jueves, 22 de julio de 2010

Un día raro

Hubiera pensado que iba a ser un día normal si esas cosas se pensasen. Los días normales no se piensan, se usan y se olvidan. Nunca pensé que aquel día iba a ser tan raro.

Entiéndeme era un tipo normal, como los días, tirando a gris, como los días. De ducha diaria, hasta cuatro trajes en el armario y resuelta la combinación exacta de corbatas y de camisas. Salía sin desayunar y duchado y siempre me subía al segundo vagón del metro para que me dejase justo en la boca de salida del andén. Un coñazo vamos pero yo casi a gusto y con días malos muy de vez en cuando. Trabajaba en una oficina de esas que no fabrican nada sino trabajo y tenía cinco compañeros, dos mujeres tres hombres y un becario desde los tiempos del cólera. Me sabía de memoria, sus niños, sus divorcios, sus niveles de colesterol, sus sueños húmedos, sus menstruaciones y sus sofocos, sus alergias, sus películas preferidas, las comidas que odiaban, las cistitis de sus suegras, las fotos de todas sus vacaciones, sus vuelva usted mañana, sus lo quiero para hoy. Y había un jefe, un hombre sin vida, de gesto huidizo y voz pausada. Un tipo errático, maniático, esperpéntico, lunático, egocéntrico, antipático. Un gilipollas y nuestra conversación preferida a la hora de comer. Y todo era así de previsible, todos los días. Con sus parece que hace frío y ya está aquí el calor y que a gustito con la calefacción y baja un poco el aire acondicionado. Hasta ese día, que no fue normal, que hubo que pensar en él, que lo recordé porque era raro.

Ella. Los días raros empiezan con un ella y luego siguen en un verbo. Ella estaba allí. Ya está la frase pero no la razón. Yo pensé (era un día raro y había que pensar) que por muy en blusa que fuese se trataría de uno de esos turistas accidentales que pasaban por nuestra allí y regresaban a su país al punto. Comerciales con cartera, carteros sin comercio, licenciados en paro, inspectores de algo y algún conserje. Pero fue quitarme la bufanda y empezar las rarezas cuando una de mis compañeras se dirigió a ella con el mismo tono con el que se dirigía a mí. Y la llamo por su nombre y ya nunca pude olvidarme de Beatriz. Beatriz para allá, Beatriz para acá. Beatriz te importa pasarme el informe de Doña Juana S.A. y oye Beatriz desde qué cuenta se hizo la transferencia de lo de Santurce y así con todo. Y yo mirando sin que nadie me mirase porque todo era normal para ellos y raro para mí y sólo yo andaba pensando en ese día. Pero no acabó ahí la cosa, que Beatriz me dijo que qué callado andaba, que por dónde paraban mis cavilaciones y que me fuese con ella a tomar un café para ver si me espabilaba. Y yo obediente la seguí, y se vino el becario y los dos se reían de cosas de mi vida que yo a ella no le había contado aunque sólo fuera por el minúsculo detalle de que yo a esa mujer no la conocía de nada. Solo al final de la tarde le pregunté a Marisa. ¿Quién es esa?. Todos se rieron mucho por la broma.

¿Cómo que quién es esa?, me preguntó haciéndose la indignada. Bastante sorprendido estaba yo al regresar a casa como para sospechar que cuando llamaron al timbre, iba a ser ella la que aparecería detrás de la puerta abierta. Hola dije y ella, más silenciosa, me soltó un beso de esos de no te menees que te menean los tuétanos. ¿Cómo que quien es esa?, repetía desabotonándome la camisa y descremallerándome la bragueta. ¿Cómo que quien es esa? me susurró ya inmensamente desnuda y muy encabritada sobre mi cuerpo. Es Beatriz repetía yo más tarde cuando ella dormía muy despacito en el borde de la cama y yo temía por si se iba a caer. Seguía sin recordarla pero ahora ya me importaba mucho más acordarme de no volverla a olvidar nunca. No me extrañaron ya las fotos que aparecieron por los estantes de la casa de ella y de mí abrazados a paisajes hermosos y edificios en ruinas. Sus bragas ocupando mi cajón de los calzoncillos y sus gritos en cuanto descubría cómo había dejado el baño. Entendí que se recorriesen nueve o catorce infiernos por ella justo antes de dormirme en el sofá y escuchar su respiración aburrida de lo que ponían de la tele.

Hubiera pensado que iba a ser un día normal si los días normales se pensasen. O sea, lo mismo que en el primer párrafo pero en el cuarto. Las mismas rutinas solo que más alborozadas, hasta que llegas a la oficina y descubres que es un día raro. Beatriz no está y lo que es muchísimo más terrible. Beatriz nunca ha estado como nunca estuvo antes de estar. Pregunté por ella y sólo me respondieron sus sorpresas. Que quién es esa, que si me he echado novia, que qué callado me lo tenía. Y yo vaciándome a cada sílaba y a punto de llorar con cada coma, pero si era compañera , si se ponía allí (si le encantaba que le pasase la lengua por la aureola de los pezones y que luego le secase la saliva soplándole sobre ellos). Nada. Donde hubo sorpresa nació la preocupación. Que qué me pasaba que me fuese a casa que ya se encargarían ellos del Gilipollas. Y es que pase porque los caprichos de los dioses te arrebaten la confortable soledad que habitabas y te encasqueten de rondón una Beatriz cualquiera sin preguntar, pero no iba a pasar porque esos mismos arrebatos te quitasen de repente la razón de las mañanas y el sentido de las noches, o mismamente y sin tanta prosa, que me despojasen de aquellas tetas fabulosas que gustaba yo en saborear cuando no se trataba de dormirse. No coño. Eso no. Que cuando volví a casa ni una mala foto que echarse a los ojos y los cajones llenos de calzoncillos y un eco contagioso que me llego al alma y me la dejó sin ruido Di de margen al frío tres meses. Tres meses consecutivos de días normales que no recuerdo, Ningún día raro. Hasta que me convencí de que aquello era suficiente e intolerable e hice mío el lema de ni un día sin Beatriz. Me despedí de mis compañeros. Insulté al Gilipollas. Lloramos todos y fui en su busca.

¿Qué por qué te lo digo a ti?. Porque la he encontrado. Aquí en una de esas islas que tu cuentas. Resulta que ella se despertó en un día que fue raro y me conoció y me quiso mucho y hasta se acostó conmigo. Resulta que otro día se despertó en un día raro en el que no me había conocido pero en el que lo de quererme seguí en pie. Resulta que dio de margen tres meses al frío y luego hizo suyo el lema de ni un día sin mí. Y llego hasta una de estas islas que cuentas para encontrarme. Ya se que esto termina precipitado, pero no puedo decirte nada más porque no voy a tener tiempo. De ahora en adelante todos los días van a ser raros y tengo que concentrarme en recordarlos.

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