miércoles, 20 de agosto de 2008

Evocaciones

Desde mi playa, reposada y doliente, asisto a su vuelo como el tonto de baba que proclamé ser.

Noto un ligero cosquilleo en los huevos e intuyo un orgasmillo de arena y sal, perecedero pero conmvedor.

Flota majestuosa sobre mi rostro, la hija puta sabe volar y eso, solo eso, ya me enciende una diminuta sonrisa de ratón, contagiosa si, pero dada mi soledad, inofensiva. Como un gilipollas enamorado salto con los brazos destinados hacia ella, con las manos en pinza avariciosa, intentando hacerla mía, poseerla, acariciarla. Nadie se ríe de mí, cosas buenas de la soledad. En estos casos, siempre vuelan demasiado alto o el salto es demasiado corto.

Reposan canciones de aleteo sobre el viento que deja tras ella. Creo escuchar el eco de un tiempo pasado, de un mundo que igual permanece (o no) a mil mundos de distancia. Cuando el cielo ya la ha devorado, en un susurro le pido que vuelva. No lo hace.

Jodidas bolsas del Carrefour lo bien que vuelan.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Abrazos

El día que no nos pongamos de acuerdo con la prensa creo que lo nuestro estará acabado

Chisme

En un país hay un diciccionario que dice:
isla.
Del latín, ínsula

1. f. Porción de tierra rodeada de agua por todas partes.
2. f. manzana (‖ espacio urbano delimitado por calles).
3. f. En aeropuertos, estaciones, vías públicas, etc., recinto o zona claramente separada del espacio circundante
Yo añado
4. Lugar innaccesible en el que nos empeñamos en habitar
Por eso, no es una isla cercana, yo no la veo, no tiene mar a ninguno de sus lados. Pero son náufragos, igual que tu y que yo...
Las mañanas amanecen en mitad de la interminable cháchara política de un locutor de radio. Ella se despierta a la vez, pero se levanta antes.

Yo me demoro en mi lado.

Jamás se da la vuelta ni yo le digo buenos días mientras espío sus pasos.

Me ducho, me afeito me visto.

Huele a café en la cocina.

Detrás de la puerta cerrada, suena el agua del otro baño.

Yo hago mis tostadas, ella moja dos galletas, yo distraigo la mirada sobre el dominical de hace seis domingos. Ella observa el suelo.

En el ascensor el hilo musical. En el coche el locutor sigue tronando.

Cuando la dejo en el trabajo ni ella se da la vuelta ni yo espero a que entre.

Un leve atasco. Un cielo que se nubla. Emigrantes limpiando cristales. Mujeres con maletines de piel y zapatos de plástico. Una oficina hiperactiva en la que no se fabrica nada.

A veces levanto la vista del ordenador y no veo nada y regreso a la pantalla solo porque morir me aburre aún más.

Si llama es para recordarme que me pase por el supermercado a comprar azucar, pero hace años que no lo hace. Siempre hay azucar en casa.

El mismo atasco, ahora de noche.

Las luces naranjas iluminan a los limpiacristales, los mismos u otros.

Otra voz diciendo las mismas cosas que las de su compañera, a veces incluso con las mismas palabras.

Mujeres que tienen frío. Personas que aguardan.

Si huele a comida en el rellano, es que ellá esta y la llave solo da un cuarto de giro para abrir la puerta. Si no, son dos vueltas y la casa está oscura.

A veces nos decimos un buenas noches con desgana. Otras ni eso y la televisión nos suplanta. Que cansancio, pienso mientras el reloj sigue sonando. Apuramos le película o reconocemos la derrota antes de tiempo y nos vamos a dormir. Lavarse los dientes, ponerse el pijama, a veces escuchar la radio de la voz eterna y entonces...

O es ella o soy yo, o los días de milagro, los dos a la par. Ella mirando y yo lo mismo, sin voces eternas ni transitorias. Alza su mano como una diosa rebelde, y con la punta de su dedo dibuja mis ojos, mi nariz, cada uno de mis cabellos y se demora en la boca porque dice que ciertas cosas hay que hacerlas bien. Me regala todas mis costillas y mis brazos suavemente, tenemos todo el tiempo del mundo y ella, se regala una buena polla, ya erecta dice, porque una cosa es ser paciente y otra ser idiota. Luego vienen las piernas y demás cosas que no importan. Ella me crea. Cuando yo miro, ya está desnuda y me ofrece sus pechos que son mi primer alimento. Antes de la boca, llegan las manos y después, mi pecho. Y así poco a poco la diosa se despereza y ve que lo que ha creado, es bueno. Me sumerjo en su coño y ella se demora en mi espalda, me quita las imperfecciones de su obra, mientras jadea. No es bueno que el hombre esté solo, murmulla con sorna. Nos penetramos, nos quedamos callados ante nuestra propia eternidad, con todo nuestro cuerpo expectante y después de reventar, nos decimos lo siento y nos dormimos abrazados.


