados, sin polvo y sin vida. Pero no los vi. Y tampoco saqué ninguna conclusión cuando, al salir de la estancia y descubrir un pasillo, me encontré con hombres de vestimenta similar que no extrañaban mi presencia y me daban las buenas tardes con los ojos desnutridos y la cabeza gacha.

Solo cuando entré en aquel salón y vi a todas aquellas mujeres cluecas con los pelos recogidos y lasropas fúnebres acerté a descubrirdonde me habían llevado los caprichitos del puto armario. Algunas de las lágrimas eran de cristal, si, pero la mayor parte de ellas empapaban los carrillos de aquellas doñas que con gran esmero las secaban con pañuelos bordados y olor a lavanda, a espliego, a sol de la mañana. Cuando comprobé que también las más ancianas, viudas en su mayor parte, acompañaban el duelo, intuí una de esas muertes oscuras e interminables que encharcan las vidas de los que las rodean. Las persianas ondeaban a media asta. En una tarde veraniega de polvo estancado y siestas húmedas, yo me notaba aterido y tembloroso, estrangulado por la ropa y con unas ganas irrefrenables de sentarme o desmayarme. Hace frío en el infierno, según parece.

Y yo salgo de allí (y perdonad el cambio de tiempo verbal, pero es que eso, que fue ayer, lo vivo hoy de igual manera) en cuanto recobro el aliento, con miedo de que aquel salón y sus pobladores me contagien de esa pena aterradora y silenciosa que no marcha con lejía, y abro la primera puerta que veo cerrada. En el espejo del cuarto de baño compruebo que sigo vivo y respiro aliviado, recompongo el nudo de la corbata, olfateo mis axilas que aún por suerte no se han puesto a decir aquíestoyyo y regreso al pasillo como cualquier otro valiente de saldo. Lo que pensaba que era el lugar al que llegué se convierte en la alcoba de la viuda. Posiblemente ha pedido a las plañideras que le dejen llorar un rato por su cuenta y se ha derrubmado sobre una butaca de su habitación como un abrigo de piel sin alma. Es dificil asegurar quien se muere más en estos casos. Es joven o al menos ayer lo era y le sienta bien el negro. Me mira, algo molesta por mi irrupción, pero inmediatamente se rinde, sin fuerzas para enfadarse, y recompone el gesto de dama impecable, se levanta, alisa las sábanas de la cama. Lo siento, esto está hecho un desastre. Sin lágrimas soporta la letanía de lugares comunes que no soy capaz de detener (no había otro como él, siempre se van los mejores, tienes que ser fuerte). Ella sólo gasta un segundo para aceptar mi mano, mirarme sin verme. Esta noche volveré a tomar las pastillas, así no sueño. Yo digo algo, no se el que (o quizás si, pero no tiene sentido repetirlo) y me voy y esta vez si que encuentro la habitación a la que llegué. Vuelvo a ver a la niña.

Me acerco al armario. Lo abro

¿Era tu papá?

Asiente. Con desgana, con abatimiento, aburrida.... no se.

Mi espalda le dice, lo siento, mi rostro traidor trata de fugarse. Y con el yo, que no se lleve él todas las culpas. Me encaramo a mi posición de viaje.

¿Eres un monstruo?. Escucho aunque no lo haya dicho ella.

No respondo. Sólo desaparezco

miércoles, 12 de agosto de 2009

Interludio

No es fácil ser náufrago. Por mucho que las agencias de viaje vendan la moto, todas las islas paradisiacas son un coñazo a los dos meses. NO es de extrañar, transcurrido ese tiempo, las ciudades cosmopolitas se tornan insipidas y las comarcas pausadas un nido de paletos que huele a estiercol. Y yo no soy una excepción a ese hartazgo que acompaña nuestras existencias por mucho que me llame Joseph y que no haya un funcionario en el mundo que sepa escribir correctamente mi apellido, porque los lugares son muy bonitos hasta que nos damos cuenta que nosotros los habitamos y entonces se hacen bola y no hay un dios que trague sin un mal vaso de agua para acompañarlo, metafóricamente hablando se entiende.

Así que por eso interrumpo el relato de mi periplo porque eso ya paso y no hay nada más que reanudarlo para que vuelva a ocurrir. Cuando narramos el tiempo no tiene importancia, cuando vivimos ya es otra cosa. Unas vacaciones pensé, que estamos en temporada alta, que hay un huevo de gente y que todo sale más caro, que los niños se vuelven particularmente insufribles, que las parejas no saben que hacer con tanto tiempo para tocarse, que los ancianos se entierran debajo de sombrillas asustados del sol entre otros fenómenos atmosféricos, que los ventiladores remueven el aire sin asustar ni al calor ni al aburrimiento. Unas vacaciones en uno de esos mares de sombrillas que otrora llamaron bahías o más recientemente playas, donde el plástico se manifiesta en todas las formas imaginables (colchonetas, cubos, balones, palas, rastrillos, bolsos, gafas, aletas, frascos, neveras, ventiladores, vasos, cubiletes, botellas, mecheros, sandalias, termos, sillitas, condones, pechos y otras partes del cuerpo igualmente ficticias), donde no existe la orilla mas allá de las diez de la mañana, donde las mujeres y los hombres como si fueran peces no dejan de ir desde el principio hasta el final de la playa sin razón aparente que lo pueda explicar, donde las preguntas eternas se ahogan en un vaso de cerveza helada. Uno de esos sitios de hombres y mujeres gordas, de surferos de garrafón, de mozas celulíticas y mozos oligofrénicos. Unos días allí, enmascarado, disfrazado, diluido, ignorado, ignorante. Que buenas están las paellas en dos idiomas, pienso, que gusto da ser feliz envuelto en una túnica que ningún otoño admitiría.

Así que voy con toda mi buena fe y voz de tenor escandinavo a darle los buenos días a una mujer que no es joven ni es madura, que se aburre como yo y como tu, que solo aguarda a que llegue el viernes para dejar de concederle descanso a los demás y agarrar por el cuello el suyo propio, para indicarle a continuación busco un viajecito para mañana mejor que para despues, que no salga muy caro y que me permita relajarme, con sol si es posible y mujeres hermosas y dispuestas (esto no lo digo pero hay cosas que no hace falta decir para que se entiendan). Y es posible que esa mujer que mañana me habrá olvidado no haya entendido por que la he mandado a la mierda. Pero es que con muy buenas maneras y un oficio irreprochable me ha sugerido que si las Seisels (que ya se que no se escriben así, pero ni ganas que tengo de buscarles su grafía) que si las Barbados, pasando por Tuvalu, las Mauricio y las Maldivas, llegando hasta Pascua y sin omitir ni Fuerteventura o La Palma.

Y me ha jodido mucho, las cosas como son, que cuando he regresado de los vuelos de mi fantasía y me he posado en esta playa rutinaria y familiar, templada como pocas mantas conocí, ni yo he sido capaz de mirar a los ojos de Trachimbrod ni esta me ha saludado afectuosamente como acostumbra.

martes, 30 de junio de 2009

Periplo (III)

Sospecho que es imperioso abandonar el tono zascandilero que el autor de la nota me ha contagiado. Por mucho que intente hablar de cosas serias acabo escribiendo de cosas absurdas. Cosas de vivir con las manos y la lengua en perpetua contienda.

