jueves, 31 de julio de 2008

Voces

En Trachimbrod, yo solía dormir en una gruta.

Un lugar cualquiera, un sitio sin nombre.

Nunca fue lo alcoba más seca ni más calida, pero me jodió irme.

Empecé a escuchar voces. Cuando escuchas voces y no hay nadie, pasa algo. Lo mejor en una isla sin psiquiatra es marcharte y rezar para que no te persigan.

La primera vez que las oí lo atribuí a un duermevela aún eufórico de sueños. Pero la segunda vez ya tenía los ojos y los oidos como platos. No había error posible. Oía voces.

Una decía:

Me cago en la puta, pues no me olvidé el perejil otra vez

Y la otra respondía

Es que no te fijas

Se que no muy aterrador no parece, pero es que yo tampoco es que parezca muy valiente. El insomnio amargaba mis noches y nunca se me acababa de marchar un temblor seco, sin frío. No hablaban siempre. Solo algunas noches. No hacían caso de las lunas ni de las mareas, no obedecíann a festivos ni a días nublados, solo cuando quieren y como quieren. Encima de espantosas, pelín caprichosas las muy capullas.

Una noche me sorprendió temerario y busqué el origen de las voces entras las grietas de la cueva. Salían de un agujero diminuto. Miré por allí y en medio de la oscuridad más absoluta, imaginé manos fantasmales que no paraban de gasticular. Grité, "aquí hay gente que intenta dormir" y yo creí escuchar "no interrumpa, coño", pero igual no dijeron eso. Seguramente no contestaron nada y siguieron a lo suyo, incívicas, ineducadas, inalcanzables.

El remate fue el día que una voz comentó

Conocí a un tipo que siempre estaba leyendo. Cada vez que me lo encontraba tenía un libro entre las manos y entre los ojos. Un día le pregunté que cuantos se había leidoy va el figura y me dice que dos, que este era el tercero. Coño, solo dos. Tres con este, me dice. Pero si te tiras el día leyendo.? El mamón me sonrió con esa sonrisa que ponen los mamones, ya sabes, y me dijo, para mi cada letra es un prodigio, cada palabra un milagro, una frase es un mundo, un libro el universo. A mi dedicarle 10 o doce años a un universo no me parece demasiado. Y yo, claro, que le iba a responder, si a mí los Teo va a la escuela ya me venía grande

Supe que la otra voz callaba

Tío, la literatura es imposible. Insistió la voz primera.

Por fín la otra voz encontró una respuesta irrespondible.

A mí con que no se me pase la paella, me sobra

Y salí de allí corriendo.

Encontré otra cueva más o menos igual de húmeda y desagradable. Recé durante seis noches para que no me persiguieran y a la séptima me dormí exhausto y más tranquilo. No vinieron.

Por eso a veces, cuando el sol está en lo alto y la botella de ron aún tiembla en la mesa, yo me acerco por allí a ver que tal. No es bueno que el hombre esté solo, que diría aquel. Ni mal acompañado, respondería la otra.

viernes, 18 de julio de 2008

Prodigios

Se llama, se quiere llamar o la señalan como la Isla de los Niños que un Dia Participaron en Programas de Televisión Infantiles.

Yo recomendaría que nadie frivolizara con el nombre. Se que cuesta atribuir a un término ridículo repercusiones que estremecen los cuerpos y desatan los intestinos, pero considerando que a mí Adolfo me parece un nombre de lo más gracioso, creedme, no existen aullidos más sobrecogedores que los que se escuchan en esa isla. Lo absurdo al igual que lo real tiene una lógica de lo más macabra, compañeros.

No han sido pocos los exploradores que se aventuraron por aquellos parajes hasta que uno de ellos pudo regresar para contarla, febril, loco y enfermo de malaria. Murió a los tres días sin signos aparentes de resurrección, pero bastó ese tiempo para que me contara, con voz trémula y ojos desencajados, espantos para asustar una vida entera, al menos una tan cobarde como la mía.

Es aquella isla un mundo envejecido, el reflejo de un azogue descascarillado, con una playa llena de maderas de sal descompuestas por los susurros del mar incesante, vigas que un día fueron chozas, redes putrefactas devoradas por las algas. Un mundo que perdió los colores de una televisión de plasma. Sin embargo, lo juro, existe gente valiente. Al menos este explorador, poquita cosa y más próximo a Torrebruno que a Marco Polo lo fue y no dudó en adentrarse en una selva que le devoró la vida y la cordura con civilizadísima ecuanimidad.

