miércoles, 27 de mayo de 2009

Nana

Algunos dirán que el mango de un hacha no es lugar para un poema, pero no me importa mucho. Son los mismos que piensan que mi habitación no es buen sitio para una señorita. Sea como sea allí fue donde lo encontré escrito, grabado con un punzón y con mucha paciencia. El hacha estaba clavada sobre el espinazo de un mango resentido. Lo liberé de su verdugo y respiró aliviado, pero no me regaló ningún fruto el muy cabrón.

A mí el poema me gustó. Es de esos de alguien que quiere querer a alguien. De esos que no sabes quién es él ni quién es ella, ni si les dura o si se hartan o si el tiempo les olvida. Si caminan cogidos de la mano o si las manos les sirven para golpearse. Si nunca se ven y siempre se desean.

Te vi los ojos.
Subrayados de tinta o tal vez rimmel.
Tiemblan.
Tu cuerpo tiende a estremecerse.
El frío, la noche, yo...
Dan ganas de abrazarte y detenerte,
de aquietar tu paz violada
sembrar de sueño
y de plurales
tus nerviosos párpados.
Pero yo me contengo,
respetuoso
tengo ganas,
pero no...
y te miro de nuevo
y pienso de inicio
maldito respeto.
Otras vidas vendrán donde pueda quererte
Pienso, mientras la Noche no cesa.

P.D - No uso el hacha. Pero la tengo cerca.

martes, 12 de mayo de 2009

L (y II)

Empezaron mal las cosas cuando por vez primera, unas insolentes gotas de otoño, arrugaron y emborronaron las páginas de mi dominical. Y no mejoró cuando mi madre, resabiada de quina, soltó a todos mis hijos, que su abuelo, a la sazón mi padre, nunca fue otra cosa que un chupatintas que perdía el poco fuelle que tenía debajo de las enaguas de las criadas y de las bragas de las furcias; y que su hijo, (a la sazón, yo), iba por el mismo camino, pero lo dijo tan bajito que sólo yo y mi mujer (que se quedó pensativa) pudimos escucharla. Un atasco nos retasó más de la cuenta y llegamos a la Iglesia con el resuello en la punta de la lengua y embarullando más de lo debido.

Pero no creo yo que eso le de derecho a Nadie a castigarme de forma tan desproporcionada, por muy barbudo e impotente (omni, quise decir omni-potente) que diga ser. Por que sin venir a cuento ni advertencia previa, noté un tormento insoportable al meter los dedos en el agua bendita y un sulfuroso hilillo de humo se elevó hacia hacia las nervaduras de las bóvedas hasta esfumarse ante las miradas ceñudas de los Apóstoles. Suerte que mi familia había tomado sitio y que toda la parroquia estaba subyugada por los encantos de la voz terráquea del Pater y es que prefiero no imaginar la vergüenza que hubiera tenido que soportar si alguien se hubiera dado cuenta. Huele a quemado dijo mi esposa cuando tomé asiento a su lado, Pamplinas, musité, mientras consolaba mis atormentados dedos frotándolos entre la tela de los bolsillos.

Pero no lo eran. Tras años de catecismo hasta en la sopa, había que ser muy torpe para no reconocer los síntomas, de los que aquel día aciago en la iglesia fue solo el prefacio. Puedes imaginar lo que sientes cuando, aún creyente, todavía devoto, tu cabeza se pone a girar como una peonza mientras te afeitas? Añádele además que tu mujer intente entrar en el baño en ese momento y que tu trates de bloquearle el paso con una mano mientras que con la otra procuras impedir que tu craneo salga volando o se transforme en un surtidor de espuma. Tu mujer entonces te preguntará, con deje preocupado e inquisitivo, qué haces cariño, y tu le responderás, con el aliento corrompido de los mil hijos de Lucifer, con la voz estrangulada por las garras de demonios horrendos y, a más a más, hablando hacia delante y hacia atras hasta que recuperas el control de los músculos, hay cosas que los hombres deben hacer solos, prefiriendo la calumnia del onamismo a la sentencia del endemoniado.