Yo intuyo que ese armario que se abre ante mí va a ser muy importante en mi vida y debo concentrarme en las parábolas y abandonar las parodias, pero se, que es mucho más que adivinar, que no me va a resultar fácil. Y no lo es por que el enser inaugurado es en todo igual a un armario común, con su altillo forrado de mantas, su zapatero donde se arremolinan botines y manoletinas, sus baldas herniadas y sus cajones a dos velas. Jerseis de medio pelo, camisas fúnebres. Bajo la sombra de las corbatas ahorcadas solo crecen mandrágoras oficinistas. Hay alguna chaqueta con muchas noches y mudas con demasiadas mañanas. Sobresalta un abrigo revestido de piel, de esos que te abrazan con solo mirarlo, que ahuyentan a la lluvia y a otros demonios. Pero poco más.

Un armario que sería igual que el resto de sus familiares si no fuera su aura opalescente y fantasmagórica, que alumbra tímidamente mi rostro cuando lo acerco contrariado. Una luz gótica y azulona, nichichanilimoná que diría la meu mara. Y aquí comienzan los problemas formales que esta narración implica. Porque originariamente la palabra que había escogido para definir esa luminiscencia era tumescente. Pero resulta que tumescente no es esa luz impalpable que yo trataba de describir sino que es sinónimo de hinchazón y no hay nada más lejos de mis intenciones que describiros un armario blando y regordete. Absurdo.


El problema es que mi yo racional es de natural endeble y no le duelen prendas en dejarse ganar por cualquier locura de medio pelo que sepa bailarle el agua. ¿Cuales serían las razones que podrían justificar que aquel mueble presentase una semblanza tan grotesca.? Hosti tu una riada. Una riada en un punto indeterminado de un continente arrogante y hostil a las aguas, que mira con el ceño fruncido esas nubes negrísimas que se estan haciendo fuertes en el odiado cielo hasta que le explotan en la cara y arrojan sobre su lomo diluvios y otras pataletas bibilícas. Luego ya se sabe, edificaciones construidas sobre lechos de ríos olvidados que resucitan sedientos de recuerdos y que se llevan por delante todo lo que se encuentran: tenderos que no dan a basto con tantas sábanas, cables de luz que no dejan de soltar chispas por la boca, bicicletas que pedalean solas y embarrancan sobre arrecifes de caucho y gasolina. La boina del tío Gervasio y las zapatillas de su nieto Nicanor. Una copia de la Historia de Herodoto le dice al rio que nunca es el mismo, que siempre cambia y deja tras de si un rastro de lágrimas negras, que siempre son las mismas, que nunca cambian.

Y es que el agua, que tan gentil y cristalina puede mostrarse, cuando se pone turbia no le duelen prendas en entrar en una casa cualquiera y arramplar con todo incluso con el armario isabelino que decoró los palacios mas chic de los siglos distantes. Un armario errante, el más temido de los siete mares, que se recorre el mundo a lomos del mar y que echa en falta palabras para contar sus aventuras: el olor de las especias de las costas de oriente, las chalupas de los Pueblos Tristes en pos de las Tierras Alegres, el mar de fuego en el que, a pesar de sus prejuicios prejuicios madereros, se zambulló en Santorini cuando al sol le dio por atardecerse. Un armario que se orilla en Trachimbrod, y estibada por quien sabe quien, se cuela en una cabaña cualquiera despojado por fin de sedas y carmines, y que se muestra tumescente y también ambarino a aquel que lo abre.

Preo ya basta de contar insensateces. Por que poco despues de abrirlo he desaparecido, de Trachimbrod, y he aparecido, en otro sitio. Y creo que debo contarlo, pero no ahora, que tan cansado me siento, sino después, que igual recupere el tono y me deje de gilipolleces.

sábado, 13 de junio de 2009

Periplo (II)

Sentado en el camastro aliso la nota con el puño. Descubro una letra menuda, las letras se avalanzan las unas sobre las otras y se apresuran a contar una historia ciertifalsa. A modo de diario el papel, amarillento y pergaminoso, dice:

1/2 D - Gracias al cielo hay un lápiz. Y una hoja.

1D - Hace tiempo yo dormía en una habitación con una puerta. Si la abría veía el recibidor, si insistía en la apertura llegaba a un rellano con otras tantas, la del ascensor, servicial, invitaba a atravesarla con tan solo pulsar un botón. A casi todos nos basta con atravesar dos o tres umbrales para llegar a la calle llena de aire libre y de prisa, para escapar de las prisiones, para regresar a ellas. Nunca pensé que lo echaría de menos. Aquí solo hay dos puertas. Un armario. Una salida. Y para ser sinceros, trato de colocarme lo más lejos que puedo de sus promesas.

2D - Aquí es fácil abarcar el mundo. Todo se reduce a una ventana ciega que no mira a ningún sitio. Al menos yo no veo nada. Debajo hay un fragadero que está sobre una encimera que hay sobre unos estantes que descansan sobre un suelo. Encima está el cielo y también es de madera. Como la silla, la mesita, el somier y el armario críptico. Solo el libro es de papel, las mantas son de lana, el colchón de gomaespuma quizás. De que estoy fabricado yo, de que esta hecho el reloj de pared que siempre marca las ocho son cosas que no sabría decir. O si sabría decirlas, pero no podría prometer que es así. O si podría prometer, pero es posible que perjurando, y yo ya llevo demasiados pecados en mi haber como para seguir jugando con fuego. Nunca mejor dicho.

3D - Soñé que soñaba que estaba soñando. Solo me desperté dos veces y ninguna de ellas me sacó de la cabaña.

4D - Se cuenta (pero Dios es más sabio). Sherezad apura las noches del sultán. No se cuantas han transcurrido aquí. Allí ya fue la última. Nostalgeo un rato antes de regresar a la primera. Se cuenta, (pero Dios es más sabio...)

5D - No tengo hambre (ni sed, por supuesto). Tampoco tengo miedo. Recuerdo (aunque empiezo a olvidar que en aquella habitación con puertas las cosas no eran así. Igual que los reflejos de los espejos tergiversan el sentido y la dirección sin advertirlo, los recuerdos y la realidad se mienten sin aparentarlo. Se viceversean. Nota: tengo que dejar de manipular palabras.

8D Por ejemplo - Cuento las gotas que resbalan por el sumidero. Me quedo tendido boca abajo, sin dormir, sin pensar. Concentro toda mi pasión en rascarme el tobillo, en un eructo melancólico y en lograr de una vez por todas hacer el pino puente sin joderme la médula.

9D Pom pom - Alguien ha golpeado en la puerta desde el exterior si es que aquí hay exteriores. Si se da por supuesto que debo contestar, incorporarme o acción análoga, aviados andan. Este sitio será todo lo monótono que tu quieras pero cada cosa tiene su sitio y si no me gusta, lo cambio. Más alla de lo inmediato cualquier cosa se antoja, en el mejor de los casos, terrorífica.

11 D - Se repite el repique. Se repite el silencio. Cuando escucho la llamada, las manecillas del reloj se relajan y adelantan un minuto. Cuando comprueban que sigo imperturbable regresan a su horario de oficina

17.895 D - Han pasado esos días. O más. O menos. El tiempo es caprichoso si el sol u otros aparatos no le cuentan los segundos.

Pi D - Al principio era Ella y después también. Y luego y mas tarde y al final. Y hasta aqui la Biblia nueva y eterna, versión comentada. Más de un versículo me suele dar fatiga...

Otro D - Hoy por fin he abierto la puerta. El armario es....