Hay habitantes diversos. Hay niños que aún lo son y que por allí deambulan. Quizás los abandonaron sus padres, sus agentes, sus tutores legales, quizás fueran ellos los que se perdieron. Cuenta el explorador que al final del camino se topo con la efigie de una niña que sin mediar palabra, se avalanzó sobre él gritando, "María de la Ó, que desgraciadita gitana tu eres teníendolo tó", con bucles de oro y mirada satánica, repitiendo una y otra vez graciosos mohines, ramalazos de gitana rubia con manitas de plata que suben y bajan en fascinante armonía. Pude despistarla, me dijo el explorador apretándome la mano con fuerza, pero aún la oigo, sabes, aún canta aquí, decía con espumarajos de moribundo, señalándose la locura y el pelo revuelto, aún escucho "te quieres morir y hasta los ojitos los tienes moraos de tanto sufrir"

Y luego los hay que crecieron. De lo que me contaron pude deducir que hay un tipo que aparecía como niño cachondo que hace preguntas comprometedoras a gente famosa mientras las abuelas y los ejecutivos se rien escandalosamente. Al parecer el niño experimentó la evolución lógica en este tipo de casos. Pasó a ser del cachondo de la clase, al "amigocachondoconelquetepartes", el cachondo de la oficina y por último, el cuñado cachondo. Al parecer tuvo que exiliarse en esta isla porque la familia política intentó lincharle en una cena de navidad. Pobre chaval.

La niña que cantó la canción del verano y que tan graciosamente bailaba dando saltitos se hartó de continuar los bailes sobre una barra americana, con sus pechos de silicona por bandera y los gritos procaces de banda sonora,y se había venido a la isla a hacer topless, también aquí sin paparazzis.

El niño que tocaba el acordeón con precisión milimétrica ante millones de espectadores llegó después de una larga temporada en la carcel. Por lo visto le había incrustado un tenedor en el ojo a la Tía Ambrosia después de pedirle por vigésimo cuarta vez que interpretara Los Clavelitos.

El niño pera que sabía todas las respuestas y que miraba con suficiencia a los adultos que sabían infinitamente menos que él comprobó que eso, después de ser niño, ya no hace gracia, y que los mastodontes incultos, saber no sabrán una mierda, pero pegar, pegan de puta madre.

El niño de la serie familiar que repetía con gracejo irrepetible una frase que reproduciías las teléfonos móviles de medio país y que, una adolescencia de voz aguda y acné frondoso habían transformado en actor porno con problemas de impotencia.

El niño que explicaba palabras como coito o Bush, retorciéndose las manos con inocencia y candor"es cuando mamá se quita de encima a papá" , "es un señor feo que lee libros de niños y que cuando se tira pedos les caen bombas a los moros", había descubierto los diccionarios y había caido en una depresión que por poco acabó con él.

Y así muchos fantasmas, otrora ojitos derecho de la sociedad y hoy, unos y ceros de la inmensa masa de nadies del mundo mundial.

Cuando el mundo se atardecía, se juntaban todos en una cueva húmeda y oscura, y se calentaban
las manos y se abrasaban las entrañas quemando las fotos de los innombrables: padres, agentes, tutores, realizadores, y demás chusma que les arrastraron a a aquel señorío de las moscas. No había canciones, no había chistes, no había preguntas, no había respuestas. Solo el rumor de una hoguera y una curiosa letanía que el explorador creyó entender que decía "me cagó en Bertín Osborne".

viernes, 11 de julio de 2008

Coño-s

Un soltero es un hombre sin límites.

Un soltero es un dios que aún no ha elegido haren.

Un soltero es una polla insaciable con patas. Un puntero que señala las mujeres que quieren mambo.


O eso me decía yo por las mañanas mientras dejaba los calzoncillos en medio del salón sin que nadie me lo echase en cara (cierto es que por aquello de ser náufrago solitario tampoco me lo reprochaban antes, pero a mí me pareció un gesto que subrayaba mi virilidad)

Por eso dejé de enfocar la melancolía a la Isla de las Ausencias y me puse a buscar con la lujuria y un catalejo, si es que ambas cosas no son la misma, la Isla de las Concupiscencias y el Desenfreno.

Y estaba al lado. Al lado del lugar que mi corazón anhelaba encontré el espacio que mi verga prefería. O eso pensé. O mejor no pensé. Que hay cosas que nada tienen que ver con la cabeza, al menos con la visible.

Una isla de no te menees o de menéate de forma guarra y depravada. Una isla perfilada por un mar bravío, ingovernable, vibrante, cuajado de los brillos de mil soles dionisiacios. Unas playas amplias, de pálidas e insinuantes arenas, de dunas firmes y sedosas, de íntimos y sensuales recodos. Manantiales de aguas transparentes por todos lados, orlados de cascadas y nenúfares y antorchas y esencias de jazmín y suaves melodías de junco, peces, corales, mil colores, todos ellos intensos y refrecantes, afeites, y pequeñas sombras que no asustan que más bien acompañan. Y el olor de los manzanos, de las fresas, de las uvas, de los jugos que desprenden y reciben los cuerpos perfectamente acompasados. Hay ostras, hay percebes, hay esparragos, hay canela, hay ays sin dolor que se desprenden de labios permanentemente húmedos. Hay dos volcanes enhiestos, firmes, ni grandes ni pequeños sino exactos. Cobrizos. Dorados. Jugosos... esas cosas que la imaginacion alienta. Hay una cabellera de fuego que no cesa de moverse, de atraparte con su contoneo, con su lánguida manera de volar.

