viernes, 26 de septiembre de 2008

Visitas (II)

La Balsa del Millón de Gentes proclama incansablemente su derecho a ser considerada como una isla, populosa para más señas.

Entre los insulares no existe unanimidad al respecto. Unos enarbolan pesados diccionarios y amenazan a quien afirme que hay islas más allá de las definiciones. Otros dicen que, mientras esté rodeada de agua por todas partes, isla es. Los anteriores dicen que, entonces, cuando les sorprende una erección en el baño, ¿también hablamos de islas?. Y entonces los más groseros, los menos educados les responden, no, nosotros sólo hablamos de islas emergentes. Yo por mi parte pienso que es isla aquello que te impide salir de sus contornos por tus propios medios y al de la isla de al lado le importa tres cojones estas estupideces.

Sea como fuere, la Balsa del Millón de Gentes no se sabe de donde partió ni hacia donde va. Arriban en cada isla según su capricho y son muchos los que jamás les vieron arriar. Su llegada es bien recibida por cualquier náufrago que se precie pues traen consigo la alegría de la multitud y se marchan antes de que comience la desazón inmanente. Pocos invitados son tan generosos en cortesías y alardes con sus anfitriones y únicamente se muestran reservados cuando les preguntas como pueden caber tantos en un espacio tan corto. A pesar de su número innumerable, son respetuosos con el entorno y procuran dejar todo en el mismo estado en el que lo encontraron, salvo por las suculentas bandejas de fruta y los asados de animales diversos que abandonan tras de si a modo de compensación.

Por eso debería haberme sentido contento la mañana en la que, en lugar la sal, la arena y el viento, me vi acompañado de miles de seres humanos de todo tamaño y condición. Más grandes, más pequeños, más mujeres y mucho más viriles. Drogadictos, famosos y famosos drogadictos. Su Ilustrísima, Su Eminencia, Paco y un japonés.

Una mujer que se esmera en desprenderse de la belleza convenciendo a su piel para que perdiera brillo y a sus pechos para que se relajaran un poco, que tenía desgastado el dobladillo de la falda y ya nunca llevaba tacones, agotada del azogue en las pupilas de los hombres, cansada por haber follado mucho y haber amado poco.

Un coloso de carne y basalto que arrancaba de cuajo las palmeras, las tronchaba entre sus piernas y las convertía en mondadientes que reciclé más tarde como columnas de templos clásico, pendientes de Dios a quién consagrarse.

Un hombre y un niño, preguntando por su madre uno, y por su mujer el otro, con la misma desesperación, los dos.

Los hay rebeldes sin causa: el negro que lleva túnica y capirotes blancos, el talibán al que el burka solo le deja enseñar unos ojos cansados, las ancianas que duermen el sueño de los justos, el imán que adoctrina sobre la ablación del prepucio.

Sobre las puntas de la cresta de un punky gigantesco, enanos y enanas bailan danzas rusas.

Y flotando sobre todos ellos, cientos de globos gigantescos de millares de colores cambiantes, algunos innombrables y otros sencillamente maravillosos, parpadeado al son de canciones perdidas, fascinantes

Una marea de seres errantes con los que en otro tiempo, allá por el bautismo, me debería de haber sentido identificado, pero de los que ahora huyo. Me atetorrizan sus abrazos, su calidez, sus incesantes invitaciones de acompañarles. Me siento tan abrumadoramente sólo que no ceso de correr y siempre les encuentro. Sólo cuando emprendo el camino del volcán comienzan a escasear y cuando llego a la cima nadie me acompaña. Escucho sus voces como escucho al viento, y paradojas de la vida (o cosas de la muerte) la soledad se mitiga y hace menos frío. Y allí tan alto estoy que creo respirar más cerca de tí, mujer amada y desconocida, y pienso en tí, amándote y desconociendote, y poco a poco me voy sumergiendo en un sueño cargado de susurros y de caricias que no se de donde vienen pero que no evito. Me ahogo. Me duermo.

Por la mañana no están y como ya dije es como si no hubieran venido. Si no fuera por la Cesta del Millón de Frutas todo habría quedado en un delirio. Cojo una mandarina y el resto lo deposito en la ola que va directamente a tu isla y mientras me voy comiendo un gajo tras otro, asisto a la estela de una isla de fresas y plátanos, de guayabas e higos, junto con una botella cuyo contenido, por ser solo para tí, me reservo.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Visitas (I)

Quisiera irte a visitar pero me da miedo no encontrar el camino de regreso
A.M


Gabriela.

O al menos así me dijo que se llamaba.

No era Ella, pero no estaba la cosa como para quejarse demasiado, más si cabe cuando la chica era hermosa, a su manera, y estaba semidesnuda, a la mía. Si no hubiera sido intangible habría sido perfecta. Lo deduje cuando, al mirarle los ojos (y espiarle las tetas, tan transparentes como el camisón, por desgracia) pude contemplar, con brumosa nitidez, los andares de una tortuga coja que transitaba tras sus omóplatos, y eso es cosa, permitanme que lo diga, que hubiera sido imposible de haber sido corpóreas sus clavículas. Cierto es que de haber nacido en el siglo XIX hubiera resuelto el incidente describiéndola como etérea, pero habitando el veintitantos como es el caso no me gustaría que me tacharan de extemporaneo.