Las letras se arrojan por el borde del papel dejando tras de si un reguero sanginolento de tinta. No puedo reprocharlas su ambición por despojarse de significado pero su capricho entorpece mi comprensión. Arrugo de nuevo el mensaje que agradece el gesto. Lo guardo en mi bolsillo zurdo y me quedo un rato en stand by a ver si se me ocurre algo. A ver yo se que momentos como este parezco tirando a perturbado, pero tampoco puede decirse que esté mal, no es regular lo que estoy, quizás podría valer si afirmase que ni fu ni fa. Más bien fi. Pero hay una cosa que estoy dispuesto a asegurar: por las salidas se sale, por las entradas se entra aunque seguro que habrá alguien que lo contrario.

Lo primero ya lo conozco. Lo segundo me da miedo. No hay opción y aún así tardo un rato.

Por fin, hoy, he abierto la puerta del armario....

jueves, 4 de junio de 2009

Periplo (I)

Que sitios más raros te buscas

No lo escogí mamá. Fue cosa de naufragios y mares revoltosos. Y no hubiera naufragado si tu no me hubieras insistido en que tenía que hacer un crucero....

Lo pienso pero no lo digo. Mi madre no está en Trachimbrod. Imagino que está, que en este momento la cara se le está contrayendo en un mohin disgustado, que señala los rincones más extravagantes con la mano y con el bolso que se zarandea arriba y abajo, sin cascabeles pero con hebillas, y que vomita de vez en cuando pequeños objetos por la ranura que deja una cremallera mal cerrada. Un mechero. Una polvera. Una brújula. Un dedal. Una foto. Un muñeco. Un sombrero de papel....

Podría ser peor, sentencia. Gira su cuerpo hacia mí. Me sonríe. Me coge de los hombros. Se queda mirando de lado, con la boca pensativa, dividida entre la alegría de verme y una leve tristeza que nunca abandona a las madres que dejan que sus hijos crezcan. Me da un beso pequeño y me dice agitando la cabeza con parsimonia malhumorada.
Llámame de vez en cuando que me tienes abandonadita
Se desvanece en mi fantasía, abruptamente, como si no quisiera que la viese llorar. La echo de menos y aún noto la suavidad de sus labios dándole calor a mis mejillas. Lástima que no recuerde su aroma; las fábulas no huelen a ella.

Y encima tiene razón, esa razón asfixiante con la que las madres dejan en evidencia a su prole. Trachimbrod es un lugar que cuida con delicadeza lo extraordinario y expulsa con cajas destempladas cualquier rutina o lugar común, lo cual no se en que lugar me deja, puesto que antes de esto yo era uno más y ahora tengo la sensación de ser uno menos.
Hace tiempo que descubrí una cabaña. Sobra describir el lugar en el que la construyeron pues en Trachimbrod ni el norte ni el sur se encuentran donde deberían. Además me aburre leer paisajes. Los paisajes se miran, no se escriben... ya cuando los hablas los vas perdiendo y cuando los describes ya no existen; sólo son una voz o una palabra; inodoros, incoloros e insípidos pero no quitan la sed. Una choza con paredes de madera y techos pajizos, con verdín en las junturas y los ventanucos deslustrados de mierda; una sombra entre miles de arboles tan espigados como codiciosos; de tan poca cosa, casi una mentira, pero una mentira en la que poder dormir sin mojarse y a veces, cuando el fuego sirve para esas cosas, sin pasar frío.
Supe (del verbo estoy seguro) que aquel lugar no era un espacio más, no era otro lugar construido, no podía ser el hogar de una familia ni el refugio de ningún ermitaño. Miré mucho rato sin atreverme a hacer otra cosa. Creo que entremedias algunos pajáros se divirtieron picoteando mi cabeza, es posible que crecieran rastrojos entre los dedos de mis pies y que al ponerse en marcha, la oscuridad le hubiese birlado el reino a un sol cobarde y cabizbajo. Al cruzar el umbral sabía (del verbo estoy seguro) que había una vida antes y una vida después, pero tantas chapuzas creé en el pasado que al futuro, si bien brumoso, dificilmente podría acabar echándole en en falta. Alguien me dirá que donde estaba Ella en aquellos momentos y yo le responderé que en su isla, como siempre. Muy lejos y sin embargo de la mano. Yo pensaba (del verbo me gustaría estar seguro) que en esa casita iba a acabar con océanos y otras distancias.
Se cerró la puerta detrás de mí. Sobre el camastro que ocupaba la pared opuesta a la entrada, descansaba un papel arrugado...

miércoles, 27 de mayo de 2009

Nana

Algunos dirán que el mango de un hacha no es lugar para un poema, pero no me importa mucho. Son los mismos que piensan que mi habitación no es buen sitio para una señorita. Sea como sea allí fue donde lo encontré escrito, grabado con un punzón y con mucha paciencia. El hacha estaba clavada sobre el espinazo de un mango resentido. Lo liberé de su verdugo y respiró aliviado, pero no me regaló ningún fruto el muy cabrón.

A mí el poema me gustó. Es de esos de alguien que quiere querer a alguien. De esos que no sabes quién es él ni quién es ella, ni si les dura o si se hartan o si el tiempo les olvida. Si caminan cogidos de la mano o si las manos les sirven para golpearse. Si nunca se ven y siempre se desean.

Te vi los ojos.
Subrayados de tinta o tal vez rimmel.
Tiemblan.
Tu cuerpo tiende a estremecerse.
El frío, la noche, yo...
Dan ganas de abrazarte y detenerte,
de aquietar tu paz violada
sembrar de sueño
y de plurales
tus nerviosos párpados.
Pero yo me contengo,
respetuoso
tengo ganas,
pero no...
y te miro de nuevo
y pienso de inicio
maldito respeto.
Otras vidas vendrán donde pueda quererte
Pienso, mientras la Noche no cesa.

P.D - No uso el hacha. Pero la tengo cerca.

martes, 12 de mayo de 2009

L (y II)

Empezaron mal las cosas cuando por vez primera, unas insolentes gotas de otoño, arrugaron y emborronaron las páginas de mi dominical. Y no mejoró cuando mi madre, resabiada de quina, soltó a todos mis hijos, que su abuelo, a la sazón mi padre, nunca fue otra cosa que un chupatintas que perdía el poco fuelle que tenía debajo de las enaguas de las criadas y de las bragas de las furcias; y que su hijo, (a la sazón, yo), iba por el mismo camino, pero lo dijo tan bajito que sólo yo y mi mujer (que se quedó pensativa) pudimos escucharla. Un atasco nos retasó más de la cuenta y llegamos a la Iglesia con el resuello en la punta de la lengua y embarullando más de lo debido.

Pero no creo yo que eso le de derecho a Nadie a castigarme de forma tan desproporcionada, por muy barbudo e impotente (omni, quise decir omni-potente) que diga ser. Por que sin venir a cuento ni advertencia previa, noté un tormento insoportable al meter los dedos en el agua bendita y un sulfuroso hilillo de humo se elevó hacia hacia las nervaduras de las bóvedas hasta esfumarse ante las miradas ceñudas de los Apóstoles. Suerte que mi familia había tomado sitio y que toda la parroquia estaba subyugada por los encantos de la voz terráquea del Pater y es que prefiero no imaginar la vergüenza que hubiera tenido que soportar si alguien se hubiera dado cuenta. Huele a quemado dijo mi esposa cuando tomé asiento a su lado, Pamplinas, musité, mientras consolaba mis atormentados dedos frotándolos entre la tela de los bolsillos.

