martes, 30 de junio de 2009

Periplo (III)

Sospecho que es imperioso abandonar el tono zascandilero que el autor de la nota me ha contagiado. Por mucho que intente hablar de cosas serias acabo escribiendo de cosas absurdas. Cosas de vivir con las manos y la lengua en perpetua contienda.

Yo intuyo que ese armario que se abre ante mí va a ser muy importante en mi vida y debo concentrarme en las parábolas y abandonar las parodias, pero se, que es mucho más que adivinar, que no me va a resultar fácil. Y no lo es por que el enser inaugurado es en todo igual a un armario común, con su altillo forrado de mantas, su zapatero donde se arremolinan botines y manoletinas, sus baldas herniadas y sus cajones a dos velas. Jerseis de medio pelo, camisas fúnebres. Bajo la sombra de las corbatas ahorcadas solo crecen mandrágoras oficinistas. Hay alguna chaqueta con muchas noches y mudas con demasiadas mañanas. Sobresalta un abrigo revestido de piel, de esos que te abrazan con solo mirarlo, que ahuyentan a la lluvia y a otros demonios. Pero poco más.

Un armario que sería igual que el resto de sus familiares si no fuera su aura opalescente y fantasmagórica, que alumbra tímidamente mi rostro cuando lo acerco contrariado. Una luz gótica y azulona, nichichanilimoná que diría la meu mara. Y aquí comienzan los problemas formales que esta narración implica. Porque originariamente la palabra que había escogido para definir esa luminiscencia era tumescente. Pero resulta que tumescente no es esa luz impalpable que yo trataba de describir sino que es sinónimo de hinchazón y no hay nada más lejos de mis intenciones que describiros un armario blando y regordete. Absurdo.


El problema es que mi yo racional es de natural endeble y no le duelen prendas en dejarse ganar por cualquier locura de medio pelo que sepa bailarle el agua. ¿Cuales serían las razones que podrían justificar que aquel mueble presentase una semblanza tan grotesca.? Hosti tu una riada. Una riada en un punto indeterminado de un continente arrogante y hostil a las aguas, que mira con el ceño fruncido esas nubes negrísimas que se estan haciendo fuertes en el odiado cielo hasta que le explotan en la cara y arrojan sobre su lomo diluvios y otras pataletas bibilícas. Luego ya se sabe, edificaciones construidas sobre lechos de ríos olvidados que resucitan sedientos de recuerdos y que se llevan por delante todo lo que se encuentran: tenderos que no dan a basto con tantas sábanas, cables de luz que no dejan de soltar chispas por la boca, bicicletas que pedalean solas y embarrancan sobre arrecifes de caucho y gasolina. La boina del tío Gervasio y las zapatillas de su nieto Nicanor. Una copia de la Historia de Herodoto le dice al rio que nunca es el mismo, que siempre cambia y deja tras de si un rastro de lágrimas negras, que siempre son las mismas, que nunca cambian.

Y es que el agua, que tan gentil y cristalina puede mostrarse, cuando se pone turbia no le duelen prendas en entrar en una casa cualquiera y arramplar con todo incluso con el armario isabelino que decoró los palacios mas chic de los siglos distantes. Un armario errante, el más temido de los siete mares, que se recorre el mundo a lomos del mar y que echa en falta palabras para contar sus aventuras: el olor de las especias de las costas de oriente, las chalupas de los Pueblos Tristes en pos de las Tierras Alegres, el mar de fuego en el que, a pesar de sus prejuicios prejuicios madereros, se zambulló en Santorini cuando al sol le dio por atardecerse. Un armario que se orilla en Trachimbrod, y estibada por quien sabe quien, se cuela en una cabaña cualquiera despojado por fin de sedas y carmines, y que se muestra tumescente y también ambarino a aquel que lo abre.

Preo ya basta de contar insensateces. Por que poco despues de abrirlo he desaparecido, de Trachimbrod, y he aparecido, en otro sitio. Y creo que debo contarlo, pero no ahora, que tan cansado me siento, sino después, que igual recupere el tono y me deje de gilipolleces.

sábado, 13 de junio de 2009

Periplo (II)

Sentado en el camastro aliso la nota con el puño. Descubro una letra menuda, las letras se avalanzan las unas sobre las otras y se apresuran a contar una historia ciertifalsa. A modo de diario el papel, amarillento y pergaminoso, dice:

1/2 D - Gracias al cielo hay un lápiz. Y una hoja.

