domingo, 17 de febrero de 2008

Archipiélago

Como dije el mar (o el oceáno o el lago la hostia de grande que sea esto..., no lagos no, que eso ya está superado) esta lleno de islas. Dije que de ellas hablaría en otro momento, y siento comunicar que ese momento ha llegado.

Hay una isla en la que a las cinco de la tarde su inseparable volcan emite diversas volutas de humo. No hay que ser Colombo para darse cuenta de que allí un club de victorianísimos ingleses degustan tes y pastas mientras hablan de atardeceres que nunca vivieron en la India.

Hay una isla en la que vive Hichcock o al menos eso parece. Bandadas de pájaros rubios aguardan su venganza en los cables de teléfonos. Frígidas rubias gritan mientras las asesinan a están a punto de asesinarlas. Hombres de mirada inquietante fuman como yo nunca lo podre hacer.

Hay otra isla que desaparece en las noches de luna llena. Recorre el fondo del oceáno convertida en isla lobo, con la mirada sanguinolenta y pelos por todas partes. No es que la haya visto pero lo intuyo, a santo de qué si no una isla desaparece por las noches, si no fuera una isla lobo no tendría sentido, no existen islas diurnas ni islas nocturnas, o igual si, yo que se. Yo, en las noches de luna llena me escondo y aúllo por si acaso.

Hay una isla en la que naufragaron un grupo de psicópatas. Escupe su volcan bocanadas de sangre y juegan los habitantes a ver quien comete el crimen más origina. Colocan los cuerpos en retorcidas posturas, adornan los escenarios del crimen con símbolos cabalísticos. A veces les arrancan la piel y se disfrazan de ellos. Por las noches los supervivientes rondan a sus amadas y escriben poemas. No hay seres más cariñosos que ellos por la noche. Es el día el que les hace así dicen ellos

Hay una isla sin volcán y sin palmeras y me atrevería a decir que sin náufragos, pues todo hace indicar que los dos campesinos que la habitan viven allí desde siempre. El mar no es de agua sino de cebada y nunca hubo un sol mas resplandeciente que el que reflejan sus espigas. Los días de calor el acaricia el sudor que corre por el rostro de ella. Los días de frío ella apróxima su cuerpo al de él para calentarlo. Quién sabe qué sucede cuando cierran la puerta de la cabaña. Igual se odian, igual se culpan del sonido de los relojes y del tedio que lo asfixia todo. ¿Quien puede presumir de conocer a dos campesinos que cierran la puerta?

Islas canibales que devoran las nubes. Náufragos enfermos en islas brumosas. En la isla del ejecutivo, cada vez son menos los árboles y más los edificios que los reemplazan y el volcán ha sido recalificado para esparcimiento y ocio. Islas de chocolate en las que Hansel y Gretel cometen incesto. Islas de diseño con música chill y arboleda minimalista. Islas surrealistas en las que las vacas ordeñan a los granjeros y el gran masturbador llora su impotencia. En la isla deportiva vuelan extraños objetos. Nunca se si son balones de futbol, pelotas de tenis o pertiguistas ambiciosos. Pero allí son varios, para hacer equipos debe ser.

Hay más. Hay muchas más. Igual otro día.

Solos se que esta La isla, la que conté ayer.

También se que hay Otra isla, que igual cuento mañana.

Y luego está mi isla, que solo tiene importancia porque está lo suficientemente cerca de las dos anteriores como para poder contemplarlas

lunes, 11 de febrero de 2008

Caracoles

Y a pesar de todo, no estoy solo. Nadie lo está del todo. Tenemos nuestra sombra, nuestro reflejo, nuestra conciencia, nuestro dolor, nuestra alegría. A veces siendo solos, somos multitud.

Pero yo no me refiero a eso. Yo me refiero a las islas que flotan sobre el mar los días en que la niebla se levanta. Son millares y tengo la sensación (tengo la certeza pero no quisiera ser demasiado categórico) de que cada una de ellas vive habitada por su propio náufrago (a veces por una pareja, otras por un club social, en algunas puede que haya hasta un continente entero de náufragos deseosos de desearse y de darse muerte). Tengo tiempo, todo un prólogo de la muerte, para contarlas una a una y describirlas tal y como yo las veo, envolverlas en mis mentiras para mostrar su verdad.

Pero para que describirlas todas si es suficiente con describir una sola.

La isla.

El lugar en el que me gustaría vivir.

Es una isla pequeña. Es una isla coqueta y toda ella es síntoma de una mujer.

No sabe de volcanes. Tiene colinas. Dos. Tan suaves como los cielos antiguos. Tan hermosas que no se como coño terminar la comparación.

Tiene cavernas donde las voces se esparcen como lamentos y los fantasmas campan a sus anchas. Sobrecoge si, pero para ser sinceros, es imposible no querer sumergirse.

Tiene copas de árboles rizosos sobre las que descargan las tormentas más terribles. Después de la tempestad viene la lágrima y la isla se queda vacía y temblorosa. Dios, que isla tan bella.

Tiene la isla rincones creados para la desnudez y el sosiego. El sol inunda esos paisajes. No hace calor cuando llega el sueño.