Pero no lo eran. Tras años de catecismo hasta en la sopa, había que ser muy torpe para no reconocer los síntomas, de los que aquel día aciago en la iglesia fue solo el prefacio. Puedes imaginar lo que sientes cuando, aún creyente, todavía devoto, tu cabeza se pone a girar como una peonza mientras te afeitas? Añádele además que tu mujer intente entrar en el baño en ese momento y que tu trates de bloquearle el paso con una mano mientras que con la otra procuras impedir que tu craneo salga volando o se transforme en un surtidor de espuma. Tu mujer entonces te preguntará, con deje preocupado e inquisitivo, qué haces cariño, y tu le responderás, con el aliento corrompido de los mil hijos de Lucifer, con la voz estrangulada por las garras de demonios horrendos y, a más a más, hablando hacia delante y hacia atras hasta que recuperas el control de los músculos, hay cosas que los hombres deben hacer solos, prefiriendo la calumnia del onamismo a la sentencia del endemoniado.

El problema surge cuando el extremo sólo es el principio, cuando descubres que el mundo se ha inclinado hacia abajo y te vas a deslizar por él, sin frenos ni lugares blanditos que amortigüen las caidas. Aquel Viernes Santo me di la madre de todos los atracones de carne sin dejar espacio para la redención o la enmienda. Mi mujer no dejaba de santiguarse a cada filete que me tragaba y aún así, mira tu por donde, no fui perdonado. Mientras que antes todo podía solucionarse con un córcholis, ahora me cagaba en la Virgen a poder ser en procesiones del silencio y funerales de postín. Cuando el sacristán vino a felicitarme por aquella familia tan cautivadora con la que Dios me había bendecido, tuve suerte de que no entendiera ni una palabra de sanscrito y tomase por balbuceos lo que en realidad significaba que yo, su opinión, me la pasaba por las pelotas y que a ver si se dejaba de atormentarse por cascársela y se colgaba de una santa vez del travesaño del crucifijo, que vida eterna no habría pero la paz podría empezar a partir de entonces. No sólo no me clavó una estaca sino que me regaló unas tristes palmaditas en la espalda pensando que me había atragantado. Fonéticas complicadas las de las lenguas muertas, deduje.

Me colaba en el cine. Le quitaba el sitio a los viejos en el autobús y en la declaración de la renta marqué la casilla de obras sociales. Esa noche me fui de putas (ilegales, por descontado) y me lo pasé de coña. Tarde en acostumbrarme al amargor de la coca, pero pronto le cogí el gusto y cuando mi mujer me puso morros le solté que ya se podía ir buscando un picapleitos; al fin y al cabo al demonio siempre le ha gustado el derecho. Luisita, que me ponía enfermo con sus párvulas mojigaterías, sus mohines conventuales ante una la grasilla de la carne, sus grititos histéricos cada vez que un cantante de pupilas grasientas hacía un paréntesis en sus orgías sónicas de amor sin penetración, encontró en el cajetín de la Sirenita los versos satánicos de Rocco Sigfredi. No eran llantos los gemidos que me llegaban desde su habitación. Con Germán fui de padre enrrollado, que regala drogas y motos de falso equilibrio; Conchita y Javierín lloraron desconsoladamente cuando les conté quienes eran los Reyes Magos y qué les iban a traer el 6 de Enero. Pero todo era apenas nada en un mundo tan fascinante como este.

Me hice broker, causé una catarsis financiera devastadora y recomendé el suicido como la única salida digna de los inversores a los que había arruinado. Con el dinero de un fondo de pensiones para huerfanitos me construí una mansión con dieciseis cuartos de baño, total, si algo les faltaba, que se lo pidieran a sus padres. Creo recordar que todas las noches maldecía al demonio que llevaba dentro mientras gemía encalomado a los dulces lomos de una inmigrante rumana, cuyo nombre nunca pregunté.

En aquella casa sin final, perdí el rastro de mi familia. Quien sabe si huidos, quien sabe si muertos, quizás escondidos en un lugar más oscuro que mi alma, aterrorizados por mi aspecto macilento, las pupilas amarillentas , las uñas interminables que amenazaban con secuestrar sus corazones. Es dificil esperar cariño de alguien que te tiene miedo. Es imposible recibir un abrazo cuando husmeas más que hablas, cuando te sientes mas cómodo cuanto más encorvado caminas y sabes que no te queda mucho para perder la vergüenza y echar el vientre a tierra, reptando sin remilgos, salibando cada vez que te topas con una manzana del mal y del mal. Si algo quedaba de mí por aquel entonces debian de ser leves rumores, cantos de sirena que Ulises ignora, gimoteos de niño pequeño que invocan a papa. Papá no existe respondía aquel bramido despiado. Papá te ha abandonado,

Una noche me desperte. Hacía tiempo que en el fregadero ya no cabían más platos, ni en la terraza más basura, ni más mierda en el retrete ni más certificados del Juzgado en el salón. Un hombre me miraba, sentado en el quicio del colchón, fumando distraidamente, hasta que yo despertase. Interrumpió su letargo, sóltó una bocanada de humo que sonó como el último lamento de un tren y se quedó observándome con cierta timidez. Viejo, descascarillado, desnudo, fibroso y reumatoide, se le transparentaba la raigambre azulada de venas muertas sobre aquellas escuálidas muñecas repletas de cicatrices. Olía a humo y a menta, se le notaba virtuoso para la mala hostia y lucía seises a porrillo tatuados por todas sus partes. Se le adivinaba una ancianidad obscena, un tiempo anterior a la muerte a la que sin duda debió violar varias veces al comienzo de la vida. Sonrió un poco y dijo:

Me voy. Nunca vi a nadie tan hijo de puta como tú. Y te juro que de eso entiendo.

Me quedé pensativo. Me encendí un cigarro y mee en la alfombra. Me puse una gabardina, cogí las llaves del coche, lo arranqué y tomé el primer desvío a la derecha. Al primer subnormal que me tocó el claxón le volé la tapa de los sesos con una 9 mm, tenebrosa y bellísima y tras dar muchas vueltas, que incluyeron el norte y el sur, acabé en esta isla, no me preguntes cómo.

Es un sitio muy hermoso. Por eso no apagaré la hoguera que he encendido y cuando las llamas devoren todo sonreiré más que nunca.

Fin de la carta.

La letra es monocorde sin que se altere en ningún momento,
ni siquiera cuando se reconoce como un monstruo.

La noche se sonroja.

Una isla arde sin mesura.

Están desalojando el Paraiso.

Es ciertamente hermoso.

lunes, 4 de mayo de 2009

L (I)

Primera parte de la carta que llegó a Trachimbrod esta mañana.
La caligrafia es exquisita, como si la hubiera escrito un maestro renacentista
preocupado por que las letras no desmerezcan el dibujo.
El papel es grueso, ligeramente apolillado.
La tinta es púrpura. En otro tiempo se trataba de una dignidad
reservada exclusivamente a los emperadores. En este caso, no lo se.
Sea como sea, el firmante ha atrapado mi atención.
Rubrica con una L mayúscula,
curvada hacia abajo en su trazo superior,
como el símbolo de la libra, pero sin líneas paralelas.
Todo concluye en un punto categórico y definitivo.
No he comprobado si es cierto algo de lo que dice.


Dicen que tu habitas estos contornos desde hace tiempo y que donde los demás callan, tu cuentas. Yo necesito renegar del silencio pero no se de palabras. Por eso te busco, por si tu las encuentras.