1D - Hace tiempo yo dormía en una habitación con una puerta. Si la abría veía el recibidor, si insistía en la apertura llegaba a un rellano con otras tantas, la del ascensor, servicial, invitaba a atravesarla con tan solo pulsar un botón. A casi todos nos basta con atravesar dos o tres umbrales para llegar a la calle llena de aire libre y de prisa, para escapar de las prisiones, para regresar a ellas. Nunca pensé que lo echaría de menos. Aquí solo hay dos puertas. Un armario. Una salida. Y para ser sinceros, trato de colocarme lo más lejos que puedo de sus promesas.

2D - Aquí es fácil abarcar el mundo. Todo se reduce a una ventana ciega que no mira a ningún sitio. Al menos yo no veo nada. Debajo hay un fragadero que está sobre una encimera que hay sobre unos estantes que descansan sobre un suelo. Encima está el cielo y también es de madera. Como la silla, la mesita, el somier y el armario críptico. Solo el libro es de papel, las mantas son de lana, el colchón de gomaespuma quizás. De que estoy fabricado yo, de que esta hecho el reloj de pared que siempre marca las ocho son cosas que no sabría decir. O si sabría decirlas, pero no podría prometer que es así. O si podría prometer, pero es posible que perjurando, y yo ya llevo demasiados pecados en mi haber como para seguir jugando con fuego. Nunca mejor dicho.

3D - Soñé que soñaba que estaba soñando. Solo me desperté dos veces y ninguna de ellas me sacó de la cabaña.

4D - Se cuenta (pero Dios es más sabio). Sherezad apura las noches del sultán. No se cuantas han transcurrido aquí. Allí ya fue la última. Nostalgeo un rato antes de regresar a la primera. Se cuenta, (pero Dios es más sabio...)

5D - No tengo hambre (ni sed, por supuesto). Tampoco tengo miedo. Recuerdo (aunque empiezo a olvidar que en aquella habitación con puertas las cosas no eran así. Igual que los reflejos de los espejos tergiversan el sentido y la dirección sin advertirlo, los recuerdos y la realidad se mienten sin aparentarlo. Se viceversean. Nota: tengo que dejar de manipular palabras.

8D Por ejemplo - Cuento las gotas que resbalan por el sumidero. Me quedo tendido boca abajo, sin dormir, sin pensar. Concentro toda mi pasión en rascarme el tobillo, en un eructo melancólico y en lograr de una vez por todas hacer el pino puente sin joderme la médula.

9D Pom pom - Alguien ha golpeado en la puerta desde el exterior si es que aquí hay exteriores. Si se da por supuesto que debo contestar, incorporarme o acción análoga, aviados andan. Este sitio será todo lo monótono que tu quieras pero cada cosa tiene su sitio y si no me gusta, lo cambio. Más alla de lo inmediato cualquier cosa se antoja, en el mejor de los casos, terrorífica.

11 D - Se repite el repique. Se repite el silencio. Cuando escucho la llamada, las manecillas del reloj se relajan y adelantan un minuto. Cuando comprueban que sigo imperturbable regresan a su horario de oficina

17.895 D - Han pasado esos días. O más. O menos. El tiempo es caprichoso si el sol u otros aparatos no le cuentan los segundos.

Pi D - Al principio era Ella y después también. Y luego y mas tarde y al final. Y hasta aqui la Biblia nueva y eterna, versión comentada. Más de un versículo me suele dar fatiga...

Otro D - Hoy por fin he abierto la puerta. El armario es....

Las letras se arrojan por el borde del papel dejando tras de si un reguero sanginolento de tinta. No puedo reprocharlas su ambición por despojarse de significado pero su capricho entorpece mi comprensión. Arrugo de nuevo el mensaje que agradece el gesto. Lo guardo en mi bolsillo zurdo y me quedo un rato en stand by a ver si se me ocurre algo. A ver yo se que momentos como este parezco tirando a perturbado, pero tampoco puede decirse que esté mal, no es regular lo que estoy, quizás podría valer si afirmase que ni fu ni fa. Más bien fi. Pero hay una cosa que estoy dispuesto a asegurar: por las salidas se sale, por las entradas se entra aunque seguro que habrá alguien que lo contrario.