...las mañanas amanecen en mitad de la interminable cháchara política de un locutor de radio. Ella se despierta a la vez, pero se levanta antes. Yo me demoro en mi lado. Jamás se da la vuelta ni yo le digo buenos días mientras espío sus pasos.

No son momento las mañanas, de buscar una respuesta.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Exorcismos

Cuando la monja entra en la habitación no tarda en reconocer los síntomas. Cajones abiertos. Cristales rotos. Sabanas, ropa y papeles desperdigados por el suelo. Las paredes untadas de mierda. El frío. El mal olor. Lo de siempre.

Un hombre reposa sobre una cama agonizante. Se adivinan las entrañas de un colchón mil vez vomitado, golpeado, arañado. Tampoco el hombre pasa por su mejor momento. Seguro que en otro tiempo no muy lejano fue un ejemplar sano, incluso robusto, pero ahora es poco más que un pellejo ambulante, con los pómulos que subrayan unas ojeras que le devoran los ojos. Tiene la piel musgosa y las uñas largas y amarillas. Las costillas le agrietan el pecho. Nada oculta su enorme erección. Duerme eso sí, o al menos disimula bien mediante una respiración acompasada.

La monja suspira.

Despierta dice, la voz divertida y la mirada también un poco. Hoy no tengo el cuerpo para tonterías

Unos ojos se abren y dejan una estela de malignidad. Las pupilas son verdes y alegres. El hombre no sonrié. Su mirada si.

¡Coño!. Dichosos los ojos. Cuanto tiempo

Si, si que es verdad. La monja mira . Tienes esto hecho una cochiquera. ¿Tienes que ser siempre tan guarro?, dice dejando caer la mirada sobre unos excrementos bastante recientes.

Marketing, darling. Hay que guardar las apariencias. ¿Que te ha demorado tanto, señora de Dios?

Los exorcistas no tienen buena prensa, querido. Somos el SAMUR de la teología pero cuando acertamos, nadie quiere hacerse fotos con nosotros. La monja no hace ruido al sentarse suavemente y deja que el cuerpo se abandone, estirando las piernas más de la cuenta que diría la madre superiora. Y tu eres muy persistente...

Gracias por el cumplido. Me crearon coñazo, pa que nos vamos a engañar y a mí me da pereza luchar contra mi naturaleza. Marketing de nuevo redarling. A tu marido le gustan los numeritos y salir en los periódicos. Las guerras no merecen la pena si no se glorifican las victorias, ¿no?. Al menos eso debe pensar Él, si es que piensa algo, que todo puede ser. ¿Problemas en el curro?.

A nadie le gustan los intrusos, pero allí, a las intrusas, directamente las detestan.

Indudablemente Dios no es mujer.

No, probablemente, no. Ni tu tampoco piensa mientras imagina y no mira aquel miembro desatado y hermoso.

Uno comienza el silencio y el otro lo respeta y ni siquiera se permiten pensar, colgado el no molestar de unos párpados encendidos.

¿Y como va a ser esta vez?. ¿Por las buenas o por las malas?, pregunta ella

Sonrié la mirada y se abrillanta la esperanza.

Yo de buenas se poco o eso dice la Biblia, pero estoy perezoso para las malas, así que no tardaré en irme, si eso es lo que preguntas. Además prefiero que tu medres lo más posible en la profesión. Tus compañeros son muy brutos. Que si hisopo por aquí, que si ritual vaticano por allá. La de veces que me han metido un crucifijo por el culo, los muy cabrones, que no le veo yo la utilidad, francamente. Les ofreces un poco de conversación mundana, que si los impuestos sobre el te, que si el tamaño de las capas y piensan que te quieres apoderar de sus almas. Ilusos. Los más no tienen y los pocos que la usan son tan esmirriadas que no merece la pena el esfuerzo.