Todo marchaba como debía, todo era correcto. Mi vida se ajustaba al patrón que confeccionó mi padre y que despúes yo, disculpa la inmodestia, logré bordar. Mi padre quería otro aprejador en la saga, pero yo le llevé la contraria y me hice arquitecto. Yo encontré una novia que, en público, escondía las risas tras sus manos y bajaba la mirada cuando la soltaban piropos. Pocos, eso si, guapa guapa nunca fue, pero hacendosa y limpia como ninguna, siempre regresaba a la hora que le marcaban sus padres, le gustaban las novelitas románticas y el punto de cruz y se dejaba magrear hasta donde lo moral consiente y no fustiga el remordimiento.

De la facultad, extraje notas excelentes y de las milicias universitarias, amigos interminables. Pasé del utilitario a la gama media y de la berlina al coche de postín, de la palmadita en la espalda al miedo en los ojos, del mote burlón al Don atemorizante y cuando compraba el periódico de los domingos nunca jamás llovía. El día en que se torció todo Luisita andaría ya por los quince años. Nos salió recatada , de esas niñas que a casa sólo trae sobresalientes, nada de novios ni de disgustos ni de faldas cortas ni de olor a tabaco. Un rara avis en esta juventud holgazana y sin principios. Algo más levantisco era bueno de Germán, que debió salir a los hermanos de su madre, todo sea dicho. Menos mal que no hay nada que un internado en condiciones no terminé de curar y el nene fue relegando las contestaciones a los ojos, que le seguían refulgiendo, pero se le refrescó la boca y durante un tiempo nunca se le olvidaba ni el por favor ni el gracias. Aún eran pequeños Conchita y Javier como para aventurales destinos, pero en su comunión no hubo otros más alegres y obedientes.

Lo que más me perturba es pensar que en todo este tiempo, no falté ni un domingo a misa, y que los veranos siempre fueron sota caballo y rey: Lourdes, Fátima y El Escorial. Salvo profesar respeté todos los sacramentos y, menos la gula, eludí todos pecados capitales. Mis hijos fueron educados en el amor a Dios y siempre que acaricié el cuerpo de mi esposa fue con el encomiable propósito de crecer y multiplicarme. Siendo claros, ni una mala masturbación me legitimé en toda mi vida y todas las canas que tuve, se me quedaron en el pelo y, a veces, en las pupilas. Por eso aún resulta más inexplicable lo que sucedió aquel Domingo de Adviento. Ahora que ya es tarde y que te escribo desde una isla de la que no piensao salir ni esta noche, ni ninguna otra...

viernes, 10 de abril de 2009

Hallazgos

Vive Dios que ser náufrago no es agradable el común de los días. Habrá quien, devota de espejismos, se ensueñe con prosaicas imágenes de Robinsones con barba de tres días, cabellera indómita y torso apolíneo, que alucine con cielos tan eternos y azules como los ojos del triste y que piense que de aquí emanan todas las brisas y repican todos los ukeleles.

Pues yo no soy así. Yo, si hubiera, hace tiempo que me hincharía a comer alcachofas para desprenderme de lorzas y papada. Yo me afeito todos los días y prefiero mi piel enrojecida y cuarteada a dejar un solo pelo sobre ella. Yo me peino a raya y odio con dientes apretados el cierzo huracanado que me entumece las costillas y me agita los premolares. Los tambores se me incrustan en la sien y no suenan melodías en esas noches tan cerradas que ni la luna se atreve a abrir los ojos.

Yo soy un naufrago feo y eso es cosa que no se lleva bien en esta isla sin espejos.

Yo soy un náufrago cobarde y eso da mucho miedo.

Yo soy un náufrago torpe y tengo los tobillos hinchados de tanto trastabillarlos.

Pero yo ya no lloro por las noches.

Creo que jamás di con un tesoro más valioso que aquella radio. La cogí entre mis manos, le acaricie su antena y me la acerqué a mis labios encharcandola de besos. Trachimbrod es un revoltijo de secretos, tipos que estuvieron y que dejaron rastro pero no cadaver. Aquel de entre sus inquilinos que dejó tras de si aquella joya de los hertzios, será heredero universal de mis agradecimientos y quizás de un legado testimonial, dos o tres mil ducados tal vez.

No se bien por qué pero aquel pequeño aparato aún escucha los maullidos de ese mundo que yo un día recorrí y que voy olvidando poco a poco. Me importa poco que se vayan difuminando las siluetas de edificios y de fuentes, el suspiro de los subterráneos, el tacto del cristal de un coche en invierno. Pero también se me están marchando los rostros y las manos y eso ya me preocupa más. Por eso aquel aparato oscuro me hace pensar que igual no todo está peridio y que quizás un día pueda correr detras de mis recuerdos para agarrarlos y evitar que se vuelen. Habrá quien me diga que es imposible captar emisoras desde lugares que no se encuentrán en las rutas de los barcos pero yo he aprendido a no pedirle explicaciones a Trachimbrod cansado de que me ignore y me desprecie. Hoy se que quien desentierra misterios carece de tesoros. Me limito a encenderla algunas noches en las que el dormir tarda o cuando los fantasmas montan jaleo demasiado cerca de mi almohada. Y allí recuerdo palabras, gente que habla, que a veces piensa y que también naufragaron, sin necesidad de arrecifes ni galernas o monstruos marinos, pero igual de embarracados y sin balsa.

Juro que una mujer dijo esto:

"Yo tengo un duende en mi casa que es bueno porque me manda suspiros de fresa y no de limón. Me cambia las cosas de sitio para que me recuerden que yo nací en Africa y que algún día podré volver. Cuando sueño con Santa Isabel me estira de la punta del dedo gordo del pie y me despierta y así puedo recordar el sueño, el olor de mi madre, las risas de mis hermanos. Volver es imposible y sin embargo el no pierde la esperanza....

Y que hace un duende en tu casa, pregunta la locutora con voz pegajosa y suspiro petulante

Me hace compañia"

Y yo sonrío y busco por el rabillo del ojo el rastro de aquel duende metijón de corazón grandilocuente y a veces cuando no encuentro las cosas que pierdo, pienso en él y en esa mujer a la que cuida, y entonces mis ojos, en el mínusculo instante de un parpadeo, se regocijan y se engalanan y cuando se abren me muestran una noche de cuarto creciente y una isla en la que naufragar no es tan malo.

Luego continúo con la tarea y voy olvidando, pero más contento.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Colapso

Ella era rumana y limpiaba parabrisas al ritmo de un semáforo.

El era argentino y era capaz de hacer bailar 5 chisteras entre sus manos y seis rodillos entre sus pies.

Se enamoraron un domingo.

El verde era el color de los besos. El rojo, del trabajo. Los dos odiaban el amarillo y el lunes se casaron, naufragaron en el viaje de novios y una isla los salvó.

A el no le importó despojarla de todos los vestidos encharcados para que su piel desnuda se secara al sol y sus dientes de oro brillasen como nunca. Hicieron el amor largamente y sin colores. Sin bocinas ni insultos ni agentes de movilidad que les apremiasen. Conducían a tumba abierta. Nada de frenos. Ninguna certeza. Imagino que se querían mucho.