Lo primero ya lo conozco. Lo segundo me da miedo. No hay opción y aún así tardo un rato.

Por fin, hoy, he abierto la puerta del armario....

jueves, 4 de junio de 2009

Periplo (I)

Que sitios más raros te buscas

No lo escogí mamá. Fue cosa de naufragios y mares revoltosos. Y no hubiera naufragado si tu no me hubieras insistido en que tenía que hacer un crucero....

Lo pienso pero no lo digo. Mi madre no está en Trachimbrod. Imagino que está, que en este momento la cara se le está contrayendo en un mohin disgustado, que señala los rincones más extravagantes con la mano y con el bolso que se zarandea arriba y abajo, sin cascabeles pero con hebillas, y que vomita de vez en cuando pequeños objetos por la ranura que deja una cremallera mal cerrada. Un mechero. Una polvera. Una brújula. Un dedal. Una foto. Un muñeco. Un sombrero de papel....

Podría ser peor, sentencia. Gira su cuerpo hacia mí. Me sonríe. Me coge de los hombros. Se queda mirando de lado, con la boca pensativa, dividida entre la alegría de verme y una leve tristeza que nunca abandona a las madres que dejan que sus hijos crezcan. Me da un beso pequeño y me dice agitando la cabeza con parsimonia malhumorada.
Llámame de vez en cuando que me tienes abandonadita
Se desvanece en mi fantasía, abruptamente, como si no quisiera que la viese llorar. La echo de menos y aún noto la suavidad de sus labios dándole calor a mis mejillas. Lástima que no recuerde su aroma; las fábulas no huelen a ella.

Y encima tiene razón, esa razón asfixiante con la que las madres dejan en evidencia a su prole. Trachimbrod es un lugar que cuida con delicadeza lo extraordinario y expulsa con cajas destempladas cualquier rutina o lugar común, lo cual no se en que lugar me deja, puesto que antes de esto yo era uno más y ahora tengo la sensación de ser uno menos.
Hace tiempo que descubrí una cabaña. Sobra describir el lugar en el que la construyeron pues en Trachimbrod ni el norte ni el sur se encuentran donde deberían. Además me aburre leer paisajes. Los paisajes se miran, no se escriben... ya cuando los hablas los vas perdiendo y cuando los describes ya no existen; sólo son una voz o una palabra; inodoros, incoloros e insípidos pero no quitan la sed. Una choza con paredes de madera y techos pajizos, con verdín en las junturas y los ventanucos deslustrados de mierda; una sombra entre miles de arboles tan espigados como codiciosos; de tan poca cosa, casi una mentira, pero una mentira en la que poder dormir sin mojarse y a veces, cuando el fuego sirve para esas cosas, sin pasar frío.
Supe (del verbo estoy seguro) que aquel lugar no era un espacio más, no era otro lugar construido, no podía ser el hogar de una familia ni el refugio de ningún ermitaño. Miré mucho rato sin atreverme a hacer otra cosa. Creo que entremedias algunos pajáros se divirtieron picoteando mi cabeza, es posible que crecieran rastrojos entre los dedos de mis pies y que al ponerse en marcha, la oscuridad le hubiese birlado el reino a un sol cobarde y cabizbajo. Al cruzar el umbral sabía (del verbo estoy seguro) que había una vida antes y una vida después, pero tantas chapuzas creé en el pasado que al futuro, si bien brumoso, dificilmente podría acabar echándole en en falta. Alguien me dirá que donde estaba Ella en aquellos momentos y yo le responderé que en su isla, como siempre. Muy lejos y sin embargo de la mano. Yo pensaba (del verbo me gustaría estar seguro) que en esa casita iba a acabar con océanos y otras distancias.
Se cerró la puerta detrás de mí. Sobre el camastro que ocupaba la pared opuesta a la entrada, descansaba un papel arrugado...

miércoles, 27 de mayo de 2009

Nana

Algunos dirán que el mango de un hacha no es lugar para un poema, pero no me importa mucho. Son los mismos que piensan que mi habitación no es buen sitio para una señorita. Sea como sea allí fue donde lo encontré escrito, grabado con un punzón y con mucha paciencia. El hacha estaba clavada sobre el espinazo de un mango resentido. Lo liberé de su verdugo y respiró aliviado, pero no me regaló ningún fruto el muy cabrón.

