viernes, 10 de abril de 2009

Hallazgos

Vive Dios que ser náufrago no es agradable el común de los días. Habrá quien, devota de espejismos, se ensueñe con prosaicas imágenes de Robinsones con barba de tres días, cabellera indómita y torso apolíneo, que alucine con cielos tan eternos y azules como los ojos del triste y que piense que de aquí emanan todas las brisas y repican todos los ukeleles.

Pues yo no soy así. Yo, si hubiera, hace tiempo que me hincharía a comer alcachofas para desprenderme de lorzas y papada. Yo me afeito todos los días y prefiero mi piel enrojecida y cuarteada a dejar un solo pelo sobre ella. Yo me peino a raya y odio con dientes apretados el cierzo huracanado que me entumece las costillas y me agita los premolares. Los tambores se me incrustan en la sien y no suenan melodías en esas noches tan cerradas que ni la luna se atreve a abrir los ojos.

Yo soy un naufrago feo y eso es cosa que no se lleva bien en esta isla sin espejos.

Yo soy un náufrago cobarde y eso da mucho miedo.

Yo soy un náufrago torpe y tengo los tobillos hinchados de tanto trastabillarlos.

Pero yo ya no lloro por las noches.

Creo que jamás di con un tesoro más valioso que aquella radio. La cogí entre mis manos, le acaricie su antena y me la acerqué a mis labios encharcandola de besos. Trachimbrod es un revoltijo de secretos, tipos que estuvieron y que dejaron rastro pero no cadaver. Aquel de entre sus inquilinos que dejó tras de si aquella joya de los hertzios, será heredero universal de mis agradecimientos y quizás de un legado testimonial, dos o tres mil ducados tal vez.

No se bien por qué pero aquel pequeño aparato aún escucha los maullidos de ese mundo que yo un día recorrí y que voy olvidando poco a poco. Me importa poco que se vayan difuminando las siluetas de edificios y de fuentes, el suspiro de los subterráneos, el tacto del cristal de un coche en invierno. Pero también se me están marchando los rostros y las manos y eso ya me preocupa más. Por eso aquel aparato oscuro me hace pensar que igual no todo está peridio y que quizás un día pueda correr detras de mis recuerdos para agarrarlos y evitar que se vuelen. Habrá quien me diga que es imposible captar emisoras desde lugares que no se encuentrán en las rutas de los barcos pero yo he aprendido a no pedirle explicaciones a Trachimbrod cansado de que me ignore y me desprecie. Hoy se que quien desentierra misterios carece de tesoros. Me limito a encenderla algunas noches en las que el dormir tarda o cuando los fantasmas montan jaleo demasiado cerca de mi almohada. Y allí recuerdo palabras, gente que habla, que a veces piensa y que también naufragaron, sin necesidad de arrecifes ni galernas o monstruos marinos, pero igual de embarracados y sin balsa.

Juro que una mujer dijo esto:

"Yo tengo un duende en mi casa que es bueno porque me manda suspiros de fresa y no de limón. Me cambia las cosas de sitio para que me recuerden que yo nací en Africa y que algún día podré volver. Cuando sueño con Santa Isabel me estira de la punta del dedo gordo del pie y me despierta y así puedo recordar el sueño, el olor de mi madre, las risas de mis hermanos. Volver es imposible y sin embargo el no pierde la esperanza....

Y que hace un duende en tu casa, pregunta la locutora con voz pegajosa y suspiro petulante

Me hace compañia"

Y yo sonrío y busco por el rabillo del ojo el rastro de aquel duende metijón de corazón grandilocuente y a veces cuando no encuentro las cosas que pierdo, pienso en él y en esa mujer a la que cuida, y entonces mis ojos, en el mínusculo instante de un parpadeo, se regocijan y se engalanan y cuando se abren me muestran una noche de cuarto creciente y una isla en la que naufragar no es tan malo.

Luego continúo con la tarea y voy olvidando, pero más contento.

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