El problema surge cuando el extremo sólo es el principio, cuando descubres que el mundo se ha inclinado hacia abajo y te vas a deslizar por él, sin frenos ni lugares blanditos que amortigüen las caidas. Aquel Viernes Santo me di la madre de todos los atracones de carne sin dejar espacio para la redención o la enmienda. Mi mujer no dejaba de santiguarse a cada filete que me tragaba y aún así, mira tu por donde, no fui perdonado. Mientras que antes todo podía solucionarse con un córcholis, ahora me cagaba en la Virgen a poder ser en procesiones del silencio y funerales de postín. Cuando el sacristán vino a felicitarme por aquella familia tan cautivadora con la que Dios me había bendecido, tuve suerte de que no entendiera ni una palabra de sanscrito y tomase por balbuceos lo que en realidad significaba que yo, su opinión, me la pasaba por las pelotas y que a ver si se dejaba de atormentarse por cascársela y se colgaba de una santa vez del travesaño del crucifijo, que vida eterna no habría pero la paz podría empezar a partir de entonces. No sólo no me clavó una estaca sino que me regaló unas tristes palmaditas en la espalda pensando que me había atragantado. Fonéticas complicadas las de las lenguas muertas, deduje.

Me colaba en el cine. Le quitaba el sitio a los viejos en el autobús y en la declaración de la renta marqué la casilla de obras sociales. Esa noche me fui de putas (ilegales, por descontado) y me lo pasé de coña. Tarde en acostumbrarme al amargor de la coca, pero pronto le cogí el gusto y cuando mi mujer me puso morros le solté que ya se podía ir buscando un picapleitos; al fin y al cabo al demonio siempre le ha gustado el derecho. Luisita, que me ponía enfermo con sus párvulas mojigaterías, sus mohines conventuales ante una la grasilla de la carne, sus grititos histéricos cada vez que un cantante de pupilas grasientas hacía un paréntesis en sus orgías sónicas de amor sin penetración, encontró en el cajetín de la Sirenita los versos satánicos de Rocco Sigfredi. No eran llantos los gemidos que me llegaban desde su habitación. Con Germán fui de padre enrrollado, que regala drogas y motos de falso equilibrio; Conchita y Javierín lloraron desconsoladamente cuando les conté quienes eran los Reyes Magos y qué les iban a traer el 6 de Enero. Pero todo era apenas nada en un mundo tan fascinante como este.

Me hice broker, causé una catarsis financiera devastadora y recomendé el suicido como la única salida digna de los inversores a los que había arruinado. Con el dinero de un fondo de pensiones para huerfanitos me construí una mansión con dieciseis cuartos de baño, total, si algo les faltaba, que se lo pidieran a sus padres. Creo recordar que todas las noches maldecía al demonio que llevaba dentro mientras gemía encalomado a los dulces lomos de una inmigrante rumana, cuyo nombre nunca pregunté.

En aquella casa sin final, perdí el rastro de mi familia. Quien sabe si huidos, quien sabe si muertos, quizás escondidos en un lugar más oscuro que mi alma, aterrorizados por mi aspecto macilento, las pupilas amarillentas , las uñas interminables que amenazaban con secuestrar sus corazones. Es dificil esperar cariño de alguien que te tiene miedo. Es imposible recibir un abrazo cuando husmeas más que hablas, cuando te sientes mas cómodo cuanto más encorvado caminas y sabes que no te queda mucho para perder la vergüenza y echar el vientre a tierra, reptando sin remilgos, salibando cada vez que te topas con una manzana del mal y del mal. Si algo quedaba de mí por aquel entonces debian de ser leves rumores, cantos de sirena que Ulises ignora, gimoteos de niño pequeño que invocan a papa. Papá no existe respondía aquel bramido despiado. Papá te ha abandonado,

Una noche me desperte. Hacía tiempo que en el fregadero ya no cabían más platos, ni en la terraza más basura, ni más mierda en el retrete ni más certificados del Juzgado en el salón. Un hombre me miraba, sentado en el quicio del colchón, fumando distraidamente, hasta que yo despertase. Interrumpió su letargo, sóltó una bocanada de humo que sonó como el último lamento de un tren y se quedó observándome con cierta timidez. Viejo, descascarillado, desnudo, fibroso y reumatoide, se le transparentaba la raigambre azulada de venas muertas sobre aquellas escuálidas muñecas repletas de cicatrices. Olía a humo y a menta, se le notaba virtuoso para la mala hostia y lucía seises a porrillo tatuados por todas sus partes. Se le adivinaba una ancianidad obscena, un tiempo anterior a la muerte a la que sin duda debió violar varias veces al comienzo de la vida. Sonrió un poco y dijo:

Me voy. Nunca vi a nadie tan hijo de puta como tú. Y te juro que de eso entiendo.