Al poco se marcharon, cada uno en una balsa. Creo que no supieron cómo amarse sin atascos.

lunes, 2 de marzo de 2009

Cerezos

Justo enfrente de Trachimbrod reposa una isla un tanto insignificante. Es poco más que una charca de tierra, quizás tres cuadras de largo por algo menos de ancho. En otras latitudes se le llamaría islote o atolón pero a nosotros, tan sensibilizados con el tema, nos resulta algo despectivo. Todas las islas son iguales en derechos y en deberes y ninguna debería ser discriminada por razón de sexo, tamaño o soberanía (bueno, quizás por soberanía si). Además cuenta en su favor con un volcán encomiable que prácticamente ocupa todo el perimetro de tierra. Es algo así como un chichón de ceniza que se eleva considerablemente sobre el nivel del mar y que si bien es de porte tirando a esmirriado no repara en fumarolas y erupciones para pavonearse, decorando el día y la noche.

Lo cierto es que yo mucho caso no le había prestado a aquel lugar antes de que aquella mujer apareciese en escena. Es muy probable que ella existiera antes de que yo la viera por primera vez, pero como es algo que no puedo asegurar. Valga pues mi mirada como inicio de todas las cosas. No es que aquella señora tirando a anciana tuviera nada de especial. Era pequeña a imagen y semejanza del lugar que habitaba y vestía con faldon gris y chaqueta de punto del color del plomo. Solo el mandil claro y sus ojos sin tiempo iluminaban tenuemente la sombra tangible de manos arrugadas,

A mí lo que me llamó la atención no fue lo que ella era, sólo lo que ella hacía, que a veces no es lo mismo por mucho que pueda parecerse. Sus riñones debían de ser de hierro forjado pues siempre la vi agachada, sujetando un palo con su mano izquierda, rasgando la tierra, quemandola, rajándola, zurciéndola, hacíendo algo que yo desde lejos no acertaba a distinguir. Solo se que la punta de aquel puntero dejaba su impronta sobre la arena del mundo como si de un arado se tratase pero yo dudaba de que aquella mujer se hubiera dejado tentar por las voces de la locura ni que fuese su intención labrar aquel rincón extraviado que tan poco sabía de siembras y tanto de vientos hirvientes y de lavas glaciales.

Por las mañanas se eclipsaba tras la cara oculta del volcán y por las tardes amanecía por las antípodas. No se tumbaba, no se cambiaba de ropa. No la vi suspirar, ni cerrar los ojos, ni apretar los puños ni reir de manera desmayada. Solo surcaba la arena, la piedra, las coladas con su ridículo palo. Y yo la envidiaba desde lejos con la barba de cinco días y las manos en los bolsillos. Y cada vez aquella mujer estaba más alto. A sus pies un laberinto de silencios que dicen cosas. Eran palabras. Aquella mujer estaba escribiendo. Yo, maruja de cielos despejados, había deshojado todas las teorías, las convencionales que pasaban por tomarla por zahorí, las bélicas, que le atribuían la condición de zapadora, las fantasiosas, que si buscadora de tesoros, las ridículas, que si jugadora de tres en raya y las misóginas que la gritaban puta que es la linea más recta entre las dos neuronas de un hombre obcecado. No supe ver su tristeza nublada ni sus andares estrábicos ni sus dedos retorcidos ni su aliento de tinta, todos los síntomas de un enfermo, todas las señales de un escriba.

Y luego todo vino de corrido. Esa mujer está cansada, un poco más que nosotros, un poco menos que alguno. Decide descansar. Recuerda. Un día fue una niña. Y lo escribe. Un día abrió un libro. Y lo escribe. Un día nevó mientras ella dormía. A la mañana siguiente no quedaba nieve. Y lo escribe. Un día vino él. Y lo escribe. Otro día se marchó. Y no deja de escribir. Inicio. Nudo. Desenlace. Un día llegué a la cima del Volcán de los Recuerdos Quemados. Nada queda por escribir. Y lo escribe. Y luego lanza el palo ladera abajo y después, su cuerpo detrás del palo. Y yo que miro y que oigo, solo recuerdo que aquel cuerpo no hizo ruido al quebrantarse. Puede que lo imaginase, pero el palo, la estaca, la batuta, el lugar por el que se le derramaba la vida (llamadlo Ismael), quedó clavado sobre el espinazo de aquella mujer sin nombre y brotó. Un día fue sombra. Un día fue flor.

Igual un día lo escribo.

lunes, 23 de febrero de 2009

Tataratata

Hoy voy a rastrear cada pedazo de isla hasta encontrar lo que necesito. Y es que o siempre ha sido o Ella o Nada, incluso mucho antes de saber quién era Ella. Los barcos que un día zarparon hacia tu puerto no tardaron en hundirse y a mí los circos que olían a cacahuetes y a estiércol siempre e me gustaron. Por eso he encontrado una soga y luego una cuerda y más tarde un hilo y al fin una liana y las he ido uniendo todas, como si fueran de la mano, para hacer de todas una sola, la Gran Cuerda, la Cuerda Láctea, la que me arrastrará hasta ti, luz de mi vida.

Descorcho una botella, te indico a través de letras frenéticas qué se supone que deberías de hacer. Ato uno de los extremos de la cuerda al gollete y el otro a una roca enorme posada sobre la cima del volcán (que como un viejo oso de fuego siempre está dormido y que a veces ronca y me asusta. Otras, sonámbulo, suelta bocanadas de humo que huelen a Cuba y a Borneo). Después, recobrado el aliento, sentado en la arena, con nostalgia del humo, de un colchón, de un aroma, de todo junto, contemplo como las dos, botella y cuerda, se marchan la una detrás de la otra, rumbo a ti, afortunadas ellas. Imagino, que es otra forma de mirar, que cuando recibes la botella te muestras sorprendentemente sumisa, te encaramas a tu volcán, lo abrazas de cuerdas y te vas a la playa con el corazón desbocado y los ojos impacientes. Sea como sea, al cabo (nunca mejor dicho) noto como la cuerda se comienza a poner tirante y se alza hacia el cielo y allí permanece y llora copos de sal envueltos en agua y es hermosa de tan fea. Desde aquí abajo no puedo saberlo, pero mientras camino hacia la cima pienso que aquella cuerda crisol de cuerdas será, si tira para abajo, tirolina, y si remonta hacia arriba, equilibrismo pero en todo caso, puente. Y ensayo mientras camino y le digo a las mujeres invisibles con las que me encuentro y que se parecen a tí. Cariño. Prenda. Cielo. Ninguna de ellas me responde. Ninguna de ellas lo merece.

Es cuesta arriba. No se por qué lo dudaba. Una vez más tendré que desafiar al mundo para lograrte, y por eso me me tengo que dar prisa. Si espero un minuto igual recuerdo lo cobarde que he sido siempre y entonces me arrepentiré, de esta aventura, de lo de vivir, de tener la desgracia de habeme conocido un día y entonces volveré al miedo incesante de mi alma asmática y eso si que no. Aplastado el último conato de resistencia que mi prudencia implora, derrotados los temores que hostigan mi pecho, me lanzo sin dudarlo un instante a la gloriosa aventura de tus prodigiosas tetas, de tus piernas canallas, de tus ojos acuáticos y reto al destino a que me detenga si tiene cojones. Lástima haber olvidado que si que los tiene. Testículos, ovarios y otras gónadas. De pasión y mala hostia, anda sobrado.

Pero eso será después porque ahora lo que toca es avanzar paso a paso y no mirar hacia abajo y no fijarse en los tiburones, ni en los delfines psicópatas, ni en los machos cabríos de tres cabezas y seis colmillos. En el kraken que tontea con la madre de todo los pulpos. En la reina de los mares que se guarda en el bolsillo almas con forma de pañuelo. Y en el mar oscuro que les esconde a todos.