Me alegro. Así podré volverme al convento para dormir

Pareces cansada

Baja la mirada la monja. Es un error pero no importa demasiado. Colecciona errores. Todos lo hacemos. Luego piensa. No pesan los años, pesan los errores.

Lo estoy. Me temo que los inmortales no sabeis nada sobre el cansancio. Es algo bastante molesto.

Imagino. Toshd cup galas. Cup tis poteras.

Como me irrita cuando haces eso.¿Que lengua es esta vez?

Ni lengua. Un dialecto del sumerio. Una pequeña ciudad estado vasalla de Ur. Goberné alli durante un tiempo y no hice mal las cosas. Salvo por el tema de los sacrificios humanos, creo que habrías estado orgullosa de mí. Acabé con las salvajadas que por allí acostumbraban a hacer los salvajes de los sacerdotes. No parece que siguieran a su dios con mucho gusto cuando les quemé a unos y a otros. Por mucho que pueda parecer lo contario, cómo me joden los idólatras.

La monja suspira. Hay cosas que resulta imposible cambiar sencillamente porque fueron creadas de otra forma. Si le pones mucha voluntad lo único que puedes conseguir es romperlas y a veces no merece la pena. La mayor parte de las veces. Demasiados añicos que luego nadie recoge. Todo tan sucio como aquella habitación

¿Y que significa?, pregunta ella

No pesan los años. Pesan los errores, sonríe él

Vuelven a callar. Ahora si piensan pero cada cual en su espacio. Sin invadir el del otro. Demasiados eones de diferencia. Demasiadas diferencias a secas.

Pudo ser distinto, dice el demonio dubitativo

Pudo, dice ella a media voz.

Eras hermosa

¿Insinuas que ya no lo soy?, dice la monja con indignación fingida, son sonrisa mentirosa, con tristeza estancada.

No, dice el muy serio. Abandona el tono burlón. Abandona la voz grave. Cuando está de buenas, el diablo gasta voz de plata. Sigues siendo hermosa. Pero tu belleza nunca será para mí. Y eso jode.

Ella diría, mientes señor del Averno. Ya no soy hermosa. Ya no lo seré nunca. Lo que no paso no puede pasar. Pero hablar no habla nada. Solo recuerda. Una habitación. La desnudez de un hombre desnudo, erecto y demoniaco. Ella con los ojos tan gélidos como el crucifijo de plata que blandían unas manos temblorosas. Y con el alma golosa. Recordando los 40 días de tentaciones de su señor esposo, tan altivo y ausente como siempre, también ese día, sufrió en el desierto. Lo soportó, pero no olvidaba las promesas de amor eterno que aquel demonio por boca de otro cuerpo juraba. Al fin y al cabo, si alguien puede amar eternamente es Él, pensaba ella, no sin cierta melancolía infinitamente hereje.

Pasa la tarde. A veces comentan cosas del tiempo, del atmosférico y del de verdad, y otras se dejan acompañar por el sol que se cuela por los cristales resquebrajados y les baña de una luz especial, puede que infernal, puede que celestial, de otro mundo en cualquier caso. Ella le pregunta que por que escogió a aquel pobre hombre y el le responde que porque es un buen tipo que quiere a su mujer y es escrupuloso con Hacienda. Meterse dentro de un asesino es pringoso. y dentro de un primer ministro, muy frío.

Empieza a caer la noche y el dice. No te doy más la vara. Y se va según termina. Sin aguardar respuesta ni despedirse. Ni prometer nada. Siempre es así. La monja se ajusta la cofia, se adecenta la falda y recoge su bolso. Hombres, piensa en un bufido.

El hombre duerme, aún nervioso. Le queda un tiempo cargado de pesadillas pero se pondrá bien. Se le ha ido el verde de la piel. El mal olor se ha marchado. Y sin embargo permanece el frío.

La monja ha recibe la gratitud sollozante de una esposa destrozada. Coge el coche que arranca gruñendo. Conduce entre la noche y atraviesa una ciudad lóbrega. Se detiene ante un convento algo estalinista en formas y en maneras. Mira y no sueña y con las mismas decide acabar con todo lo que hace tiempo que se acabó. Arranca. Atraviesa distintas ciudades idénticas y llega hasta una distinguida con el mar. Toma un barco, naufraga y alcanza una isla. Desde allí cuenta su historia y se interesa por si a alguno de nosotros nos ha dado reciéntemente por hablar lenguas muertas o girar la cabeza 360 grados.

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