domingo, 20 de octubre de 2019

Ya ni follar me valdría. Eso es fácil. Es incluso lo más fácil del mundo. Ni siquiera tienes que mancharte saliendo a la calle. Internet y tu smartphone se ocupa de ello. O en un sitio de los de luces tenues. Y elegir. La que te parezca guapa. La que tenga las tetas como a tí te gustan, al menos en tu imaginación. Decirle, por favor, nada de mi amor, nada de supermanes. Me basta con que parezca que no te importe demasiado, que no es lo mejor que me ha pasado en mi vida pero que tampoco es lo peor. Que te mire un poco después de que haya fingido su orgasmo. Irse con un beso, suavemente. Hablar mientras se viste. Sentarse un poco en la cama antes de hacerlo. Que te de una palmada en la rodilla y la puerta se cierre y nada haya pasado en su vida y se haya movido algo la tuya. Que me diga en algún momento, hueles bien.

No es suficiente.

Necesito alguien que me asalte por los pasillos y me bese, demorándose, que se deje magrear y me de una excusa y me jure un luego. Necesito eso. Y también que se acuerden de mis cosas. Necesito abandonar el sigilo en las conversaciones y recuperar la risa. Beber juntos, ir borrachos, no mirar el reloj. Que me enseñe las tetas de forma desordenada en un ascensor o en un parque infantil. Necesito abandonar un mundo absurdo y aterrizar en un mundo ridículo, donde haya sexo, donde haya ternura, donde se discuta y se abrace con la misma pasión. Necesito también que me necesiten, que me guarden cariño cuando me digan se ha terminado, que se pueda encontrar uno en el parque con su sombra sin pedir perdón o disculpas o guardar silencio y marcharse avergonzado. Necesito a alguien que le diga a mis hijos cuando yo no esté que un día escribí esto, aunque yo lo niegue desde la muerte.

¿Y qué necesitan los demás?

Seguramente no lo sé. Probablemente no me importa. Y ese es el mayor de los problemas.

Template Design | Elque 2007