Por eso es un triunfo que a un pie que te va le siga un pie que te viene y a un ay que me caigo un uy que me sostengo. Y hasta tal punto le voy cogiendo el arte a la tramoya que si voy y me trastabillo al punto una portentosa maniobra de trapecista me rescata en el último instante y cuando el viento sopla encanallado, pronto le doblego con mi mirada altiva y mi tupé bravucón. De haber habido público sin duda que hubieran atronado la carpa de palmas y yo se lo hubiera agradecido con una pirueta gallarda y otra reverencia cortes.

Y en estas estábamos cuando, alcanzado el medio camino, acierto a caer en la cuenta, (que mala perífrasis para un equilibrista) del olvido inolvidable . Y es que así, sin vara de avellano de 3 metros ni orquesta de circo que me acompañe, sin que rujan las trompetas ni redoblen los tambores, sin un chimpancé disfrazado de húsar que haga un chan memorable con sus platillos de bronce, no hay manera de engañar a los dioses. Y por eso caigo en la cuenta, y a fe que es mala cosa insistir en esta expresión, que allí arriba se está muy alto y hace mucho frío y sopla mucho viento, y recuerdo, mala memoria la mía, que ni soy altivo ni soy gallardo y que a lo que más tiendo es a fantoche tembloroso, de esos que se caen en las comedias como yo estoy cayendo ahora, desde mucha altura y braceando y hago chof sobre las aguas de ese océano impenetrable que resguarda a los monstruos de mí y me dejo arrastrar sin que la muerte me importe más que el hecho de que esta noche tampoco dormiré contigo.

Pero no muero aunque esa es otra historia y por ende que debe de ser contada en otro lugar.

miércoles, 28 de enero de 2009

Platón...

Yo viviá en una cueva que no era ni muy confortable, ni muy calentita y que tampoco olía demasiado bien, pero que era mía y me gustaba. Un día comencé a escuchar aquellas voces que no venían de ningún sitio particular, aquellas palabras que decían cosas pero que no pronunciaban nada, que salían de un hueco diminuto tan oscuro como cualquier otro abismo. Me fui. Me echaron. Y por eso sorprende (también a mí) verme plantado como un pasmarote apenas a cien metros de la boca del lobo. No debería uno embobarse mirando las entradas en las que no se está dispuesto a entrar.

El viento entre tanto sucede y los relojes persisten y el mar se cambia de chal a cada instante. El tiempo me acaricia la mi piel, enerva mi cabello y yo respiro fuerte, levanto un pie... y me quedo quieto.

Supongo que allí seguirán, hablando de sus cosas de allá adentro, que no se cuales son. Me gustaría dejarme caer por allí justo en medio de aquellas voces y resbalar sobre la pared de la cueva y hacer preguntas sobre el infinito con la mirada perdida, pensando en otra cosa, sudando un poquito, con barba de tres días, con manchas en la camiseta interior, feo y guapo en el mismo parpadeo, clavado a los fugitivos de las películas yanquis que siempre saben cuando deben dejar de esconderse con una frase memorable que sólo escucha un policía de mirada triste y una colilla entre los labios. O algo así. Algo que te haga sentir acompañado, enmantado, protegido. No se si me explico. No se si me entiendo. Algo pequeño que quepa en la palma de la mano, de estar por casa. De estar en casa.

Pero tengo las pupilas y las plantas de los pies estrangulados de miedo. Solo mi cerebro camina en busca de explicaciones. Se que corre el riesgo de perderse en la locura pero ya es mavorcito para saber qué es lo que debe de hacer. Igual aquellas dos voces hablan desde un universo perpendicular (de ser paralelo, no podría escucharles). Igual fueron recuerdos del pasado de lugares ya remotos. Hombres invisibles. Topos que devoran los secretos enterrados. Gnomos ermitaños. Trasgos alcohólicos. O algo mucho peor que cualquiera de esos galimatías. Yo, desdoblado, voraz, hambriento de decirme las cosas que no quiero escuchar. Y por eso no entro. Por si acaso. Porque hay sonidos terribles, si, pero ningún aullido estremece más que los ecos de uno mismo.

Solo cuando mi voluntad cede mi cuerpo reacciona. Cuando se asegura de que no entraré en las tinieblas consiente en volver a moverme y camina ligero a condición de que la dirección sea lacontraria y no oponga demasiada resistencia a los empellones que me propina mi cobardía y que me arrastran hasta la que es hoy mi casa, que también es cueva, pero sobre todo es casa. Al menos hoy.

Y justo al marcharme, un segundo antes de no seguir estando en aquel sitio oigo.

Escucho (o creo escuchar que dice una).

- Salimos?

Y responde la otra

- Hoy no.

- Demasiado frío?

- Y demasiado calor.

Regresaré. Al fin y al cabo uno siempre vuelve al lugar del crimen.

miércoles, 21 de enero de 2009

La Reina de las Nieves

He recuperado la ilusión de mirar otras islas que no son ella y de contarlas para que nunca jamás se sumerjan sin que nadie las recuerde.

Sobre una de ellas caminaba a veces una mujer bonita de cristal fino y piel de polvo de arroz, como las porcelanas chinas antes de que envejezcan, de que se descascarillen, de que sean olvidadas.

Nadie que la hubiera visto pondría en duda niguna de sus rotundas bellezas, zagala de carnes indómitas (de tetas estupendas y un culo de un alabastro cálido y suave) y de huesos de leche siempre impecables. Tintineaba a cada paso que daba y hacía un pum a cada golpe de cadera que a todos los hombres les sonaba a sinfónica. Nunca olvidaba ni la sonrisa de bizcocho ni el espejito de carey. Era elagante, discreta, divertida, sensual y yo, al igual que el resto del universo, hubiera querido deslizarme por esos bucles de trigo, bucles hechos y derechos, Cabelllos de angel.

También era graciosa y tenía un MBA y un puesto de directiva en una empresa de dos apellidos unidos por &. Era buena hija y buena hermana. Nunca odió a ninguna de sus amigas ni siquiera a las más guapas y a su novio le quería como a un príncipe azul y como a un amante canalla. Lo mismo disfrutaba de un paseo de domingo sobre alfombras de otoño recogida de su brazo que mojando y revolviendo mil y una noches de sábanas usadas. Leía a Tolstoi, a Mann y hasta a Borges, sabía de ordenadores y de motos y las horas que quedaban visitaba a ancianos abandonados en pulcras residencias de mierda.

Por eso nadie podría entender porque esta tarde ha llegado a la playa de su isla, se ha quitado por completo su bikini de lazos rosas y lunares azules y como un cervatillo feliz, ha comenzado a nadar hacia el infinito con vocación de morirse mucho antes de alcanzar el horizonte.

Juro que a mí me parecía risueña antes de que se dejara llevar. Vestida de oceáno aún estaba más guapa.

lunes, 12 de enero de 2009

Sombras

Me desperté con un agujero en el estomago.

Comí y no sirvió de nada, bebí y no vi que el ron se escapara por ningún sitio, y cuando no es de comida ni es de alimento los agujeros suelen ser síntomas de tristezas y de miedos. Miedos muchos, porque el mar se encabita y el viento se encrespa y los animales ululan y la tierra borbotea y a la noche el sol se pone y no regresa hasta el día siguiente. Pero eso es cosa del común de los días, como respirar o arrepentirse, y aquel agujero, aquel pequeño vacío por el que se se me escapaba el aire, era nuevo, reluciente y tocaba las pelotas con las manos llenas de sal.

