jueves, 24 de abril de 2008

Botellotecas

En algunos sitios lo llaman Objetos Perdidos y en otros, Lo Mismo, pero en otro idioma. En esta extraña isla, en la que cada vez tengo la sensación de vivir menos y de soñar más, no se como llamarlo. Pero al final lo llamo....

Sucedió mientras buceaba. Estaba yo pensando en que debajo del mar habitan las formas exactas del silencio, en que allí los colores se disfrazan de otros colores, en lo grande que es, en lo oscuro que está, y pensaba en ello de una forma tan profunda (nunca mejor dicho), que noté como me ahogaba poco a poco, lastrado por el peso de tribulaciones tan hondas (nunca mejor dicho de nuevo). Y mientras me moría y pensaba en lo estúpida que podía resultar esa forma de morirse, el destello de un algo tan brillante como oportuno, me hizo sacudirme las estupideces y nadar hacia allí. La curiosidad que mató al gato, a mí me salvó la vida, fíjate tu.

Decía que, en algunos sitios lo llaman Objetos Perdidos. En otros, Lo Mismo, pero en otro idioma, y yo pensé llamarlo Botelloteca, por aquello de no ser menos. Centenares de miles de millones de botellas, de toda raza, estracción social y marca, se disponían perfectamente apiladas ante mis ojos y a cada instante que transcurría, otras botellas, llegadas desde el fondo y desde la superficie, desde lo oscuro y desde mas allá, se posaban suávemente junto a sus compañeras y allí se quedaban, quietas y calladitas. El mar, olvida, pero no destruye, dicen los que le conocen de cerca.


Cogí cuatro o cinco de ellas, las que más cerca me quedaban y subí a la superficie (no sonó ninguna alarma), por aquello de despertarme si es que había estado dormido o de coger aire si es que hubiera estado despierto. Por supuesto que llevaban mensaje, por supuesto que los leí y juzgué a los interlocutores y opiné sobre ellos en voz alta. Y por supuesto que luego me quedé triste.

1. Tengo en mis manos el secreto del universo y no deja de derretirse. Urge venir a rescatarme.

2. El ejército andorrano se rearma. STOP. Planes de conquista en marcha. STOP. Todos me vigilan. FIN

3. Cari, cuando acabes de currar, pasate por el super y traete cebollitas francesas y salami. No tardes. No te olvides.

4. Hoy, solo tu y solo yo. Sin sombras... (escrito con carmín - a veces le doy besos al papel, para recordar-)

5. Cada vez que bajo del tren, veo un coche que espera. Bueno, en realidad y para ser exactos, es el hombre que está dentro el que parece que está esperando. El hombre está gordo, que no fuerte. El coche es azulón, que no azulado. Durante un tiempo le di un voto de confianza y pensé que esperaba a alguien que venía en el siguiente tren. Pero dado lo flexible de mis horarios y lo permanente de su presencia, se que o el hombre o el coche, están locos. El Angel que Habla me dice que yo no soy nadie para decir tal cosa. Que lo único que hacen es esperar y que resulta menos tragico esperar lo que nunca llega que no llegar a esperar nada.

Estoy cansado del Angel que Habla. Echo de menos al Demonio Callado.

jueves, 17 de abril de 2008

Emilias (pero diferentes...)

Nada más naufragar en la isla de las Abuelas, te alcanza el olor de los pestiños y de las torrijas, la boca se convierte en torrente y el estómago, en remolino. En la isla de las abuelas habitan mujeres de ojos glaucos, siempre húmedos y algo sonrojados por los párpados, cabellos canosos, faldas luengas, medias de lana asomando por debajo de un mandil, o faltriquera, o ropa de semana que diría la mía.

En contra de los rumores que corren, las Abuelas no parece que sean caníbales. Por contra procuran ser la mar de hospitalarias y regañan unas con otras para decidir a quién corresponde la suerte de oficiar de anfitriona esa mañana. La vencedora acompaña al invitado a su morada seguida de las miradas tristes (a veces rencoradas) de sus compatriotas y le enseña la casa. Cada rincón es un prodigio de pulcritud. Cada objeto es el cuento de mil vidas (abuelas de abuelas de abuelas de abuelas). Los ojos cada vez más humedos. Los párpados cada vez más rojos.

Cualquier abuela que se precia te mira mientras comes y estira a cada rato del delantal, nerviosa. Se levanta cinco o diez veces para seguir trayendo comida y más comida. Solo dice (si es que dice algo). ¿Está bueno hijo?. Qué gusto da tener hambre, hijo. ¿Quieres algo más, hijo?. Y otra vez, ¿está bueno hijo? y entre medias palabras pequeñas que se pierden en su boca. Si tu le dices que si, le das a la vida a sus mejillas, que se sonrojan y se sonríen como en aquellos otros tiempos que a veces olvidan. Luego, ya la cocina recogida y las faldas de la mesa sobre sus piernas, se trasponen un poco mientras recuerdan y ahora eres tu quien callas, quien miras, quien sonries, quién dejas que los párpados caigan. Huele a café y a sol en la cocina dormida.

La Orquesta Filarmónica de la Isla interpreta en las aceras por las tardes la sinfonía de las escobas. En Do Mayor. Las Abuelas entonan los coros en medio de susurros, tarareando áreas de ópera y de galanes. Cuando se ponen tontinas, sacan a paseo las tonadas de campos voraces, de hombres sudados, de honras robadas y todas ríen a su manera discreta, guardando el pecado entre las manos, las menos.