A mí el poema me gustó. Es de esos de alguien que quiere querer a alguien. De esos que no sabes quién es él ni quién es ella, ni si les dura o si se hartan o si el tiempo les olvida. Si caminan cogidos de la mano o si las manos les sirven para golpearse. Si nunca se ven y siempre se desean.

Te vi los ojos.
Subrayados de tinta o tal vez rimmel.
Tiemblan.
Tu cuerpo tiende a estremecerse.
El frío, la noche, yo...
Dan ganas de abrazarte y detenerte,
de aquietar tu paz violada
sembrar de sueño
y de plurales
tus nerviosos párpados.
Pero yo me contengo,
respetuoso
tengo ganas,
pero no...
y te miro de nuevo
y pienso de inicio
maldito respeto.
Otras vidas vendrán donde pueda quererte
Pienso, mientras la Noche no cesa.

P.D - No uso el hacha. Pero la tengo cerca.

martes, 12 de mayo de 2009

L (y II)

Empezaron mal las cosas cuando por vez primera, unas insolentes gotas de otoño, arrugaron y emborronaron las páginas de mi dominical. Y no mejoró cuando mi madre, resabiada de quina, soltó a todos mis hijos, que su abuelo, a la sazón mi padre, nunca fue otra cosa que un chupatintas que perdía el poco fuelle que tenía debajo de las enaguas de las criadas y de las bragas de las furcias; y que su hijo, (a la sazón, yo), iba por el mismo camino, pero lo dijo tan bajito que sólo yo y mi mujer (que se quedó pensativa) pudimos escucharla. Un atasco nos retasó más de la cuenta y llegamos a la Iglesia con el resuello en la punta de la lengua y embarullando más de lo debido.

Pero no creo yo que eso le de derecho a Nadie a castigarme de forma tan desproporcionada, por muy barbudo e impotente (omni, quise decir omni-potente) que diga ser. Por que sin venir a cuento ni advertencia previa, noté un tormento insoportable al meter los dedos en el agua bendita y un sulfuroso hilillo de humo se elevó hacia hacia las nervaduras de las bóvedas hasta esfumarse ante las miradas ceñudas de los Apóstoles. Suerte que mi familia había tomado sitio y que toda la parroquia estaba subyugada por los encantos de la voz terráquea del Pater y es que prefiero no imaginar la vergüenza que hubiera tenido que soportar si alguien se hubiera dado cuenta. Huele a quemado dijo mi esposa cuando tomé asiento a su lado, Pamplinas, musité, mientras consolaba mis atormentados dedos frotándolos entre la tela de los bolsillos.

Pero no lo eran. Tras años de catecismo hasta en la sopa, había que ser muy torpe para no reconocer los síntomas, de los que aquel día aciago en la iglesia fue solo el prefacio. Puedes imaginar lo que sientes cuando, aún creyente, todavía devoto, tu cabeza se pone a girar como una peonza mientras te afeitas? Añádele además que tu mujer intente entrar en el baño en ese momento y que tu trates de bloquearle el paso con una mano mientras que con la otra procuras impedir que tu craneo salga volando o se transforme en un surtidor de espuma. Tu mujer entonces te preguntará, con deje preocupado e inquisitivo, qué haces cariño, y tu le responderás, con el aliento corrompido de los mil hijos de Lucifer, con la voz estrangulada por las garras de demonios horrendos y, a más a más, hablando hacia delante y hacia atras hasta que recuperas el control de los músculos, hay cosas que los hombres deben hacer solos, prefiriendo la calumnia del onamismo a la sentencia del endemoniado.

