lunes, 23 de febrero de 2009

Tataratata

Hoy voy a rastrear cada pedazo de isla hasta encontrar lo que necesito. Y es que o siempre ha sido o Ella o Nada, incluso mucho antes de saber quién era Ella. Los barcos que un día zarparon hacia tu puerto no tardaron en hundirse y a mí los circos que olían a cacahuetes y a estiércol siempre e me gustaron. Por eso he encontrado una soga y luego una cuerda y más tarde un hilo y al fin una liana y las he ido uniendo todas, como si fueran de la mano, para hacer de todas una sola, la Gran Cuerda, la Cuerda Láctea, la que me arrastrará hasta ti, luz de mi vida.

Descorcho una botella, te indico a través de letras frenéticas qué se supone que deberías de hacer. Ato uno de los extremos de la cuerda al gollete y el otro a una roca enorme posada sobre la cima del volcán (que como un viejo oso de fuego siempre está dormido y que a veces ronca y me asusta. Otras, sonámbulo, suelta bocanadas de humo que huelen a Cuba y a Borneo). Después, recobrado el aliento, sentado en la arena, con nostalgia del humo, de un colchón, de un aroma, de todo junto, contemplo como las dos, botella y cuerda, se marchan la una detrás de la otra, rumbo a ti, afortunadas ellas. Imagino, que es otra forma de mirar, que cuando recibes la botella te muestras sorprendentemente sumisa, te encaramas a tu volcán, lo abrazas de cuerdas y te vas a la playa con el corazón desbocado y los ojos impacientes. Sea como sea, al cabo (nunca mejor dicho) noto como la cuerda se comienza a poner tirante y se alza hacia el cielo y allí permanece y llora copos de sal envueltos en agua y es hermosa de tan fea. Desde aquí abajo no puedo saberlo, pero mientras camino hacia la cima pienso que aquella cuerda crisol de cuerdas será, si tira para abajo, tirolina, y si remonta hacia arriba, equilibrismo pero en todo caso, puente. Y ensayo mientras camino y le digo a las mujeres invisibles con las que me encuentro y que se parecen a tí. Cariño. Prenda. Cielo. Ninguna de ellas me responde. Ninguna de ellas lo merece.

Es cuesta arriba. No se por qué lo dudaba. Una vez más tendré que desafiar al mundo para lograrte, y por eso me me tengo que dar prisa. Si espero un minuto igual recuerdo lo cobarde que he sido siempre y entonces me arrepentiré, de esta aventura, de lo de vivir, de tener la desgracia de habeme conocido un día y entonces volveré al miedo incesante de mi alma asmática y eso si que no. Aplastado el último conato de resistencia que mi prudencia implora, derrotados los temores que hostigan mi pecho, me lanzo sin dudarlo un instante a la gloriosa aventura de tus prodigiosas tetas, de tus piernas canallas, de tus ojos acuáticos y reto al destino a que me detenga si tiene cojones. Lástima haber olvidado que si que los tiene. Testículos, ovarios y otras gónadas. De pasión y mala hostia, anda sobrado.

Pero eso será después porque ahora lo que toca es avanzar paso a paso y no mirar hacia abajo y no fijarse en los tiburones, ni en los delfines psicópatas, ni en los machos cabríos de tres cabezas y seis colmillos. En el kraken que tontea con la madre de todo los pulpos. En la reina de los mares que se guarda en el bolsillo almas con forma de pañuelo. Y en el mar oscuro que les esconde a todos.

Por eso es un triunfo que a un pie que te va le siga un pie que te viene y a un ay que me caigo un uy que me sostengo. Y hasta tal punto le voy cogiendo el arte a la tramoya que si voy y me trastabillo al punto una portentosa maniobra de trapecista me rescata en el último instante y cuando el viento sopla encanallado, pronto le doblego con mi mirada altiva y mi tupé bravucón. De haber habido público sin duda que hubieran atronado la carpa de palmas y yo se lo hubiera agradecido con una pirueta gallarda y otra reverencia cortes.

Y en estas estábamos cuando, alcanzado el medio camino, acierto a caer en la cuenta, (que mala perífrasis para un equilibrista) del olvido inolvidable . Y es que así, sin vara de avellano de 3 metros ni orquesta de circo que me acompañe, sin que rujan las trompetas ni redoblen los tambores, sin un chimpancé disfrazado de húsar que haga un chan memorable con sus platillos de bronce, no hay manera de engañar a los dioses. Y por eso caigo en la cuenta, y a fe que es mala cosa insistir en esta expresión, que allí arriba se está muy alto y hace mucho frío y sopla mucho viento, y recuerdo, mala memoria la mía, que ni soy altivo ni soy gallardo y que a lo que más tiendo es a fantoche tembloroso, de esos que se caen en las comedias como yo estoy cayendo ahora, desde mucha altura y braceando y hago chof sobre las aguas de ese océano impenetrable que resguarda a los monstruos de mí y me dejo arrastrar sin que la muerte me importe más que el hecho de que esta noche tampoco dormiré contigo.

Pero no muero aunque esa es otra historia y por ende que debe de ser contada en otro lugar.

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