Así que me puse sesos a la obra a ver que coño era aquello que me incordiaba las pesadillas. Y llegué a tí, porque de todos los laberintos eres tu la unica salida, pero (y te lo confieso bajito para que apenas me lo oigas y no me lo reproches nunca), a veces amor, (que nunca seras mío ni seras de nadie), tambien eres el cofre, la tapia y la cerradura virgen. Por que en eso consiste gustarse, en odiarse un poquito los días que no te acuerdas decomo amarte. Y es que, descubrir las razones de mis vacíos, más que una revelación, fue una bofetada. Por eso te escribí para decirte, palabra más, palabra menos:

"Desconozco si te atormenta el hecho no saber hasta que punto me entusiasma enterrar los pies en la arena. Igual ignorar que tengo una marca de nacimiento en un codo, que padezco de asma en invierno y de buenos pulmones en primavera, que colecciono tréboles de tres hojas porque de cuatro hay muchos menos, te resulta insoportable. Y puede que tuerzas el gesto cuando leas lo que voy a decirte.

Yo,puedo concebir una vida sin tus caricias puesto que conozco más de x maneras de proporcionarme consuelo de una forma sucia y solitaria. Puedo sobrevivir sin escuchar tus labios porque mi voz impostada y mi propensión a la esquizofrenia suplen esa carencia incomprensible. Pero ni aguanto, ni tolero ni permito vivir un minuto más sin ver tu rostro, sin cerrar tus ojos, sin ser deslumbrado.


Porque juro que mis ojos ya han pensado mil maneras de hacerte hermosa y que he dado vacaciones al logos para dejarle todo el espacio que quiera al eros. Porque quiero que me deshagas mis nudos gordianos y me digas como se va al Paraiso para mandarlo a tomar por culo y quedarme a tu lado.

Se que de los dos soy el más lerdo. Se que nuestro amor es anárquico y maldito. Se que esta noche no podré rozarte. Pero se que hallarás la forma y el camino. Y que


Y allí estabas. Que yo pensé en una foto raida o en un retrato abstracto, pero solo porque yo soy más lerdo y tu, menos. Estaba yo con los pies enterrados en la arena y macilento, en plena contradicción existencial, comiendo una banana que no vacilaba en escabullirse por aquel horrible hueco e imaginando ya sucios y solitarios consuelos, deshojando tréboles de tres hojas empeyándolos por un "no me quiere", hasta que vi restallar las aguas del océano y pensé "es un submarino, es un tiburón...", y resulta que eras tu, más arrebatadora que el primero, más brillante que el segundo. Tu, o tu imagen, o tu reflejo, o tu espejismo, lo que sea, porque ahora comprendo que de haberte contemplado cara a cara, presto me hubiera tornado en piedra, no tanto por medusa como por su antagoista, mujer inimaginable y cálida. Aquel esbozo tuyo que flotaba en el agua, no era transparente sino maquillado, y no era plano sino que había respetado las tres dimensiones y le habia incorporado una, cuarta e imprescindible, la de tu alma.

Así que hoy, que ya es mañana, he olvidado que algún día yo me desperté con un agujero en el estómago y que no supe la razón hasta que me topé contigo. Hoy te saboreo y no te comparto, porque no puedo describirte, porque nunca dije que fuera un genio.

No tardaste en desvanecerte y sin embargo ya eres inmortal.

sábado, 3 de enero de 2009

Folclore

La gente cuando regresa de vacaciones, hace ciertas cosas.

La gente lo primero que acostumbra a hacer cuando abre las puertas de sus casas es suspirar, y en ese suspiro están confesando que por un lado no quieren volver y que por otro, están contentos de haber vuelto, porque la gente tiende a ser contradictoria y las personas, mucho más. Ese suspiro es una campanada que indica el fin del reposo, por poco reposado que haya sido este y el inicio del trabajo

Sacar la maleta, echar dos o tres o más lavadoras, tenderlas, plancharlas, meterlas en un cajón, ahuyentar las polillas, pasar el dedo por las estanterías y descubrir que el polvo nunca se toma vacaciones, hacer algo de cena, cualquier cosa si, pero cualquier cosa hay que hacerla, comprobar por internet lo que te has gastado, llorar un poco, dejarte aplastar por la melancolía y envolver por el sofá, acostar a los niños si los hay, acostarse a uno mismo, dormir y despertar a una rutina que poco a poco te irá atrapando, suavemente, sin apenas darte cuenta. Lo que el primer día es doloroso al poco ya sólo es gris e incluso calentito en dos semanas, y se agradece. No se porque no hay zoos de seres humanos, con el animal tan curioso que resultamos ser.

Pero yo, náufrago de cuna y vocación, pospuse todo aquel enjambre de obscenas tareas de hombre pobre dado que mi única e imperiosa necesidad necesidad era escribirla y explicarme, y justificarle y justificarme y con todo ello, decirle:

Lo siento

No pude

Te quiero.

pero con una prisa infantil e insaciable que una botella, en su cadencioso contoneo de mar, no iba a resolver salvo demasiado tarde. Cavilé mil alternativas y la única que acerté a encontrar viable fue tan descabellada como confecionar un avioncito de papel para que transportase mi conciencia, a ver si Ella me la calmaba de un beso o me la aniquilaba en mil cristales de una vez por todas. Dice mi imaginación, torpe como ella sola queel perdón y la muerte son las únicas formas posible de tranquilidad, y yo le hago caso, por aquello de que la pobre no se disguste por tan poca cosa.

El problema surgió cuando mi ignorancia en mitos y leyendas me permitió bautizar el prototipo como Ícaro sin adivinar los nefastos presagios que un nombre mal puesto supone para la existencia de animal, vegetal o mineral. Aquel pájaro de papel se elevó más alto que el mundo a pesar de mis ruegos. Cuando cayó calcinado derramé lágrimas que sabían a cera como si una parte de mí, la menos mala, se hubiera derretido. No se por qué.

Hubo más hijos con forma de avión y tampoco acerté con sus nombres. Narciso, Ulises y Apolo se llamaron. El primero se zambulló estrepitosamente en las primeras aguas de cristal que le embaucaron. Como el segundo no daba señales de vida yo me puse a tejer una bufanda pero cuando caí en que ni se coser, ni congenia la prenda con el clima tropical ni yo tengo paciencia para estas cosas, envíe al tercero. En cuanto le perdí de vista recibí una señal de radio que contaba no se qué problema en Houston. Puta locura. La botella habría llegado hace milenios. Ingeniero frustrado. Chupatintas. Poliedro de mierda, me maldije.

Así que al último le llamé Pepe, que es más de estar por casa, y que, a su ritmo y a su manera, llega, sin alharacas ni artificios, pero llega. Y hasta te trae la respuesta, vacilón y encumbrado, pero trayéndome sus palabras, que desde aquellas de hágase la luz y la luz se hizo, no ha habido otras mejores:

Pudiste.

Lo sentí.

Te quiero.

y en tres frases abrazó mi alma y me arrebató las culpas y las ventiscas de mi vida y si bien no pude evitar llorar antes de perdonarme, ahora, reclinado sobre un montón de arena tibia, repaso todas las formas verbales del verbo querer esmerandome en acatarlas una por una, y en incluirla en todas.

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