El problema surge cuando el extremo sólo es el principio, cuando descubres que el mundo se ha inclinado hacia abajo y te vas a deslizar por él, sin frenos ni lugares blanditos que amortigüen las caidas. Aquel Viernes Santo me di la madre de todos los atracones de carne sin dejar espacio para la redención o la enmienda. Mi mujer no dejaba de santiguarse a cada filete que me tragaba y aún así, mira tu por donde, no fui perdonado. Mientras que antes todo podía solucionarse con un córcholis, ahora me cagaba en la Virgen a poder ser en procesiones del silencio y funerales de postín. Cuando el sacristán vino a felicitarme por aquella familia tan cautivadora con la que Dios me había bendecido, tuve suerte de que no entendiera ni una palabra de sanscrito y tomase por balbuceos lo que en realidad significaba que yo, su opinión, me la pasaba por las pelotas y que a ver si se dejaba de atormentarse por cascársela y se colgaba de una santa vez del travesaño del crucifijo, que vida eterna no habría pero la paz podría empezar a partir de entonces. No sólo no me clavó una estaca sino que me regaló unas tristes palmaditas en la espalda pensando que me había atragantado. Fonéticas complicadas las de las lenguas muertas, deduje.

Me colaba en el cine. Le quitaba el sitio a los viejos en el autobús y en la declaración de la renta marqué la casilla de obras sociales. Esa noche me fui de putas (ilegales, por descontado) y me lo pasé de coña. Tarde en acostumbrarme al amargor de la coca, pero pronto le cogí el gusto y cuando mi mujer me puso morros le solté que ya se podía ir buscando un picapleitos; al fin y al cabo al demonio siempre le ha gustado el derecho. Luisita, que me ponía enfermo con sus párvulas mojigaterías, sus mohines conventuales ante una la grasilla de la carne, sus grititos histéricos cada vez que un cantante de pupilas grasientas hacía un paréntesis en sus orgías sónicas de amor sin penetración, encontró en el cajetín de la Sirenita los versos satánicos de Rocco Sigfredi. No eran llantos los gemidos que me llegaban desde su habitación. Con Germán fui de padre enrrollado, que regala drogas y motos de falso equilibrio; Conchita y Javierín lloraron desconsoladamente cuando les conté quienes eran los Reyes Magos y qué les iban a traer el 6 de Enero. Pero todo era apenas nada en un mundo tan fascinante como este.

Me hice broker, causé una catarsis financiera devastadora y recomendé el suicido como la única salida digna de los inversores a los que había arruinado. Con el dinero de un fondo de pensiones para huerfanitos me construí una mansión con dieciseis cuartos de baño, total, si algo les faltaba, que se lo pidieran a sus padres. Creo recordar que todas las noches maldecía al demonio que llevaba dentro mientras gemía encalomado a los dulces lomos de una inmigrante rumana, cuyo nombre nunca pregunté.

En aquella casa sin final, perdí el rastro de mi familia. Quien sabe si huidos, quien sabe si muertos, quizás escondidos en un lugar más oscuro que mi alma, aterrorizados por mi aspecto macilento, las pupilas amarillentas , las uñas interminables que amenazaban con secuestrar sus corazones. Es dificil esperar cariño de alguien que te tiene miedo. Es imposible recibir un abrazo cuando husmeas más que hablas, cuando te sientes mas cómodo cuanto más encorvado caminas y sabes que no te queda mucho para perder la vergüenza y echar el vientre a tierra, reptando sin remilgos, salibando cada vez que te topas con una manzana del mal y del mal. Si algo quedaba de mí por aquel entonces debian de ser leves rumores, cantos de sirena que Ulises ignora, gimoteos de niño pequeño que invocan a papa. Papá no existe respondía aquel bramido despiado. Papá te ha abandonado,

Una noche me desperte. Hacía tiempo que en el fregadero ya no cabían más platos, ni en la terraza más basura, ni más mierda en el retrete ni más certificados del Juzgado en el salón. Un hombre me miraba, sentado en el quicio del colchón, fumando distraidamente, hasta que yo despertase. Interrumpió su letargo, sóltó una bocanada de humo que sonó como el último lamento de un tren y se quedó observándome con cierta timidez. Viejo, descascarillado, desnudo, fibroso y reumatoide, se le transparentaba la raigambre azulada de venas muertas sobre aquellas escuálidas muñecas repletas de cicatrices. Olía a humo y a menta, se le notaba virtuoso para la mala hostia y lucía seises a porrillo tatuados por todas sus partes. Se le adivinaba una ancianidad obscena, un tiempo anterior a la muerte a la que sin duda debió violar varias veces al comienzo de la vida. Sonrió un poco y dijo:

Me voy. Nunca vi a nadie tan hijo de puta como tú. Y te juro que de eso entiendo.