Y el mar se detiene en sus orillas. Y el cielo se maquilla en su espacio aereo. Y yo quisera ser omnipotente para abarcar todos sus misterios. Pero no soy dios sino Pequeño y me basta con quedarme a vivir allí algún día (más mañana que al otro)

A veces pienso en coger una botella y pedirla que me deje ir. Igual va y me contesta y me dice que vaya. Todo es cosa de probarlo. Por botellas de ron, no será.

No está mal esta isla

martes, 5 de febrero de 2008

Orden

He decidido poner orden en mi desordenada vida. Por eso he empezado por el principio y he terminado por el final. Y en el medio lo he sarrollado todo.

He construido un despertador que comienza a sonar a las ocho de la mañana y suena cada diez minutos, hasta que a la tercera lo apago para que a la mañana siguiente, vuelva a sonar tres veces.

He inventado un aparato de metacrilato en el que, cuando insertas una cartulina amarilla, queda registrada el principio y el final de tu jornada laboral. Mide el tiempo, mide la rutina.

He elaborado un sistema de clasificación profesional y me he asignado como trabajador individual que soy, un grupo o categoría profesional y un nivel retributivo determinado, que por razones que tienen que ver con mi derecho a la intimidad, no voy a desvelar.

Mi trabajo va de 8 y media a tres y consiste (según convenio) en: labores agrícolas: siembra y recolección, pesca: colocación de sedales, extracción de marisco y reparación de redes, actividades de caza y exploración, tareas de mantenimiento. Cuando la jornada se prolonga más de la cuenta, lo compenso al día siguiente con desacansos de duración equivalente (según contrato).

Creé una República Monárquica Insular. Solicité a la ONU el reconocimiento de mi status internacional (pendiente de aprobación). He previsto los lugares en los que irán las embajadas cuando llegue el momento y no descarto pedir la organización de los Juegos Olímpicos del 2020. Da mucho trabajo así que igual no lo hago.

Aprobé con el consenso de todos los partidos una Declaración de los Derechos del Náufrago, una Carta Magna (grandísima) y una Carta Pequeña que consta de un único artículo que reza lo siguiente

"Todo náufrago tiene el derecho y el deber de apreciar la vida, que es la única verdad de la que se tiene constancia"

Hice otras cosas. Códigos Civiles. Cuerpos de Funcionarios del Estado. Sellos de caucho. Leyes de educación. Licencias de medios de comunicación. Abolí la esclavitud y regulé las alturas de los bloques de pisos. Reescribí los grandes libros sagrados y parlamenté con Dios para una futura revisión de los mandamientos.

Al séptimo día (un martes) me cansé de tanta prosa y me fuí a fumar un porro (resulta que en la isla hay un huevo de marihuana). Al día siguiente me levanté a las dos. Poco después, eso si, de reventar a hostias el despertador, el artilugio de metacrilato y la Carta Magna. Respeté la Carta Pequeña, más diminuta a cada día que pasa.

lunes, 4 de febrero de 2008

Silogismo último

Siendo el hombre el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y siendo el refranero tan jodidamente despiadado, si no quieres arroz toma dos tazas, y así llegó al mundo Alexandra. Fabricada en la misma materia que su costilla, envuelta en la sedosa piel de una pantera difunta por obra y gracia de un infarto, con mangos en lugar de siliconas, ojos de carey y pupilas de jade, ya su primera mirada fue su primera frontera. No tardo mucho en desvancerseme la erección de creador masculino y orgulloso. El tiempo justo como para constatar que no me quería. Ni entonces, ni después ni nunca jamás. Ni en otro universo ni en otras vidas.

Al principio no es que me molestase demasiado. Mi intención es follármela no casarme con ella pensé. Y asi no fueran una ni dos ni varias las veces que me tumbé encima de un robot, rígido, frío y silencioso, que me ahogaba en su mirada tan verde y tan lejana, que me veía como una cosa inerme sin mayor importancia que un grano de arena. Fue por eso o por simple y pura crueldad por la que le ordenaba que me limpiase la casa, los zapatos, la playa y la orilla. Fue por odio o por su condición mecánica, por lo que hizo sin abrir la boca sin acercarse a mí. La primera vez que le pillé un sentimiento fue cuando, al entrar distraidamente en la cocina, ella tembló de miedo. O de asco. O de cosas más profundas y viscosas de las que tanto saben los humanos. Y una cosa es una cosa y otra cosa es otra, que todos hemos visto telediarios y a nadie le gusta ser el psicópata, vete si quieres le dije, déjame ir, por favor, me respondió. Y se fue. Al lugar más lejano posible, al sitio en el que le aguardaba Alexandros.

Algunas noches me doy cuenta de todas las cosas que tengo que cambiar. Creo compañía, pero sólo me crecen recuerdos y me siento igual de solo que antes. Son noches de luna nueva en las que el cielo se ilumina rítmicamente. Son noches extrañas y largas en las que los dos robots, se vuelven carnales y saltan chispas que resplandecen en las alturas. mientras yo las contemplo mucho más abajo.

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