Por eso escribí y puse algo tan estúpido como estudias o trabajas, como ¿te vendrías al chinchorro conmigo? o como, no hace falta ir al cielo para ver ángeles. Cosas así. Solo se que me contesto con un escueto ven, que se escribe de la misma forma en que comienza Venus, con letras abiertas y escrito en carmín.

Y me puse a nadar con la polla de timón y de remo, con el frenesí del macho dominante que en lugar de pupilas tiene tetas. Solo que bastaron un par de docenas de brazadas para que la quilla se me rendiera y el ánimo se me congelara. Bastó un vistazo a la isla de las Ausencias para comprender lo rídiculo que puede resultar un hombre desnudo que nada sin rumbo. Y con el rabo entre las piernas regrese a Trachimbrod, a los desvelos y las miradas de cachorro. A seguir esperando.

Egoista, leí a los dos días. Ya no había Venus, tal vez si un rastro de Andrómedas y Ariadna. Miré mejor aquella isla que me volvió loco, con el mar en calma y los volcanes tapados, con una lluvia ligera, unas sombras que dan miedo y los peces tiritando. Manzanas podridas buscando tierra. Pájaros callados. Y una mujer en medio de la nada, con las rodillas abrazadas por las manos y el resto del cuerpo tembloroso. Y comprendí. Como buen gilipollas que soy no hice ninguna otra cosa que comprender...

Un tiempo. Un hombre cobarde. Una mujer sin sueños. Y la misma tristeza de siempre.

Coño

miércoles, 2 de julio de 2008

Polichinela

Hasta que volvieron los colores, traté de convencerme de lo bien que se está siendo soltero y enmudecí el pepito grillo cojonero que me decía que lo malo no era estar sólo, que lo malo era estar sin ella.

Me descorché una y dos botellas de ron y sonaron plop y plop en plan de fiesta. Igual era un presagio, igual una advertencia. Brindé por los tiempos futuros, pero si mala es la soledad por si misma peor aún resulta para los amantes del brindís. Me costó pero conseguí vaciarlas en mi gaznate. Detesto el alcohol caliente por mucho que los puristas no admitan otra cosa (por otro lado yo con un purista no me voy de copas, así que que mas da) y a pesar de que busqué por la isla, no encontré una máquina de hielos en plan metáfora del absurdo como en la Costa de los Mosquitos. Trachimbrod será rara, que lo es, pero tiene su lógica.

Borracho como una cuba (de ron, para ser precisos), me asomé a una charca de agua y de entre todos los reflejos que se me ofrecían, escogí el del tipo de la barba de treinta y cinco días y los ojos de treinta y cinco noches. Muy favorecido no resultaba la verdad y como una iluminación surgío de mi subconsciente la decisión de transformar mi condición autodestructiva en diversas manifestaciones de heterodestrucción. Vamos, como un tío cualquiera que va a un partido de futbol. Y es que habiendo tantas cosas que incendiar, para que voy a emprenderla con mi vida, me dije yo, no muy confiado.

Encontré olvidada sobre una palmera el hacha de un guerrero escoces del tiempo de William Wallace y cual si fuera la empolvada cabeza de un londinense, decapité las lindezas del bArgueño sobre el que escribí la mierda de libro esa. Cuando ya fue leña y no obra de arte derramé otra botella sobre las astillas y las incendié, usando por primera vez con maña la yesca y el pedernal. Que para calentarme el agua para un te, no, pero para imitar a Nerón soy de lo más espabilado.

Cuando ya no era obra de arte, cuando ya no era leña, cuando ya solo era fuego, me desnudé y bailé bajo las llamas de la luna (y sobre las llamas de la tierra) un macabra danza tribal que la decencia de los tiempos modernos había desterrado hacía mucho tiempo por degenerada y antisocial. Use el fuego para quemar más cosas, quizás traté de incinerarme a mí mismo, por brujo, por hereje y por gilipollas (no necesariamente por este orden), aborrecí de mi y del infierno (y también del Islam, en pleno frenesí), y grité al cielo que me respondió con un eco desolador. O eso creo. Cuando me desperté por la mañana el escritorio permanecía intacto, el hacha en el suelo y mi pie estaba sangrando, colgado como un puente después de un terremoto. Arreglé mis desarreglos como pude y ahora tengo la pata en alto y una resaca ingobernable. No sirvo como heterodestructor, coño, pensé, autodestructivo de nuevo y mucho más tranquilo.

El día que regresé a la charca de los reflejos, aplasté el mío con toda la saña que me permitió mi delicado estado (con la barba y los ojos del 36). Mi imagen se descompuso en millones de pequeños yos.

Tampoco sirvió de nada.

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