lunes, 7 de diciembre de 2009

RIP (I)

Reciéntemente comprobé que los muertos también naufragan
y que además, sienten la necesidad de contrame cosas.
Son muchos los que habitan en el conjunto de islas que miran a oriente.
Esta es la historia de tres de ellos, que me gustó más que la de los demás.
Ya luego, si eso, hablo yo.

Joseph.

Siempre te esperaré. Me lo dijo mi santa en el lecho de muerte cuando mi corazón cerraba los ojos y mi aliento ya no conmovía a los espejos. Me dijo, ya sabes lo que quiero decir y yo, que la verdad es que no lo sabía, asentí reconfortado mientras se deshidrataba este valle de lágrimas.

No avisan de que cuando mueres ni te vas ni te quedas, solo estas y ves. Es muy raro y yo, que fui aparejador, nunca fui muy dado en devanarme los sesos con filosofías y otros misterios, por lo que no se explicarlo mejor.

Estas. Estas el día de tu muerte mientras tus amigos se descojonan con las anécdotas que nunca se terminan de contar, tu hermano coloca sus mocos con disimulo tras el suelo de mi ataud y tu perro devora los restos del convite sin soltar un miserable gemido. No mola estar y no estar porque entonces nadie disimula y ves las cosas como son, sin caverna que lo filtre.

Ves. Ves como tu mujer, la triste y desconsalada viuda, la Penélope que, o no tiene bufanda o no sabe tricotar, va y se enamora del sepulturero. Bueno, ella aún no lo sabe, pero como tu ves pues eso lo también lo ves. Y el sepulturero la corresponde. Entre palas y azadones, le planta la mirada en la caída de sus ojos y en la de los pliegues del vestido negro que tan bien la sienta. Quizás ella no tenga culpa, no se, su dieta es pobre en magnesio y nunca tuvo mucha memoria. Lo cierto es que se olvidó de su promesa (los siempres duran poco para los despistados) y sólo me quiso un rato, pequeño e insignificante.

Reconozco que lo que más me jodió fue que profanase mi memoria con el hombre que cubrió de tierra mi cada vez menos presente cuerpo. No ya solo por el hecho en si mismo que suficiente vergüenza me parece, sino porque el tio debía ser una máquina de follar de mucho cuidado. A santo de qué si no sea iba a colar por personaje tan sombrío....

Por lo mismo que me enamoré de tí, imbecil. Porque a su lado, esa soledad indescifrable de las noches sin luz, se quedan tras la cara más fría de las ventanas, junto con el viento y otros lamentos. Porque no era hombre de muchas palabras pero sus miradas me calentaban las mejillas y me acompañaban las mañanas. Me llevó a vivir a a la garita del cementerio y me contaba historias de muertos que no dejan de vivir. La del hombre que quiso enterrar a su perro en el panteón de la familia y luego se fue a vivir allí hasta que se murió de pena y de silencio, sin hablar un lustro. Era de esas buenas personas que llevan su congoja en las entrañas pero que asoma la sonrisa con cada buenos días. Nos arreglaba las petunias y los rododendros porque tenía muy buena mano para las plantas y un día se marchó a jugar con su perro y ya no le vimos más. O la de aquella tumba que Antonio se encontró abierta por la mañana y que por la tarde, después de comer y de apurar la siesta, volvía a estar cerrada como si nada hubiera pasado después del paseo. Porque me templaba los pies y las manos y me hacía olvidar que nunca más volvería a estar acompañada, contigo tan muerto.

(mi mujer es muy resuelta y a nada que me callo ella mete baza. Algo de razón tiene pero sabe que el castañuelas de su amante me tiene la tumba echa unos zorros y estoy de musgo y de humedad hasta las gónadas. Lo que es verdad es que el chafardero la quiere a su silenciosa manera y la cuida a su modo de entender y es humano tratar de borrar el nombre del predecesor para que los recuerdos solo piensen en tí).

Yo espero, aquí en esta isla, consciente de que si yo llegué, es posible que ella venga. Todo será que el capricho que hasta aquí me trajo no cambie de humor o de marea, pero mantengo la esperanza intacta y el ardor guerrero y tengo preparadas mil historias que le hagan enterrar el recuerdo del aguafiestas de la pala. La de la tortuga que no se sentía en casa dentro de su caparazón y que buscaba otra más céntrica y más luminosa. La de la sirena reumática y muda que salvaba a los marineros de las garras del océano porque era la única forma con la que conseguía enamorarlos.

La de un náufrago que espera pacientemente a dejar de ser un cobarde para cruzar el trozo de mar que le separa de la sonrisa que le gustaría moler a besos. La tuya, para más señas...

6 comentarios:

Tesa dijo...

uy... chungo...
cuando alguien se enamora del sepulturero así... con el cuerpo presente... es que ya hay algún precedente antes del fallecimiento del tieso... quien sabe si el frutero del mercado o algún compañero de oficina

¿no notaste si el ataud te quedaba corto de tamaño??

haces bien en buscar consuelo en la sirena ...ojo por ojo...

humo dijo...

Pues eso de contar historias a la chica está muy bien traído, porque no hay cosa que nos guste más antes y después de lo otro.

Ana di Zacco dijo...

Pasaba por aquí y me he dicho "anda, si éste ya lo leí en su día y hasta dejé alguna señal", y ahora veo que no, o ha desaparecido.
Bueno, pues aprovecho para envidiar su sosiego isleño, así no se entera de la vorágine que asola el continente en estos días paganos como el que más.
A más ver y que sea prontito!

María dijo...

Feliz Navidad Sr. Mago. Le deseo lo mejor y le echo mucho de menos pero estoy tan liada que no tengo tiempo ni de respirar. Besos

humo dijo...

¿En la isla se celebra la Navidad?

humo dijo...

¡Feliz Año!

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