Silogismo I
Dado que a mí, los silogismos me la traen fresca, decidí dejar de no saber hacer nada, para en su lugar, hacer cosas, que es más útil.
Sumando los dos párrafos anteriores, encontré una pregunta,
qué necesito
y hallé una respuesta,
compañía, (me costó un rato todo sea dicho).
Asi que mezclando el mastil de la osamenta de un velero, un cubo de arena prensada, los botones de un casaca roja, el liguero de una dama anglicana, unas cuantas cañas de bambú y unas planchas de latón que encontré por allí tiradas, procedí a la creación de un autómata, una parodia oxidada de vida humana, el extraño fruto de un coito imaginado al que di por nombre Alexandros, no sin cierta ostentación.
Buscaba en Alexandros un compañero de noches de farra, un confidente de los días lúgubres, el hermano que nunca tuve o el amigo con el que soñé. Y sí, al principio sí, que la soledad es mucha y la exigencia nimia, pero en apenas dos amaneceres comenzaron los primeros roces: el tipo me echaba en cara el desorden de mis calcetines, rechistaba mis ronquidos y me reprochaba mi higiene personal. Dormía por las noches a pierna suelta e iba a la playa en pantuflas.
No bebía, ( ni fumaba, y para colmo, si yo le le hablaba de Pajares me salía con Renoir y Passolini, y cuando yo me descojonaba con Mortadelo y Filemón el tío decía no se que de Franf Miller. Ni el sabía quien era Dan Brown ni yo un tal Dos Passos y si citaba al Maki, el colega me salía por Kuierquegardes. FascinÁbase por la Riviera. PirrÁbame por Benidorm.
Yo le pensaba como un gran gilipollas. El a mí, como un intolerable imbécil. Por eso cuando le mandé a hacer puñetas al otro extremo de la isla, al tipo no pareció importarle mucho y cuando le prohibí expresamente salir de allí dijo por lo bajinis, dios me libre. Y Dios le libró...