Y eso que me costó trabar contacto. Al grito de, "coño, un fantasma" sali carriendo hacia la otra parte del mundo en cuanto la vi. Pero, empachado de soledades como estaba y remordido por mi descortesía, regresé con la cabeza gacha y un perdón entre los labios.

Hablaba Gabriela de forma extraña. Me juraba y perjuraba que lo último que recordaba era que estaba durmiendo en su habitación, que el día había sido agotador y que se fue a la cama pronto. Que ella nunca montaba en barco porque se mareaba y que la ciudad que habitaba estaba al menos a diez ríos de cualquier oceáno.

Le hice ver que estaba en Trachimbrod. Le pregunté las cosas que se preguntan en este caso, que si estudiaba, que si trabajaba, que si tenía novio... No le pregunté lo de que si tomaba drogas, porque visto lo visto era evidente que si, pero ella no dejaba de mirar a todas partes, de sentir miedo de tanto mar. Me preguntó cien veces como se salia de allí y yo, no sin cierto despecho, me encogí de hombros y le respondí que eso quisiera saber yo.

Finalmente la chica se sentó sin que la arena de la playa lo notase y yo, vencido por la compasión, hice lo propio y le cogí una mano que nunca llegué a tocar.

Mira, creo que no deberías de preocuparte, dije.

Silencio.

Lo más seguro es que estes durmiendo. Que estés tan ricamente envuelta en un edredón, a mil millones de kilómetros de aquí. Que tu único miedo en estos momentos, sea el instante en el que el despertador te joda los párpados...

Silencio.

Trachimbrod es un sitio curioso. No hay muerte y me da miedo pensar que a cambio tampoco es que haya mucha vida. Solo yo. Lo que para mí es real para tí es sueño. Tiene su lógica.

Silencio

Basta con despertarte


El tema está en que no se si quiero hacerlo...

Silencio

...el único problema que tu tienes aquí es que no puedes salir. Pero yo, si despierto, tendré frío. Y eso no será lo peor del día.

Dos silencios.

En Trachimbrod todo es distinto. Menos uno mismo. Deberías gritar, le dije (pero bajito).

Y eso fue lo último que supe de ella. Un grito, que luego fue eco y luego susurro y luego nada. Ni huellas dejó la arena, tan rácana en recuerdos como siempre.

Tardé un rato en volverme a casa.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Boludeces

Intento convencerte, querida mistress. La lejanía me lo complica pero yo persevero, gentil mistress. Intento convencerte de mis sueños, de mis realidades dormidas. Y por eso te digo de embotellada manera,

Un día soñé que despertaba.

Y estabas allí, precisa e interminable. Te habías dejado la sombra en cualquier lado y la gente te miraba mientras paseábamos. Ellos con sus cuchicheos, tu con tus sonrojos y yo, burlándome un tanto.

Debajo de un árbol cualquiera, dejamos que el tiempo se aburriera. Algo leimos, algo nos contamos, no estoy seguro de qué.

Luego nos volvimos andando con un poco de prisa. Tu tenías frío. Yo tenía hambre.

Al llegar a casa, mientras preparabas cualquier cosa en la cocina, tendido en el sofá regresé al sueño en el que yo dormía.

Y volví a perderte


y por eso trato de convencerte de que está mañana, aún me siento más solo.

"Eso te pasa por machista" ha sido tu única respuesta. La acompaña una sonrisa, no se si tierna o cruel.

martes, 2 de septiembre de 2008

Pendejadas

Cuando miro veo una maraña de islas y mi vista no es capaz de desentrañarlas. Todo es inutil que diría el suicida.

La Isla que Todo lo Ve no es más que un ojo al que las gaviotas enferman de conjuntivitis. Detesta las mareas que lo irritan y por las noches, cierra.

El Atolón de los Hombres Perfectos esta desierto desde hace un millón de años.

La Isla Esférica es un balón de futbol que quince mil niños paquistaníes elaboraron con sus tiernas manitas a mayor gloria de una firma deportiva. Tan cansados quedaron que se durmieron en la cima de la pelota y un vendaval los arrastró hasta el mar. Torturan mis noches con incontables gritos y juegan a todo menos al futbol. Ya se harán adolescentes, ya.

Dice una nube que ella también es isla, aerea para más señas. Dice una piedra que por qué no puede serlo ella que es corpórea. Dice la nube que una cosa tan fea no puede ser isla. Dice la piedra que fea lo será su puta madre, que ella es hija de montaña y nieta de cordillera. Dice la piedra que será hija de lo que quiera, pero bastarda en cualquier caso. Menta la piedra al cielo y la nube le orina lluvia en sus mismos ojos.

Hay un Islote que quiere suicidarse. Todas las mañanas hace amago de dejar de nadar y se sumerge y cuando le falta el aire se asusta y vuelve a subir. Sus pobladores están hartos de las zambullidas irracionales y han puesto una reclamacíón a la Comisión Ética Insular que hasta la fecha no ha recibido respuesta.

Y luego está la Isla Más Pequeña del Mundo. Es microscópica y solo pueden verla ojos muy avezados o prismáticos muy ambiciosos. Curiosamente está habitada por millones de seres gigantescos de voces tan leves que no se que quieren decirme. Igual me advierten que deje de fumar cosas raras cuando miro al horizonte y yo les hago caso y me voy callando poco a poco y acabo por ver únicamente a la única isla, con sus firmes tetas, su pelo rizado y su sonrisa flotante, y me quedo allí, a la deriva, ensimismado, bobo....

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