Me quedé pensativo. Me encendí un cigarro y mee en la alfombra. Me puse una gabardina, cogí las llaves del coche, lo arranqué y tomé el primer desvío a la derecha. Al primer subnormal que me tocó el claxón le volé la tapa de los sesos con una 9 mm, tenebrosa y bellísima y tras dar muchas vueltas, que incluyeron el norte y el sur, acabé en esta isla, no me preguntes cómo.

Es un sitio muy hermoso. Por eso no apagaré la hoguera que he encendido y cuando las llamas devoren todo sonreiré más que nunca.

Fin de la carta.

La letra es monocorde sin que se altere en ningún momento,
ni siquiera cuando se reconoce como un monstruo.

La noche se sonroja.

Una isla arde sin mesura.

Están desalojando el Paraiso.

Es ciertamente hermoso.

lunes, 4 de mayo de 2009

L (I)

Primera parte de la carta que llegó a Trachimbrod esta mañana.
La caligrafia es exquisita, como si la hubiera escrito un maestro renacentista
preocupado por que las letras no desmerezcan el dibujo.
El papel es grueso, ligeramente apolillado.
La tinta es púrpura. En otro tiempo se trataba de una dignidad
reservada exclusivamente a los emperadores. En este caso, no lo se.
Sea como sea, el firmante ha atrapado mi atención.
Rubrica con una L mayúscula,
curvada hacia abajo en su trazo superior,
como el símbolo de la libra, pero sin líneas paralelas.
Todo concluye en un punto categórico y definitivo.
No he comprobado si es cierto algo de lo que dice.


Dicen que tu habitas estos contornos desde hace tiempo y que donde los demás callan, tu cuentas. Yo necesito renegar del silencio pero no se de palabras. Por eso te busco, por si tu las encuentras.

Todo marchaba como debía, todo era correcto. Mi vida se ajustaba al patrón que confeccionó mi padre y que despúes yo, disculpa la inmodestia, logré bordar. Mi padre quería otro aprejador en la saga, pero yo le llevé la contraria y me hice arquitecto. Yo encontré una novia que, en público, escondía las risas tras sus manos y bajaba la mirada cuando la soltaban piropos. Pocos, eso si, guapa guapa nunca fue, pero hacendosa y limpia como ninguna, siempre regresaba a la hora que le marcaban sus padres, le gustaban las novelitas románticas y el punto de cruz y se dejaba magrear hasta donde lo moral consiente y no fustiga el remordimiento.

De la facultad, extraje notas excelentes y de las milicias universitarias, amigos interminables. Pasé del utilitario a la gama media y de la berlina al coche de postín, de la palmadita en la espalda al miedo en los ojos, del mote burlón al Don atemorizante y cuando compraba el periódico de los domingos nunca jamás llovía. El día en que se torció todo Luisita andaría ya por los quince años. Nos salió recatada , de esas niñas que a casa sólo trae sobresalientes, nada de novios ni de disgustos ni de faldas cortas ni de olor a tabaco. Un rara avis en esta juventud holgazana y sin principios. Algo más levantisco era bueno de Germán, que debió salir a los hermanos de su madre, todo sea dicho. Menos mal que no hay nada que un internado en condiciones no terminé de curar y el nene fue relegando las contestaciones a los ojos, que le seguían refulgiendo, pero se le refrescó la boca y durante un tiempo nunca se le olvidaba ni el por favor ni el gracias. Aún eran pequeños Conchita y Javier como para aventurales destinos, pero en su comunión no hubo otros más alegres y obedientes.