Despúes, con el olor de las cazuelas en los mechones y en las mejillas, con las manos desolladas y algún que otro ay en las piernas, sacan a la plaza una silla desvencijada y justo debajo de las estrellas, celebran aquelarres de esparto y le encuentran sentido a las cosas. A veces ríen, y otras, suspiran demonios. Cuando se recogen se llevan la niebla en sus ojos.

Todas las noches antes de decir lo de cuerpo descansado dinero vale y ponerse camisones picantes (porque pican, no por otra cosa), con una manta de punto que ellas mismas tejieron cubren las laderas de su volcán para que no les coja frío y en la fuente de la plaza dejan a remojar sus dientes que aguardan pacientes otro día. Cuando sus dueñas no pasan a recogerlos, son las campanas de la Iglesia las que castañetean en su lugar.

Pocas veces se habla de los abuelos, los unos porque no llegaron, los otros porque no estuvieron. Las abuelas temen que de los ojos le salgan ríos y les da tanto miedo ahogarse como que se les sequen. Por la mañana, ya los ojos son escarcha y como la escarcha se deshacen. Antes de que el sol regrese, ya huele a pestiños y a torrijas en las casas de las abuelas.

miércoles, 9 de abril de 2008

Proclamación

Hemos redactado entre los dos un Testamento. O una Declaración.

Conscientes de que la vida es una concatenación de azares que un día te colocan en un lado y al día siguiente te descolocan de cualquier sitio, pensamos que sólo sobre la muerte se puede suscribir un compromiso sin miedo a olvidarlo o a traicionarlo.

Uno ha escrito el texto y el otro lo ha corregido, pero no recuerdo quién hizo cada cosa. Incluyo las correcciones entre paréntesis para distinguirlas del texto legal, porque creo que, por mucho que el Notario sólo firme lo primero, sin lo segundo no tiene demasiado sentido. Al menos no mientras no se establezcan unas tarifas para las notas simples que puedan emitirse respecto de los sentimientos de cada cual.



Por la presente botella

(yo creo que añadir botella le resta solemnidad a la declaración, pero bueno, como tu veas),

Ella y él...

(y viceversa)

Náufrago y Náufraga para más señas...

(y viceversa otra vez)

amantes y amados ...

(y amados y amantes. Yo creo que deberías de empezar ya)

adquieren el compromiso ineludible...

(uno que va desde lo microscopico a lo universal, pasando por lo anodino y lo importante)

de que si por lo que fuera alguno de los dos consintiera en morirse...

(a veces pasa, mi vida, incluso los marqueses se mueren alguna vez que otra, o eso dicen)

aquel que le sobreviviera...

(podrías llamarle de otra forma: tu, yo, el que no descansa, el insomne, el errante)

adquirirá el compromiso ineludible...

(y trágico)

de organizar las exequias del difunto...

(o difunta)

conforme al siguiente ritual.

(ole)

Se escogerá un día de cielos despejados...

(malo será morirse en Escocia, entonces)

y justo al atardecer...

(cuando las nubes se ruboricen, cuando ya no quepan más colores que descubrir)

en medio de la playa...

(en medio de un mundo ya para siempre muerto)

se depositará el cuerpo del finado...

(se enterrarán las ganas y los afanes)

y se dejará caer lentamente en el interior de un hoyo exacavado para la ocasión

(pero antes te daré un beso con los labios ardientes para que los tuyos se calienten un poco. te cogeré tu mano con la mía abrasada para que no se te queden frías allí abajo, tan abajo)

Luego, una vez rellenado el hueco,

(que ya no estara hueco)

el superviviente se tumbará justo encima y se dejará hundir hacia el fondo...

(hacia tí, hacia todo. Suavemente y sin barro).

Y nunca confesaremos

(nunca, nunca)

si allí abajo

(o allí arriba)

viven los muertos o mueren los vivos

(¿?)

pues no queremos que nadie interrumpa nuestra eternidad.

(que estupendo que te pones a veces, mi vida)


Firmado: La Náufraga. El Náufrago.

(y viceversa de nuevo)

lunes, 7 de abril de 2008

Contratos

Transcurrida la cuarentena consiguiente a toda primera impresión, me reconozco totalmente perdido y enamorado de la Náugraga de la Isla y como tal, le envío una botella que no puede decir una cosa distinta que.....


Tu me has enseñado la luz.


Que descubre el perfil de las cosas.

Que ahuyenta el rostro más enfermizo de la soledad.

Que se regodea en la imagen de tus universos desvestidos.

Que me dice donde esta el norte, donde cae la Osa Mayor, donde quiero estar.

Que me calienta las arrugas y me deshace los miedos.


Y ella me envía una botella que no puede evitar responder......


Tu me has enseñado la oscuridad.


Que nos guarda de los monstruos y de las angustias.

Que esconde nuestro lecho de las miradas culpables

Que nos enseña la última palabra de los cometas

Que me permite sorprenderte cuando te robo besos

Que no nos engaña con las apariencias. Solos tu y yo, infinitamente oscuros.


Y así dejamos pasar el rato a falta de sexo. No digo yo que no eche en falta arrancarle ropa a tirones y decirle insentaces mientras le miro fijamente a los pezones, pero a falta de pan buenas son tortas que diría mi madre. Mi padre me decía que solo permanece lo que queda por escrito (era contable). No se si se refería esto, pero imagino que estaría orgulloso. Quede pues sellado lo que en su momento fue escrito Palabra de alcohol...

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