domingo, 7 de febrero de 2010

Islas Circulares

Un hombre mayor y un hombre joven coinciden en el vagón de un tren. El trayecto es largo y ya que ninguno de los ha llevado ni música ni libros, aparcan el tiempo hablando el uno con el otro.

Pasan las horas, cambian los paisajes. Hay un mediodía, un sol de tarde y un cielo rojo al anochecer. Se encienden las luces de ese vagón sin que ninguno de los dos hombres haya dejado de hablar o de escuchar según el instante. En ese corto espacio de tiempo el mundo de miles de personas ha girado y se ha dado la vuelta y nada volverá a ser igual. En ese vagón, dos hombres hablan. Otros más callados, se desvanecen en andenes solitarios.

Las palabras fluyen y no cesan, en una de esas ocasiones en las que todas tienen significado y sentido y nada sobra, ni las sílabas, ni las letras, ni los silencios. Han conseguido contarse todas las cosas importantes de su vida menos una. El hombre joven no tiene padre y su madre nunca le confesó el nombre de aquel señor que desapareció de su vida antes de que su vida apareciese. El hombre mayor no tiene hijo, se fue antes de que la mujer a la que amaba diese a luz. Luego todo
perdió el sentido, el mundo nunca dejó de ser gris y cuando volvió ya nadie le esperaba.

Evidentemente el hombre mayor y el hombre joven son padre e hijo pero no lo saben ni lo sabrán cuando terminen estos párrafos. El hombre mayor se despide pensando en que le gustaría que aquel muchacho fuese su hijo. Se marcha el hombre joven al que le encantaría que aquel anciano fuese su padre Por la noche, a la salida de las estaciones, donde los trenes no silban y los vagabundos sisean, no caben las sonrisas.

El hombre mayor también se aleja, a su manera, que es más pausada. Sus pasos retumban sobre las calles vacías. Las puertas de los edificios están cerradas a la noche. Detrás de las ventanas las luces duermen. Pronto llega al lugar que buscaba. Los ventanales oscuros del último pub abierto de la ciudad le descubren un rostro lívido. Se muere. No es trágico cuando eres viejo, pasa todos los días, en cualquier lugar y ahora mismo. Al hombre su muerte no le importa más que otras, pero esa certeza le ha animado a llevar a cabo lo que tanto tiempo se planteó. Detras de la puerta aguarda su hija, al menos eso piensa él. Abre la puerta tembloroso, se dirige a la camarera, con el paso flojo y la voz rota. Un vaso de agua le despeja las palabras pero aún así apenas puede terminar de contar la desesperada versión de una excusa "yo quería mucho a tu padre" y solo cuando la joven sale de la barra y le da un abrazo sostenido, siente que su historia puede llegar a su fin sin muchos aspavientos más. Cuando se marcha, a la chica aún le quedan lágrimas. Ella nunca hubiera sido capaz de abrazar a su padre de esa forma.

El Hombre Mayor fallece a los dos días. A los pies de su cama lloran la Mujer y el Hombre Joven. Este le pregunta que de que conoce al Hombre Mayor. Ella le contesta que es su padre. Los dos toman un café a dos manzanas del hospital y rien mientras lloran. Aquella noche se acuestan juntos y sienten como el miedo, ese miedo interminable, reposa. Esa mañana, cuando el sol se cuela por las rendijas de las persianas, no le hacen caso.

Viven en una isla a pocas millas de aquí. Tienen un hijo que se llama igual que el Hombre Mayor aunque ninguno de los dos supiera con certeza cómo se llamaba, y de vez en cuando, mientras le mesan los cabellos y el mar se envalentona, le hablan de su abuelo y le hacen sonreir.

5 comentarios:

Tesa dijo...

Qué historias...
yo, lo más raro que he conocido en un tren, es un jugador senior profesional de golf ...en plena temporada de competición, que me contó media vida.

Ligeia dijo...

Me gustan las islas que encuentra Ud. en los lugares más insospechados.

humo dijo...

Pues, mira: si los padres se machacaron a tabúes, bien está que los hijos se amen sin saber que están saltándose uno a la torera.

Ana di Zacco dijo...

Me ha puesto la piel de gallina, don Joseph, que es lo mejor que puede ocurrir al leer el más tierno de los incestos. Felicidades :)

humo dijo...

¡Eh! ¿Hay alguien ahí?

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