Me quedé pensativo. Me encendí un cigarro y mee en la alfombra. Me puse una gabardina, cogí las llaves del coche, lo arranqué y tomé el primer desvío a la derecha. Al primer subnormal que me tocó el claxón le volé la tapa de los sesos con una 9 mm, tenebrosa y bellísima y tras dar muchas vueltas, que incluyeron el norte y el sur, acabé en esta isla, no me preguntes cómo.

Es un sitio muy hermoso. Por eso no apagaré la hoguera que he encendido y cuando las llamas devoren todo sonreiré más que nunca.

Fin de la carta.

La letra es monocorde sin que se altere en ningún momento,
ni siquiera cuando se reconoce como un monstruo.

La noche se sonroja.

Una isla arde sin mesura.

Están desalojando el Paraiso.

Es ciertamente hermoso.

lunes, 4 de mayo de 2009

L (I)

Primera parte de la carta que llegó a Trachimbrod esta mañana.
La caligrafia es exquisita, como si la hubiera escrito un maestro renacentista
preocupado por que las letras no desmerezcan el dibujo.
El papel es grueso, ligeramente apolillado.
La tinta es púrpura. En otro tiempo se trataba de una dignidad
reservada exclusivamente a los emperadores. En este caso, no lo se.
Sea como sea, el firmante ha atrapado mi atención.
Rubrica con una L mayúscula,
curvada hacia abajo en su trazo superior,
como el símbolo de la libra, pero sin líneas paralelas.
Todo concluye en un punto categórico y definitivo.
No he comprobado si es cierto algo de lo que dice.


Dicen que tu habitas estos contornos desde hace tiempo y que donde los demás callan, tu cuentas. Yo necesito renegar del silencio pero no se de palabras. Por eso te busco, por si tu las encuentras.

Todo marchaba como debía, todo era correcto. Mi vida se ajustaba al patrón que confeccionó mi padre y que despúes yo, disculpa la inmodestia, logré bordar. Mi padre quería otro aprejador en la saga, pero yo le llevé la contraria y me hice arquitecto. Yo encontré una novia que, en público, escondía las risas tras sus manos y bajaba la mirada cuando la soltaban piropos. Pocos, eso si, guapa guapa nunca fue, pero hacendosa y limpia como ninguna, siempre regresaba a la hora que le marcaban sus padres, le gustaban las novelitas románticas y el punto de cruz y se dejaba magrear hasta donde lo moral consiente y no fustiga el remordimiento.

De la facultad, extraje notas excelentes y de las milicias universitarias, amigos interminables. Pasé del utilitario a la gama media y de la berlina al coche de postín, de la palmadita en la espalda al miedo en los ojos, del mote burlón al Don atemorizante y cuando compraba el periódico de los domingos nunca jamás llovía. El día en que se torció todo Luisita andaría ya por los quince años. Nos salió recatada , de esas niñas que a casa sólo trae sobresalientes, nada de novios ni de disgustos ni de faldas cortas ni de olor a tabaco. Un rara avis en esta juventud holgazana y sin principios. Algo más levantisco era bueno de Germán, que debió salir a los hermanos de su madre, todo sea dicho. Menos mal que no hay nada que un internado en condiciones no terminé de curar y el nene fue relegando las contestaciones a los ojos, que le seguían refulgiendo, pero se le refrescó la boca y durante un tiempo nunca se le olvidaba ni el por favor ni el gracias. Aún eran pequeños Conchita y Javier como para aventurales destinos, pero en su comunión no hubo otros más alegres y obedientes.

Lo que más me perturba es pensar que en todo este tiempo, no falté ni un domingo a misa, y que los veranos siempre fueron sota caballo y rey: Lourdes, Fátima y El Escorial. Salvo profesar respeté todos los sacramentos y, menos la gula, eludí todos pecados capitales. Mis hijos fueron educados en el amor a Dios y siempre que acaricié el cuerpo de mi esposa fue con el encomiable propósito de crecer y multiplicarme. Siendo claros, ni una mala masturbación me legitimé en toda mi vida y todas las canas que tuve, se me quedaron en el pelo y, a veces, en las pupilas. Por eso aún resulta más inexplicable lo que sucedió aquel Domingo de Adviento. Ahora que ya es tarde y que te escribo desde una isla de la que no piensao salir ni esta noche, ni ninguna otra...

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