Visitas (I)
Gabriela.
O al menos así me dijo que se llamaba.
No era Ella, pero no estaba la cosa como para quejarse demasiado, más si cabe cuando la chica era hermosa, a su manera, y estaba semidesnuda, a la mía. Si no hubiera sido intangible habría sido perfecta. Lo deduje cuando, al mirarle los ojos (y espiarle las tetas, tan transparentes como el camisón, por desgracia) pude contemplar, con brumosa nitidez, los andares de una tortuga coja que transitaba tras sus omóplatos, y eso es cosa, permitanme que lo diga, que hubiera sido imposible de haber sido corpóreas sus clavículas. Cierto es que de haber nacido en el siglo XIX hubiera resuelto el incidente describiéndola como etérea, pero habitando el veintitantos como es el caso no me gustaría que me tacharan de extemporaneo.
Y eso que me costó trabar contacto. Al grito de, "coño, un fantasma" sali carriendo hacia la otra parte del mundo en cuanto la vi. Pero, empachado de soledades como estaba y remordido por mi descortesía, regresé con la cabeza gacha y un perdón entre los labios.
Hablaba Gabriela de forma extraña. Me juraba y perjuraba que lo último que recordaba era que estaba durmiendo en su habitación, que el día había sido agotador y que se fue a la cama pronto. Que ella nunca montaba en barco porque se mareaba y que la ciudad que habitaba estaba al menos a diez ríos de cualquier oceáno.
Le hice ver que estaba en Trachimbrod. Le pregunté las cosas que se preguntan en este caso, que si estudiaba, que si trabajaba, que si tenía novio... No le pregunté lo de que si tomaba drogas, porque visto lo visto era evidente que si, pero ella no dejaba de mirar a todas partes, de sentir miedo de tanto mar. Me preguntó cien veces como se salia de allí y yo, no sin cierto despecho, me encogí de hombros y le respondí que eso quisiera saber yo.
Finalmente la chica se sentó sin que la arena de la playa lo notase y yo, vencido por la compasión, hice lo propio y le cogí una mano que nunca llegué a tocar.
Mira, creo que no deberías de preocuparte, dije.
Silencio.
Lo más seguro es que estes durmiendo. Que estés tan ricamente envuelta en un edredón, a mil millones de kilómetros de aquí. Que tu único miedo en estos momentos, sea el instante en el que el despertador te joda los párpados...
Silencio.
Trachimbrod es un sitio curioso. No hay muerte y me da miedo pensar que a cambio tampoco es que haya mucha vida. Solo yo. Lo que para mí es real para tí es sueño. Tiene su lógica.
Silencio
Basta con despertarte
El tema está en que no se si quiero hacerlo...
Silencio
...el único problema que tu tienes aquí es que no puedes salir. Pero yo, si despierto, tendré frío. Y eso no será lo peor del día.
Dos silencios.
En Trachimbrod todo es distinto. Menos uno mismo. Deberías gritar, le dije (pero bajito).
Y eso fue lo último que supe de ella. Un grito, que luego fue eco y luego susurro y luego nada. Ni huellas dejó la arena, tan rácana en recuerdos como siempre.
Tardé un rato en volverme a casa.
9 comentarios:
Me encantan los gritos bajitos, la arena sin pisadas y lo que parecen sueños...
Un beso
Sos adictivo.
Yo pensaba que la única isla adictiva era la de Lost.
Una vez más, erré.
Seguro que, buscando, se podrá encontrar una huella de su paso... y quizá se sospeche el retorno.
Siempre lamento que el post se acabe :(
Me consuelo pensando que pronto escribirás otro mejor que este (aunque parezca imposible) y volveré a emocionarme.
Abrazo enorme. Y un beso de propina.
Yo creo que Gabriela será prima hermana de una que tenemos aquí en una carretera catalana -o al menos antes teníamos-, que se aparecía haciendo auto-stop en la curva en la que se estrelló. La subían en el coche y al poco desaparecía del asiento. Quizá lo soñaba (ella).
Genial, don Joseph.
Si: tu isla está fuera de todo mundo literario conocido.
Mire que le llevo leyendo tiempo en esa isla... y por vez primera sentí lástima por usted.
Dichosas mujeres (lease con su propio tono):
Qué vaina.
¡Qué delicia!
Estoy enganchada a esta isla sin remedio.
;)
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