Lo que más me perturba es pensar que en todo este tiempo, no falté ni un domingo a misa, y que los veranos siempre fueron sota caballo y rey: Lourdes, Fátima y El Escorial. Salvo profesar respeté todos los sacramentos y, menos la gula, eludí todos pecados capitales. Mis hijos fueron educados en el amor a Dios y siempre que acaricié el cuerpo de mi esposa fue con el encomiable propósito de crecer y multiplicarme. Siendo claros, ni una mala masturbación me legitimé en toda mi vida y todas las canas que tuve, se me quedaron en el pelo y, a veces, en las pupilas. Por eso aún resulta más inexplicable lo que sucedió aquel Domingo de Adviento. Ahora que ya es tarde y que te escribo desde una isla de la que no piensao salir ni esta noche, ni ninguna otra...

viernes, 10 de abril de 2009

Hallazgos

Vive Dios que ser náufrago no es agradable el común de los días. Habrá quien, devota de espejismos, se ensueñe con prosaicas imágenes de Robinsones con barba de tres días, cabellera indómita y torso apolíneo, que alucine con cielos tan eternos y azules como los ojos del triste y que piense que de aquí emanan todas las brisas y repican todos los ukeleles.

Pues yo no soy así. Yo, si hubiera, hace tiempo que me hincharía a comer alcachofas para desprenderme de lorzas y papada. Yo me afeito todos los días y prefiero mi piel enrojecida y cuarteada a dejar un solo pelo sobre ella. Yo me peino a raya y odio con dientes apretados el cierzo huracanado que me entumece las costillas y me agita los premolares. Los tambores se me incrustan en la sien y no suenan melodías en esas noches tan cerradas que ni la luna se atreve a abrir los ojos.

Yo soy un naufrago feo y eso es cosa que no se lleva bien en esta isla sin espejos.

Yo soy un náufrago cobarde y eso da mucho miedo.

Yo soy un náufrago torpe y tengo los tobillos hinchados de tanto trastabillarlos.

Pero yo ya no lloro por las noches.

Creo que jamás di con un tesoro más valioso que aquella radio. La cogí entre mis manos, le acaricie su antena y me la acerqué a mis labios encharcandola de besos. Trachimbrod es un revoltijo de secretos, tipos que estuvieron y que dejaron rastro pero no cadaver. Aquel de entre sus inquilinos que dejó tras de si aquella joya de los hertzios, será heredero universal de mis agradecimientos y quizás de un legado testimonial, dos o tres mil ducados tal vez.

No se bien por qué pero aquel pequeño aparato aún escucha los maullidos de ese mundo que yo un día recorrí y que voy olvidando poco a poco. Me importa poco que se vayan difuminando las siluetas de edificios y de fuentes, el suspiro de los subterráneos, el tacto del cristal de un coche en invierno. Pero también se me están marchando los rostros y las manos y eso ya me preocupa más. Por eso aquel aparato oscuro me hace pensar que igual no todo está peridio y que quizás un día pueda correr detras de mis recuerdos para agarrarlos y evitar que se vuelen. Habrá quien me diga que es imposible captar emisoras desde lugares que no se encuentrán en las rutas de los barcos pero yo he aprendido a no pedirle explicaciones a Trachimbrod cansado de que me ignore y me desprecie. Hoy se que quien desentierra misterios carece de tesoros. Me limito a encenderla algunas noches en las que el dormir tarda o cuando los fantasmas montan jaleo demasiado cerca de mi almohada. Y allí recuerdo palabras, gente que habla, que a veces piensa y que también naufragaron, sin necesidad de arrecifes ni galernas o monstruos marinos, pero igual de embarracados y sin balsa.

Juro que una mujer dijo esto:

"Yo tengo un duende en mi casa que es bueno porque me manda suspiros de fresa y no de limón. Me cambia las cosas de sitio para que me recuerden que yo nací en Africa y que algún día podré volver. Cuando sueño con Santa Isabel me estira de la punta del dedo gordo del pie y me despierta y así puedo recordar el sueño, el olor de mi madre, las risas de mis hermanos. Volver es imposible y sin embargo el no pierde la esperanza....

Y que hace un duende en tu casa, pregunta la locutora con voz pegajosa y suspiro petulante

Me hace compañia"

Y yo sonrío y busco por el rabillo del ojo el rastro de aquel duende metijón de corazón grandilocuente y a veces cuando no encuentro las cosas que pierdo, pienso en él y en esa mujer a la que cuida, y entonces mis ojos, en el mínusculo instante de un parpadeo, se regocijan y se engalanan y cuando se abren me muestran una noche de cuarto creciente y una isla en la que naufragar no es tan malo.

Luego continúo con la tarea y voy olvidando, pero más contento.

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