Yo soy Joseph. Joseph Cartaphilus,. Se pronuncia Yosef, pero al escribirlo no hay rastro ni de la i griega ni de la efe y e da miedo pensar que no sean la misma persona, que Yosef deteste a Joseph, o incluso, que no sepa quién es o cual es su teléfono móvil. O ya la hostia, que tu quieras al otro, al que no soy yo, que, por otro lado, no se quién es. Yo tengo nombre, pero no tengo letras. Yo tengo apellido pero nadie lo pronuncia cuando corresponde. Cartaphilus. O Cartafilus y estamos en la smismas. Si tu lo dijeras, si yo lo escuchara, todo sería lo mismo, pero no tendría nada que ver.
Tu eres Ella. La mujer sin nombre a la que no dejo de nombrar. Vives cerca y sin embargo no vives porque no estas aquí y no me abrazas ahora.
No existe un nosotros. Aún somos dos párrafos. Aún hay espacio, doble interlineado para más señas, no somos una frase, tampoco tenemos una canción, ni se como suenan tus suspiros cuando te muerdo con ternura los pechos. Eso jode cuando estas fuerte y destruye el resto de los días, los de diario, los que no son tu cumpleaños...
No necesito murallas, no puedo echarle la culpa a las fronteras,o a otras minucias, a la desgracia de que seas lesbiana ni a la conjura de los elementos en mi contra. El viento sólo es un suspiro, el océano apenas una gota. Entre tu y yo solo nos separan dos letras, yo, si contase las del apellido sería demasiada separación y Joseph no tendría sentido, así que no lo hago. Yo soy suficiente distancia por mi mismo como para sumar genealogías...
Porque yo te diría todos los puntos suspensivos del mundo, yo lo haría, pero tendría que ser una mañana clara, en que el mar estuviese tranquilo y el viento adormilado y la arena templada y solo hubiese dos nubes en el cielo, (orondas y blancas, levemente grises en las junturas), y tu te hubieses despertado descansada y yo hubiese amanecido sin legañas. Un día en en el que las naranjas estuviesen lo suficientemente dulces y la mantequilla de las tostadas se hubiera fundido al primer mordisco. Que no se cayeran migas y no hubiéramos comprado el periódico. Un día en que el agua del grifo no saliese demasiado caliente ni demasiado fría y que no me cortase al fregar los cuchillos, que tu no encendieses cigarros ni yo picase entre horas. Los libros habrían de ser agradables y un tanto neutros y la conversación precisa, sin palabras de menos, sin palabras de más. Un día sin calendarios y sin esquelas, sin equipajes, sin tengo que. La cerveza espumosa y fría, tus pies descalzos y cálidos, y tu, desnuda al salir de la ducha. Siestas, soles suaves, pereza sin aburrimiento, caricias sin arañazos. La noche clara y el mar espeso, con luna y con estrellas y con los sonidos perdidos de instrumentos sin palabras y tu, eterna, y yo, fugaz, pero muy contento y muy tranquilo.
Entonces, solo entonces podría decirte todos los puntos suspensivos del mundo.
Sólo que aún no ha pasado esa mañana y yo no he dicho....
Podría rezar, podría rezarte. Y empezar "tu que quitas la angustia del mundo, ten piedad de nosotros", pero las plegarias nacieron para ser dichas, no para ser escuchadas. No me oirias. No vendrías a salvarme. Nunca han funcionado así las cosas con los dioses de por medio.
Posiblemente queme estos renglones, posiblemente no me atreva a envíarte, estas palabras que no dicen nada. Por que cómo decir, por que cómo expresar. De esas palabras no hay regreso ni vuelta atras. Intuyo que de lograrlo, solo morirse tendría sentido.
De hecho soy yo el que me enciendo los cigarros, el que mira las brasas del pitillo algo distraido, el que acerca la boca del mechero a la esquina del papel. El que estos mismos instantes, las quema, se quema, el que se calla un día más.
Ya solo suena el fuego.